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Elogio del final

A veces pienso que la muerte es una virtud que da sentido a la vida. Puede parecer chocante y hasta, de algún modo, una postura agresiva pero siento que una vida sin muerte no merece ser vivida. Vamos a ver si lo puedo explicar con palabras que no asusten… y que se entiendan. Parto de la premisa que tener la certeza de morir es la mayor fortaleza de que el ser humano dispone para darle sentido a la existencia. De algún modo Sartre, Simon de Beauvoir y Camus mostraron este camino focalizando en la vida real y en los hechos del ser humano hasta su muerte. Pero lo que estoy postulando es algo diferente. El fundamento de mi planteo es la respuesta a una pregunta compleja que siempre me acosó al pensar sobre la muerte: si viviéramos eternamente, cual sería el sentido de vivir? Ninguno, me respondí. Y allí comenzó esta aventura de profundizar sobre las virtudes de la finitud de la vida. Es que el goce de vivir cobra sentido cuando tomamos conciencia que ese disfrute no es eterno. De lo contrario su sentido se convierte en algo destruido por la rutina insoportable de lo infinito. Veamos el tema despacio. Así como tenemos la certeza que nuestro cuerpo tiene fecha de vencimiento y que todos vamos a morir, qué pasaría si tuviéramos la misma certeza pero opuesta, es decir que nuestro cuerpo no se vence y que viviremos eternamente con él? Cómo sería ese cuerpo que se mantiene eterno? Sería el cuerpo de un anciano que ya no tiene la plenitud de sus músculos y carece de energía? O de algún modo la eternidad nos “devolvería” tiempo vivido y mantendría el cuerpo de un joven o de un niño? Es raro esta posibilidad. Pero sigamos pensando: si fuéramos eternos, es decir si nuestra vida no concluiría nunca, existiría el tiempo? Qué sentido tendría usar una medida como el día, o los meses, o los años, si tuviéramos a nuestra disposición todo el tiempo “del mundo”? Festejaríamos los cumpleaños en este supuesto? Cuál sería el fundamento de celebrar haber cumplido un año en un marco donde la eternidad está asegurada? Suena bastante ridículo “celebrar” tu cumpleaños numero… un millón veintitrés, no? Para qué lo haríamos? Que celebraríamos? Es que el tema central de esta reflexión es que la eternidad supone la inexistencia del tiempo. Y si la vida de un cuerpo eterno no tiene tiempo, tiene vida?

Las preguntas previas me interpelan. Me hacen tomar conciencia que la finitud de la vida da coherencia y sentido a su celebración. Justamente que tenga un final da el sustento a celebrar su transcurso, a exprimir su contenido, a homenajear sus sorpresas, a amar la intensidad del presente y a ser conscientes de su belleza. Es que me resulta triste e ilógico y por lo tanto incoherente celebrar una vida que nunca acabará. Lo confieso. Me cuesta colocarme en este supuesto de vida sin tiempo. Pero los invito a que hagamos juntos el esfuerzo de situarnos, por un momento, en una vida sin fin. Debemos partir de la base, como antes indicamos, de un cuerpo al que el paso del tiempo no lo afecta. Esta es la hipótesis. En este caso nuestras piernas, nuestros brazos, nuestros cerebros, nuestros órganos en general no envejecerían porque si tenemos vida física eterna las aptitudes de nuestros músculos o la capacidad de nuestra mente no decaería, porque no existiría la disminución ni la fragilidad que el tiempo le supone al cuerpo de un anciano. En una vida sin fin esto no sería realidad ya que todos sabemos que la vejez no es otra cosa que la muerte de alguna de las facultades del cuerpo por el transcurso del tiempo. Muere de alguna forma el día de ayer, el año y la década transcurrida, y en esa muerte que el tiempo arrastra, hay muerte de la fuerza que teníamos de jóvenes, de la energía de nuestros brazos y piernas y de nuestras habilidades para amar, para hablar o para escribir. La muerte es, en la mayoría de los casos, paulatina. Vamos muriendo cuando pasan las horas, los días y los meses. Que no lo notemos no es requisito para que la muerte no vaya transcurriendo. Pero en este supuesto donde la muerte no existe, nuestro cuerpo no cambiaría. Cuesta imaginarlo, no es cierto? No se manifestaría el paso del tiempo en nuestra cara, en nuestro color de pelo ni en las arrugas de la piel. Todo siempre sería igual…exactamente igual, sin cambios en nuestro físico, sin muertes “parciales” en nuestra fuerza vital. Pero permítanme ser más creativo. Qué pasaría si esta vida física infinita detuviese el transcurso del tiempo, es decir, para poner un ejemplo tonto pero útil, supongamos que esta vida sin fin resuelve que todos mantendríamos la vida de tu cuerpo de treinta y tres años. Solo tomemos este supuesto para pensar. Que sucedería? Que el cuerpo se mantiene así para siempre? Y que pasaría con nuestra mente? Crecería o se mantendría en la larga adolescencia de este joven treintañero? Es difícil imaginar que pase el tiempo y “la edad” de nuestra mente no crezca, no? Supongamos que el cuerpo se mantenga en treinta y tres pero nuestra mente vaya creciendo en edad, y que alcance cinco mil años de vida. Esos cinco mil años de experiencias y sabiduría, estarían en un cuerpo de treinta y tres o a pesar del avance de la eternidad seguiríamos teniendo una mente de treinta y tres? No parece razonable. Es como que para el supuesto de una eternidad en el cuerpo, lo mejor sería que no exista el tiempo, que se aboliera lo que el supone. Pero si no existe el transcurso de los días y las horas, cómo sería la vida? No necesitaríamos descansar, no debiéramos dormir porque dormir es reponer energías, pero si estas se mantienen porque somos eternos, para qué dormir? No existiría el sueño… y la vida sin sueños, tiene sentido vivirla? Dónde quedaría la imaginación, dónde los deseos, dónde las ilusiones? Qué se nos puede antojar en una vida donde lo que falte sean las implicancias del transcurso del tiempo? Quizás lo mejor que se nos pudiera antojar en esta hipótesis de vida sin tiempo es la ilusión de que esta vida termine, de que tenga un final. Nuestra ilusión sería volver a la certeza de la muerte…para vivir mejor, para disfrutar del paso del tiempo y de ese modo, encontrarle sentido a la existencia. Creo que ahora lo comprendo mejor. Vale la pena morir para vivir. Es el elogio del final, lo reconozco, debo darle gracias a la muerte para remarcar y exaltar mis gracias a la vida.





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