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¿Qué queda al morir?


¿Qué queda al morir?

“Después de todo la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida”
Mario Benedetti (1920-2009)

Todo el mundo sabe que va a morir. Es ley inexorable de vida. Frente a esta verdad irremediable los seres humanos hemos adoptado básicamente dos teorías: una es la que entiende la muerte física como comienzo de una vida distinta; la otra es la que acepta la muerte como el final, sin reconocer otra vida posible. La primera se basa en la fe y es sostenida por diferentes religiones que, con matices, sostienen que existe esta “otra” vida después de la muerte, ya sea en el Paraíso o en el Infierno como “vida eterna”; y hay hasta algunas creencias que sostienen que al morir nace una vida distinta en una reencarnación. Son, como dijimos, expresiones y dogmas religiosos cuyo fundamento no es la razón sino la fe. La segunda postura, que no cree en otra vida después de la muerte, analiza el tema desde la realidad del fin de la existencia física: el fallecimiento es el final y no hay otra oportunidad. Fin es fin. Pues bien, en este marco quiero detenerme en esta Entrada a analizar la segunda posición. Con toda humildad y absoluto respeto, entiendo que los creyentes crean, pero me parece importante un análisis profundo de la postura de los que no creen en otra vida, es decir, un análisis del punto de vista de aquellos que miran la realidad fáctica y dicen: “la muerte es el punto final; todo terminó”. ¿Es esto así? Vamos a ver. Quienes sostienen esta opinión son conscientes y aceptan que luego del fallecimiento de un ser humano en esta tierra queda su cuerpo (y, en su caso, las cenizas), quedan sus pertenencias (igual que lo anterior, no en todos los casos), queda también su patrimonio, su herencia, sus familiares y amigos -nuevamente, en su caso- y en términos generales y amplios, para abarcarlo todo, quedan los recuerdos de hechos e influencias de quien partió. Estas cosas quedan, no se van, puede decirse que no mueren, que sobreviven. Y decir que continúan es decir que hay algo que, aún muerto un ser querido, un amigo o un ser humano que no conocimos, hay algo de él que continúa con vida, que permanece, trasciende, y que hasta se transforma y evoluciona. Me refiero especialmente a esto que he dado por llamarle en términos muy genéricos “las influencias del que partió”, que no son otra cosa que los efectos que él o ella causaron en las personas que conoció (y a veces también en las que no conoció). Viéndolo desde este punto de vista la muerte no es el fin de todo. Es sólo el fin del cuerpo, es el fin de una mente que pensaba y, quizás lo más importante, es el fin de la comunicación de aquel que ya no está. Pero eso no quiera decir que todo murió. Él o ella ya no están para expresar sus ideas, sus peticiones, sus deseos. Pero eso no quiere decir que no hay algo de quien murió que no murió. Y esto quiere decir que la muerte física de una persona no es su muerte total. Hay algo que le sobre-vive. Y ellas son sus influencias, sus recuerdos, sus mensajes. Ellos siguen generando impacto y esto quiere decir que gozan todavía de buena salud: están con vida. Son algo así como el día de ayer que murió, o que nuestra infancia que se fue, pero que sin embargo persiste en nuestro cuerpo, en nuestro recuerdo, en nuestra personalidad. Hay algo en nuestro día de hoy que tiene vigente al de ayer, y que no sería igual si no fuese por lo que sucedió. En igual sentido hoy tenemos y es parte nuestra, con vida, aquello que sucedió cuando éramos pequeños. Está hoy en nuestro carácter, en nuestra personalidad. Y así como poseemos características del pasado que murió también poseemos caracteres que heredamos de alguien que ya pasó, que ya murió pero que aún vive en nosotros. Ellos no mueren del todo. Su vida nos acompaña y no llegó a su fin. Pensémoslo despacio. Puede haber sido un profesor o una maestra que nos marcó, un abuelo, un amigo o amiga íntima, nuestros padres, un conocido, un célebre escritor o filósofo o hasta el vecino que ya no está. Lo que está presente de cada uno de ellos que han fallecido, repito, está vivo y existe en mí. Es esa influencia la que se filtró por mi cerebro, ingresó a mi mente, se mezcló en mi forma de sentir con mis argumentos, emociones y razonamientos. Y eso está allí, con vida. Lo extraordinario es que justamente el hecho de que esa influencia sigue con vida le permite evolucionar y transformarse en un pensamiento absolutamente vivo y quizás hasta distinto de aquel que defendía quien hoy no está con nosotros pero que jamás hubiese sido el mismo de no haber mediado su fuerza vital que no murió con el causante. No importa su dimensión. A veces son cosas pequeñas. Será que no mueren los gestos de ella o del que se fue, su sonrisa, sus costumbres inculcadas. No mueren las frases de un padre que le deja a sus hijos, tampoco la forma de moverse, de maquillarse o de caminar de una madre que sigue presente en la hija. Tampoco mueren los recuerdos