Despedir a Juan Carlos Tedesco es no despedirlo. Su sabiduría, su tono siempre amable, sus convicciones y especialmente sus enseñanzas no se han ido ni se irán jamás. Hace muy pocos días atrás me comunique con el para conversar, como tantas veces lo hicimos desde Educar 2050, sobre su mirada de la situación actual e intercambiar ideas sobre el nuevo Plan que el Gobierno ha puesto sobre la mesa. Con su sencillez habitual y su elegante caballerosidad me dijo que estaba sin energías pero que "acordemos un momento para vernos". Y ese momento llega después de su partida y se extenderá, para todos los que lo valoramos, por mucho tiempo ya que seguiremos "viendo" a Juan Carlos cada vez que pensemos sobre educación. Juan Carlos seguirá presente y entre nosotros en las bases de su mensaje: la educacion como valor. Por eso su partida es una oportunidad para reflexionar sobre sus enseñanzas sobre la importancia de planificar la educación del futuro y sus ideas sobre la inversión en educación. Hace unas semanas atrás nos provocó desde un artículo publicado en La Nación. Dijo alli "La dirigencia gubernamental debe dejar la hipocresía de considerar a la educación el factor clave para superar la pobreza, garantizar la movilidad social, la competitividad genuina y la formación de los ciudadanos del siglo XXI y luego asignar recursos sobre la base de un punto más o menos según la inflación. Si es cierto que la educación puede promover todas esas dimensiones, debe ser la prioridad". Esta es una prueba de la vitalidad de Juan Carlos. Sigamos aprendiendo de el y valoremos su nobleza. Por todo esto no lo despidamos, solo comencemos otra etapa: escuchémoslo mas.
La frase “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo” , formulada por José Ortega y Gasset en Meditaciones del Quijote (1914), constituye uno de los núcleos más vitales del pensamiento filosófico en lengua española. Ya ha sido objeto de análisis en este Blog pero reflexiones posteriores me obligan a hacer esta actualización de mi cavilación. Su potencia es tal que amerita analizarse con el paso del tiempo y reside no solo en la afirmación del sujeto como ser situado —inseparable de su contexto vital—, sino en la exigencia ética contenida en esa segunda mitad: “si no la salvo a ella no me salvo yo”. La pregunta que queda pendiente a responder es: ¿Soy yo el mismo yo el que la ha "salvado" hace diez años atrás? ¿Aquella "salvación" es la misma que haría ahora? Estas inquietudes han dado origen a esta segunda profundización sobre la frase de Ortega. Lo explico a continuación. Tradicionalmente, se ha interpretado que...
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