La sociedad argentina no comprende su problema educativo. Las familias de nivel socio económico bajo están absolutamente desbordadas, la clase media percibe la enorme dificultad pero interpreta que las consecuencias no le alcanzan integralmentey la clase alta parte de una interpretación similar a la que le suma su auto engaño pensando que tiene solucionado el problema porque paga sumas altas por la educación de sus hijos e interpreta que sonproporcionales a aprendizajes de la misma “altura”(a pesar que los informes internacionales dicen lo contrario). En los tres casos, y con pocas excepciones que confirman la regla, hay poca acción por la educación. No hay una demanda de la clase dirigente ni de la sociedad en general por cambios y mejoras verdaderas o por mayor inversión o porque se cumpla la ley. Por eso para los políticos no es prioridad. Se los interpela por la falta de desarrollo, por la inseguridad o por los bajos salarios pero por la causa de esos problemas, por la baja calidad educativa, pocos reclamos y pocos esfuerzos serios. Muy pocos a pesar de la gravedad de la situación. Es por ello que se hace necesario reflexionar. Y esta necesidad se convierte en urgente luego del impacto de la pandemia. ¿Por qué? Porque estamos frente a un escenario de “tormenta perfecta”. ¿Qué significa esto? Que se ha configurado un contexto extremadamente preocupante para la educación nacional. En primer lugar por el impacto a nivel mundial que ha tenido el COVID-19. La reciente manifestación del Secretario General de Naciones Unidas anticipando que las consecuencias de la epidemia configuran una situación de “catástrofe generacional para los aprendizajes de los menores”y la declaración de UNICEF de “emergencia mundial educativa” son lo suficientemente elocuentes para entender la magnitud del problema y comprender que Argentina es uno de los países frágiles que se incluyen entre los más afectados en este contexto. En segundo lugar por el incremento del índice depobreza entre menores de edad de nuestro país que, obviamente, impactará en mayor inequidad educativa local (Unicef Argentina estimó que el 62,9% de niños, niñas y adolescentes de 0 a 18 años estará en condiciones de pobreza para diciembre de este año). Y en tercer término, las debilidades educativas del país previo al Coronavirus que ya mostraban un sistema muy desigual, donde no se cumplía el financiamiento previsto en la ley y donde la mayoría de los estudiantes abandonaba los estudios obligatorios y no aprendía lo suficiente. Estas tres circunstancias,de por sí, nos dan una pauta de la gravedad del panorama. Pero el punto crítico de esta reflexiónnecesita subir un escalón más en el análisis y desentrañar el riesgo real que supone para la Argentina las consecuencias de su problema educativo. Veamos el tema despacio.
Pese a avances legislativos importantes de los últimos quince años y a la expansión de la escolarización en los tres niveles (dos aspectos no menores que deben ser valorados), nuestro país enfrenta hoy una enorme deuda educativa en cantidad, calidad y equidad:
En síntesis, los datos educativos aludidos reflejan una amenaza grave para nuestro país que no se percibe como tal y que además se profundizará con las consecuencias de la pandemia y las condiciones previas: menos de la mitad de los hogares cuenta con acceso fijo de buena calidad de internet, casi el 80% de los docentes tiene problemas de conectividad y hay estimaciones que establecen que un millón y medio de estudiantes no regresará a la escuela(Investigador de FLACSO, Agustín Claus). ¿No configura este estado de situación una fisura, una grieta en el “edificio” llamado Argentina que no se ve? De esto se habla muy poco. Parecería que no se percibe el peligro. Por eso es necesario mostrar la falla, señalarla, identificarla. Debemos entender que estamos frente al verdadero riesgo país.Recordemos que la educación es el cimiento de la República. La finalización del secundario, según nuestra Ley de Educación Nacional (art. 30) “tiene la finalidad de habilitar a los/las adolescentes y