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Cómo tomar decisiones éticas


Cuando vivimos, obramos. Vivir es un verbo, supone acción. Es inherente al vivir tomar decisiones. Saludo a las personas con quienes comparto mis días, digo “Buen día". Tomo el desayuno, agradezco en su caso a quien me lo sirve. Digo y doy las gracias. Saludo a la gente que conozco. Les sonrío, hago un gesto de afecto en su caso. Todas ellas, el saludar, el agradecer, el sonreír son decisiones de vida. Quizás automáticas pero quizás no. Puede que haya un día que no salude, no agradezca ni sonría. Y puede tener un motivo. Eso significa que mi conducta diaria tiene parámetros que construyen mi conducta, mi carácter, mi personalidad. Y si subimos un escalón para el análisis de decisiones más complejas veremos que estas requieren también de motivos, de un fundamento, de ciertos cimientos que me hacen actuar de una o de otra forma. Y que deben ser pautas claras y asentadas porque muchas veces las decisiones no dejan tiempo para pensar.

Hagamos un ejercicio. Dejemos de lado aquellas decisiones del inconsciente adiestrado. Sigamos con el correr del día y pongámosle una cuota de ficción para analizar esto de la toma de decisiones más difíciles y cuál es el eje y la razón que me guía al decidir. Allí apuntamos el análisis.

Tomo un subte para ir a la casa de mi hermana. Camino y me paro al fondo del vagón al que entré. De repente se para un señor y le dice a otro pasajero de adelante de él que se bajan en la próxima parada. El señor se adelanta para ir a la salida y me queda el lugar libre. Veo que se cae algo en el asiento. Me estoy por sentar y me doy cuenta que es una billetera. Es una fracción de segundo pero estoy seguro que lo que veo en el asiento es una billetera con dólares que sobresalen de la misma. Todo es muy rápido pero me doy cuenta de que es una billetera compacta. Se ve a las claras que hay un fajo de dinero importante y los billetes que se dejan ver son dólares. De eso estoy seguro. Es un instante pero se nota. Decido en esos segundos lo que voy a hacer y resuelvo sentarme rápidamente sobre la billetera. Lo hago en forma inmediata. Y me pongo a pensar. Qué debo hacer? Le digo al señor que se le cayó? El está parado a dos metros mío y no tiene ni puta idea de lo que pasó. Está conversando con el otro pasajero al que llamó por su nombre y al que le dijo que se bajaban. Están cerca de la puerta. El subte baja la velocidad. Esta por llegar a la próxima estación. Yo sigo pensando y me pongo nervioso. Muchas cosas pasan por mi mente.

Decido pedirte ayuda. Si, te pido ayuda a vos que estás leyendo estas líneas, que me ayudes a decidir. Sos vos no otro. Queda muy poco tiempo. Y te pregunto: Que me aconsejás? Que conducta adopto? Que decisión tomo?

Reconozco que estoy frente a un dilema moral. Mi situación económica es mala. Perdí el trabajo hace seis meses y no consigo un empleo. Se me acabaron los pocos ahorros que tenía y la estoy pasando mal. Pero quiero tomar una decisión correcta. A partir de allí se me cruzan las ideas. Casi que me mareo. Y es por eso que me trabo... Mi cabeza parece el estadio de Roland Garros en un posible último tanto de una final de tenis. Las posibles decisiones son como un saque de Nadal o Federer, vienen a mil y debo dar un raquetazo para responder. Pienso aceleradamente.

Lo primero que viene a mi cerebro es darme cuenta que se trata de una decisión ética, es decir que debo resolver que hacer haciendo una breve reflexión. La ética es eso, pensar como decido teniendo en cuenta mi moral, mis costumbres, saberes y pautas de conducta.

Estas de acuerdo? Voy bien?
No escucho tu respuesta y debo decidir! Continúo mi pensada. Hago memoria y me acuerdo del colegio. Hermanos Maristas y sus lecciones religiosas. “No robarás”. Es un “Mandamiento”. Pero la verdad es que hace tiempo que decidí no tomar mis decisiones por lo que “Manda” la religión. Mis decisiones no las tercerizo. Dependen de mí. No de un tercero que manda, aunque se llame dios y haya entregado sus órdenes de conducta hace más de 3000 años atrás en la primer “tablet” que bajo información de la “nube” (porque alguien me dijo que el amigo Moises recibió una “tabla” con las instrucciones que debíamos seguir los seres humanos y que la bajó del cielo, es decir de las nubes...).

Me distraigo pero tengo claro una cosa: descarto la bajada de línea de lo religioso para saber que hacer con la billetera que tengo debajo del culo. No voy a decidir por qué un dios me va a castigar si incumplo sus instrucciones de “juego de la vida” o, lo que es peor, tampoco voy a decidir por el soborno que significa que me ofrezcan un premio en un paraíso “All inclusive” si actúo de acuerdo a sus reglas. No me gusta tener que hacer las cosas por promesas corruptas de eventuales premios.

Dejo definitivamente la religión de lado y llega otra idea, con la fuerza de la zurda de Nadal. Me acuerdo de Kant y de su regla de oro: el “imperativo categórico”. El amigo Immanuel decía que debes obrar con una regla de conducta propia, que tú definas, como si fuera una ley universal, es decir, que tomes decisiones de acuerdo a una norma que tenga aplicación para todo el mundo. Esta idea de Kant siempre me gustó. Pienso ahora que mi decisión de devolver o no devolver la billetera no la adopté porque ese dios que antes mencioné me esta mirando por una fabulosa cámara oculta y me pueda castigar. No. Como ya dije no creo en las cámaras ocultas divinas. Yo quiero decidir no por el castigo sino por lo que implica mi decisión como parámetro aplicable a todos los que deban resolver esta cuestión. Lo explico mejor (y sé que me queda poco tiempo): si la situación fuera al revés, y fuera yo el que me levanto de mi asiento del subte y se me cae la billetera sobre un asiento, quisiera que el ser humano que la encuentre tome la misma decisión que yo voy a adoptar ahora, porque aplica esta regla que voy yo a construir con mi decisión. ¿Se entiende? Lo que quiero decir es que mis decisiones se adoptan con carácter legislativo, es decir, convierto su fundamento en ley para todos. No adopto mi decisión solo por quedarme o devolver la billetera, sino para que en el futuro quien le toque decidir una cuestión similar, aplique un mismo criterio que yo interpreto como justo independientemente que yo sea hoy el que debo resolver. Es decir, intento aplicar criterios de justicia objetivos.

Bien. Es un primer paso. Algo emparentado con el fundamento de no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti. Pero también recuerdo que a Kant lo criticó el Utilitarismo y le dijo que no siempre los criterios correctos son los universales sino que deben adoptarse a la situación creada y a sus consecuencias. Rápidamente recuerdo la polémica entre Constant y Kant cuando este último estaba a favor de revelar el lugar donde se encontraba oculto un amigo a un grupo de malhechores que lo perseguía para matarle. Para Kant la ley universal era no mentir y aún en este caso debía aplicarse. Kant era un extremista de su imperativo. Pero Constant y los utilitaristas fueron más flexibles: no debía aplicarse esta ley si el daño era consecuencia de su aplicación sin adaptación a las circunstancias. Lo que el utilitarismo viene a decir es que el imperativo categórico tiene un límite y depende de una lectura integral del tema en debate.

Mi cabeza hierve. No tengo mas tiempo. Las puertas del subte se abren y yo debo decidir. Devuelvo o no devuelvo la billetera. Que harías vos?

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