que están y no se van y que vuelven y se muestran bailando al escuchar “su” canción, al gritar un gol o al abrazar al otro en las fiestas de fin de año. Todo ello sigue allí, nos acompaña y muestra que aun influye con vida aquel que ya no está, y que su impacto es un eslabón que sobrevive y se conjuga a pesar del morir. Nace así una larga cadena de hechos, de conductas, de influencias que vencen a la muerte física. No sabemos dónde termina y si llega a terminar. Quizás esta sea la mejor duda de la muerte: ¿Cuál es el fin y hasta donde llegan las influencias de quien ya murió? Pensemos en nuestras experiencias, pensemos en nuestros seres queridos. ¿Cuánta influencia hay hoy en usted que lee estas líneas de ese ser amado, madre, padre, amigo, hermano que hoy no está? Es usted el tenedor de esa influencia. Usted le da lugar y cobijo a esa parte de vida que murió pero que sigue presente en usted, que le acompaña, que le hace pensar y que vive en su interior. Y esto sucede en diferentes escalas. ¿Cuánta influencia viva hay hoy que sobrevivió a los grandes pensadores, a los grandes artistas, a los grandes predicadores, a los grandes deportistas? ¿Cuánto hay hoy de vivo de las ideas de Sócrates, de Aristóteles, de Hume, de Locke o de la música de Lenon y Harrison? ¿Cuánto de su influencia sigue generando cosas nuevas?¿Se puede decir entonces que esa gente murió integralmente? Obviamente me responderá que es indudable que Sócrates, Aristóteles, Locke y Harrison murieron, pero mi pregunta apunta a saber si hay algo vivo todavía de sus vidas. Quiero saber si hay algo de aquellos que ya han muerto que todavía tenga fuerza vital. Y la verdad es que debo responder que sí, que efectivamente. Si leo escritos de Aristóteles o Locke o si escucho música de Lenon o de Harrison, esa manifestación de su vida no ha muerto y toma vida cuando estoy leyendo o cuando escucho una canción. Es real. Me comunico con ellos en ese instante. Es indudable que retomo el contacto, que su influencia persiste y que en este aspecto, tienen vida. Porque al escucharlo o leerlos nuevamente volvemos a interpretar su mensaje aunque quien lo creo esté sin vida. La vida se la da el ser viviente que recibe su lectura o escucha su música. Y así como esto es muy claro en los grandes pensadores, o en los grandes y célebres escritores, actores, músicos y personalidades de la historia, ¿por qué no debiera ser igual en nuestros ancestros, o en nuestros amigos o amigas que han muerto? ¿Por qué no? Ellos y ellas también hicieron y siguen haciendo música de vida. Si antes concluimos en que todo ser humano al morir deja influencias, es lógico concluir que nadie muere del todo. Y a pesar que nos duele su partida y nos cueste amortiguar el dolor de la ausencia, su influencia está con vida. Es que lo que sobrevive muchas veces permanece oculto, sin ser descubierto. ¿Qué se yo o qué sabe usted que lee esta reflexión si la manera de caminar o la manera de patear una pelota o la intuición al amar, o su manera de expresarse no obedecen a algún pariente muy lejano que está en la línea ascendente de los seres que nos dieron vida? Puede que no reconozcamos el origen de la influencia pero eso no desvirtúa el argumento. Hay veces que decimos: “Está en nuestros genes”. Y “Gen” es la unidad de almacenamiento de información genética y de herencia que se transmite a la descendencia. Justamente el origen de la palabra viene dado por un botánico, Wilhelm Johannsen, a partir del verbo “generar” que tiene que ver con procrear, con producir vida que es lo contrario a la muerte. Pues ese gen también está en la amistad y se hereda en el cariño y en el recuerdo. Y habrá algunos casos en los que todos se hayan olvidado su nombre, que nadie ubique el origen de tal o cual conducta pero también puede ser que aun así, algo de esas influyentes personas, muertas hace mucho tiempo atrás, sea por un gen heredado o por una obra que sigue dando manifestaciones de vida, continúe viviendo, haciendo de las suyas con nuestros caracteres, con nuestras personalidades, con nuestras habilidades, con nuestras falencias. Creo, por tanto, que mucha vida queda al morir. Que hay “herencias” que superan las familiares y que quedan, que no mueren y que hay influencias, impactos, enseñanzas, argumentos, lecciones, consejos, conductas, ejemplos que le ganan la partida al final físico del ser humano porque se quedan, porque trascienden, porque no quieren morir. Viven en usted. Viven en mí. Y porque además demuestran que la pena y el dolor que sentimos cuando un ser que amamos se va, no puede compararse con la pena y el dolor que hubiese significado que ese ser no hubiese existido y que por tanto no hubiese generado estas influencias que continúan sonriéndole a la vida y celebrándola dentro de usted. Porque eso, amigo lector, eso no muere, porque eso, carajo!, continúa con vida, porque eso, deliciosa y triunfalmente es eso, lo que queda al morir, que no es otra cosa que lo que queda al vivir.

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