Debía tener siete años. Lo recuerdo porque lo que hice produjo una foto en mi cerebro. Cierro los ojos y me puedo ver en ese instante, en esa posición. Estaba en Mar del Plata. En la casa de verano de mi abuela materna, en la calle Mendoza 2228, casi esquina Colon. Era una tarde soleada. Hora de la siesta. Mis padres dormían y yo podía jugar en los límites de esa casa, no traspasarlos. Así fue que salí por la puerta delantera y fui caminando por un pequeñísimo jardín hasta la puerta de madera, tipo tranquera y pintada de blanco, que estaba en el acceso, lindante con la vereda (que yo, reitero, a esa altura de mi vida no podía tocar). Estaba aburrido y con algo de bronca por no poder ir a la calle a jugar con mi pelota. En la casa grande de enfrente, justo cruzando, donde vivía mi amiga Margarita, si se podía jugar pero yo estaba atrapado entre mis limites. Fue así que de repente las vi. No se si habrá sido por mi aburrimiento o por mi mal humor pero el hecho es que estaba cabizbajo, m
Reflexiona, discute, averigua, duda, escucha mucho, di lo que piensas pero piénsalo y saboréalo. Toma una café con la vida, en la mesa del fondo, sobre la ventana, con vista a la puesta de sol, donde se oye el mar y las olas mueven la mente. Invita la casa.