jóvenes para el ejercicio pleno de la ciudadanía, para el trabajo y para la continuación de sus estudios”. Si el 71% de los estudiantes no lo termina en tiempo y forma y de aquellos que si lo logran finalizar, el 51% no comprende lo que lee ni puede realizar un ejercicio de matemáticas o ciencia, ¿no estamos frente a una gran falla de las condiciones mínimas para nuestra democracia, para nuestro desarrollo y para nuestra cultura? Un puente o una casa agrietada pueden venirse abajo si una rajadura se encuentra en sus columnas. ¿No es la educación una columna de nuestra sociedad? La pregunta más compleja es ¿qué podemos y que debiéramos hacer frente a este riesgo? Y para responder quiero volver a las lecciones de esta cuarentena. Uno de sus efectos principales fue la mudanza del espacio educativo. La escuela cerró sus puertas y las actividades diarias del ciclo lectivo se trasladaron “a las rodillas de madres y padres”, es decir, a los hogares donde viven los más de once millones de alumnos y alumnas del sistema obligatorio. Esto causó un cambio copernicano. Las madres, especialmente, se vieron sobre pasadas. Primer aspecto de una empatía obligatoria que tuvo, en distintas familias, dos consecuencias relevantes para el futuro de la educación nacional: 1) la toma de conciencia y la valoración de la escuela como espacio necesario para la mejor educación de los menores, y 2) el reconocimiento a la tarea habitual de las maestras y maestros que se percibió en “vivó y en directo” en la tarea de suplantarlos. Pero hubo algo más que suscitó la experiencia: contribuyó a que muchos ciudadanoscomprendieran que educar integralmente no es tercerizable. Un padre no deposita a su hija en una fábrica llamada escuela para que le entreguen, pasado un tiempo, una persona educada. No, el proceso no es así. Docentes y padres comparten esta responsabilidad. Se necesitan mutuamente en este proceso. Debió llegar un virus para comprenderlo pero la alianza familia/escuela es vital para lograr mejores resultados. Pero esta toma de conciencia, por si sola, es necesaria pero no es suficiente. Las falencias son muchas y se visualizaron pero en la vorágine lo que se escucha con mayor potencia es el deseo de volver a las clases presenciales. Lo que no se escucha es la necesidad de un cambio. La vuelta no puede ser para hacer lo mismo y que los menores obtengan los mismos resultados. Justamente la segunda lección que nos deja la crisis es no volver a equivocarnos. No sería razonable que nada cambie y que pasado un tiempo el sistema nos vuelva a devolver los mismos problemas. Si la pandemia ha servido para despabilar, ahora despierta, la sociedad argentina debe actuar. Y actuar supone comprometerse con la educación, estar más cerca de los docentes y las escuelas, acompañar el proceso educativo y reclamar un cambio copernicano y un plan con metas de mejoras alcanzables, tiempos, presupuesto yresponsables. Levantar la voz. La ciudadanía debe abogar por la buena educación. Es su derecho. Por eso nació nuestra Asociación Educar 2050: para trabajar en el largo plazo y lograr mejor educación en Argentina. Si cada adulto bien educado de nuestro país se ocupara más activamente de la educación de sus hijos o nietos, yendo a los colegios, monitoreando, colaborando, estando cerca y especialmente reclamando cuando hay que reclamar ¿estaríamos así? Es absolutamente lógico que pidamos el cumplimiento de los deberes de cada Estado provincial pero debemos hacer algo más. Debemos pedir un cambio en el cómo y en el qué se enseña y aprende y pedir que el centro de todos los objetivos sea el alumno y su derecho de aprender. Y debemos participar del proceso. De lo contrario el riesgo se incrementará y la “construcción” amenazada por la grieta aludida puede colapsar. “A veces la gente no quiere escuchar la verdad porque no quiere que sus ilusiones se vean destruidas” decía Friedrich Nietzsche. Pensémoslo. Sarmiento nos enseñó que “Todos los problemas son de educación”. El riesgo país es no querer verlo.
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