Debía tener siete años. Lo recuerdo porque lo que hice produjo una foto en mi cerebro. Cierro los ojos y me puedo ver en ese instante, en esa posición. Estaba en Mar del Plata. En la casa de verano de mi abuela materna, en la calle Mendoza 2228, casi esquina Colon. Era una tarde soleada. Hora de la siesta. Mis padres dormían y yo podía jugar en los límites de esa casa, no traspasarlos. Así fue que salí por la puerta delantera y fui caminando por un pequeñísimo jardín hasta la puerta de madera, tipo tranquera y pintada de blanco, que estaba en el acceso, lindante con la vereda (que yo, reitero, a esa altura de mi vida no podía tocar). Estaba aburrido y con algo de bronca por no poder ir a la calle a jugar con mi pelota. En la casa grande de enfrente, justo cruzando, donde vivía mi amiga Margarita, si se podía jugar pero yo estaba atrapado entre mis limites. Fue así que de repente las vi. No se si habrá sido por mi aburrimiento o por mi mal humor pero el hecho es que estaba cabizbajo, mirando el piso. Y allí me encontré con ellas, desfilando. Era un sendero pequeño entre piedras y pasto. Una columna muy larga entraba hacia mi terreno y otra columna de magnitud similar, se iba puertas afuera. Eran hormigas. De las negras y medianas: ni muy grandes ni muy chicas. Muchas de ellas con una hojita verde en su parte superior. Algunas con una carga muy grande que las tapaba y exigía. Otras moviéndose rápido y en doble fila para adelantarse a la fila rutinaria que, como en el tránsito de automóviles en una autopista, marchaba ordenadamente hacia un destino. No se si habrá sido la bronca por ver que ellas traspasaban libremente la puerta de acceso del jardín de mi casa o por la curiosidad de esa etapa de la vida o por el sentimiento de grandeza que experimente al comparar mi tamaño con esta marcha de seres vivos tan diminutos, pero la cuestión que me agache sobre mis rodillas a mirarlas y a "jugar" con ellas. Lo primero que se me ocurrió fue soplar. Y me quede asombrado al ver que se desplazaron muchas de ellas perdiendo su carga, dándose vuelta y apareciendo a una considerable distancia de donde estaban. La reacción de muchas de ellas fue de huir. Aceleraron, fueron en distintas direcciones. Esquivaron los obstáculos y escapaban alocadas del lugar donde yo había soplado. Me divirtió. Comencé a seguir la hilera hasta el final y vi que desaparecían detrás de un pequeño "montículo" de tierra. Yo había viajado a Mendoza con mis padres y conocía las montañas y hasta mi papa me había contado que alguna de ellas tienen un "agujero" arriba del cual muchas veces salía "agua caliente". Pensé entonces que ellas, las hormigas, usaban esas montañas para vivir. Fue entonces cuando se me ocurrió una idea que consideré brillante. Iba a divertirme con las hormigas. Corrí a la cocina, busque una jarra, la llené de agua y regresé. Tome un palito y comencé a sacudir esa "montaña casa" de las hormigas. Vi que se movía ese montículo de un lado hacia otro y aparecían hormigas de todos lados, se multiplicaban en forma sorprendente y aparecían más y más. Casi que me asusté porque todas corrían en diferentes direcciones. Fue entonces cuando hice unos pasos para atrás y decidí usar la jarra de agua. Por el sendero y sus alrededores comencé a cortar las salidas de escape. Vi que el agua que yo arrojaba circulaba por el sendero arrasando a varias hormigas que no se habían percatado de lo que sucedía en el hormiguero. Me reí. Muchas de ellas iban "patas para arriba" como navegando y trasladadas por la "fuerza" del agua de mi jarra. Algunas no se movían e iban boca abajo. Yo me acerqué. Seguí soplando y usando mi "palito" para sacudir el lugar y mover el pasto y las piedras. Luego de unos minutos vi pocas hormigas. Casi que habían desaparecido.
Esta semana recordé esta anécdota. Vi esta fotografía que esta archivada en mi cerebro. Nuestro planeta ha sufrido los estragos de diferentes fenómenos naturales: el huracán Irma, las inundaciones y tsunamis consecuentes y el terremoto de México. Estos desastres han arrasado poblaciones, ciudades, islas, playas, puertos y todo aquello que encontraron a su paso. Lo peor: han dañado a millones de seres humanos y han producido la muerte de cientos de ellos. Doloroso, sorprendente por su fuerza de impacto y por poner a descubierto la vulnerabilidad de todos nosotros quienes habitamos el planeta tierra. El continente se vio sacudido por la fuerza de la naturaleza, los vientos y el agua destrozaron construcciones, aeropuertos, hoteles cinco estrellas y casas de familia sin estrella. La naturaleza no distingue. Su fuerza amenazó y amenaza ciudades y centros turísticos de infraestructura vip y moderna. Muchos corrieron en distintas direcciones intentando escapar de este fenómeno natural.
Es que no nos damos cuenta?
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