El problema más serio que tiene la Argentina, de cara al 2030, es su calidad educativa. La educación actual de los menores que serán ciudadanos adultos en dicho año es de muy baja calidad. Los niños, adolescentes y jóvenes en edad escolar obligatoria (de 4 a 17 años de edad) que concurren hoy a escuelas argentinas no aprenden lo que debieran. Desde hace más de una década la mayoría de los menores no termina la educación obligatoria señalada y de entre aquellos de 15 años de edad que si están en el aula, más del 50% no comprende lo que lee. Si a ello le sumamos que de acuerdo a as ultimas evaluaciones nacionales APRENDER 2016 cerca de un 70% de los alumnos del último año del Secundario no pueden resolver un ejercicio simple de Matemáticas, la gravedad de la situación se hace evidente. Pero este panorama es más doloroso aun cuando se analiza la equidad del sistema. La Argentina padece de una vergonzosa desigualdad educativa: dependiendo del lugar de nacimiento y residencia, nuestro país tiene diferentes resultados educativos, lo que quiere decir es que si a un niño le tocó en suerte ir a la escuela en Catamarca o en Santiago del Estero, obtendrá una educación de calidad netamente inferior que aquel que reside en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires o Córdoba (los resultados promedio, pruebas APRENDER 2016, de las jurisdicciones referidas así lo indican). Este enorme problema que tenemos los argentinos no distingue de clases sociales: los logros promedios de las escuelas de nivel socio educativo alto del país alcanzan el logro promedio de las peores del mundo desarrollado según se desprende de los resultados de los exámenes PISA. Ahora bien, esta situación es conocida por todos los actores de la comunidad educativa del país. Sin embargo no hay un cambio. Parecería que esta dramática situación no conmueve. Los chicos que abandonan la escuela y mueren asesinados por salir a robar armados (y drogados) no son vistos como víctimas de la mala educación. Se identifica el efecto, la inseguridad, pero no su causa, la tragedia educativa. Preferimos engañarnos. Es conocida la encuesta realizada entre padres argentinos que responden que la educación de sus hijos está muy bien pero que la educación en el país está muy mal. De alguna manera, esta respuesta sintetiza la posición de los diferentes actores del sistema: familias, docentes, sindicatos y Estado: ¨el problema no es nuestro, es de otros¨. El Estado responsabiliza al Sindicato, el Sindicato al Estado, los Docentes a los padres y así sucesivamente nos enfrentamos a una serie de argumentaciones cruzadas que nos conducen al laberinto del engaño. Teniendo en cuenta este panorama desarrollamos a continuación una propuesta de dos puntos que nos permita construir una hoja de ruta al desarrollo:
1) En primer lugar debe reconocerse el problema y no minimizarlo. Abstrayéndonos por ahora de las causas, es importante que asumamos que estamos en emergencia educativa: el riesgo de no educar ya pasó de ser un riesgo para convertirse en realidad y la Ley de Educación Nacional que desde hace más de una década garantiza ¨las condiciones materiales y culturales para que todos los alumnos logren los aprendizajes comunes de buena calidad independientemente de su origen social, radicación geográfica, género o identidad cultural¨ no se cumple (entre otras muchas que tampoco se cumplen). Asumir esta dura realidad es una obligación moral. Negarla es contribuir al engaño.
2) En segundo lugar debemos hacer todos los intentos, todos, para acordar los pasos concretos que deben recorrerse cuanto antes para salir de esta situación (y que la misma no se agrave). Llegó el momento de grandeza patriótica. No es posible que las posiciones extremas impidan trabajar juntos a representantes de los sindicatos, de los gobiernos respectivos, del mundo académico y político y de organizaciones sociales y de padres en pos de la mejora de la escuela pública. Mucho más importante que las diferencias es el futuro de la Nación. No se trata de discutir solamente el salario o el presentismo. El tema es mucho más amplio y requiere de un esfuerzo sublime de todos por escuchar y comprender las distintas propuestas y superar las diferencias en un Pacto Nacional que así como en 1983 puso en el centro a la Democracia ahora ponga en prioridad a la Educación. Es que debemos entender que es la base de la República: si este cimiento constituido por la buena educación y los valores que ella supone, no es sólido, la construcción de varios pisos que se ha construido sobre el mismo se resquebraja y el edificio llamado Argentina no es sustentable. Es por eso que reunir a estos representantes (por una semana o los días que fueren menester) en algún lugar del interior de nuestro país a trabajar exclusivamente en un acuerdo educativo, debiera resultar en un acto de madurez y responsabilidad de los adultos hacia el principal desafío que tenemos como Nación: unirnos en pos de la mejora educativa nacional.
En definitiva, en un siglo XXI de cambios copernicanos producidos por la inteligencia artificial y la tecnología, donde la incertidumbre sobre el trabajo futuro nos reclama a gritos aprender a aprender, los argentinos debemos dejar las diferencias de lado, poner el foco en el aprendizaje y salir del engaño educativo: la culpa no la tiene el otro. Nietzsche decía que ¨a veces la gente no quiere escuchar la verdad porque no quiere que sus ilusiones se vean destruidas¨. Pero las falsas ilusiones se protegen con un cristal muy fino para una pesada realidad que termina destrozando en mil pedazos la ficción que ellas suponen: Argentina no aprende y sin buena educación no es viable.
1) En primer lugar debe reconocerse el problema y no minimizarlo. Abstrayéndonos por ahora de las causas, es importante que asumamos que estamos en emergencia educativa: el riesgo de no educar ya pasó de ser un riesgo para convertirse en realidad y la Ley de Educación Nacional que desde hace más de una década garantiza ¨las condiciones materiales y culturales para que todos los alumnos logren los aprendizajes comunes de buena calidad independientemente de su origen social, radicación geográfica, género o identidad cultural¨ no se cumple (entre otras muchas que tampoco se cumplen). Asumir esta dura realidad es una obligación moral. Negarla es contribuir al engaño.
2) En segundo lugar debemos hacer todos los intentos, todos, para acordar los pasos concretos que deben recorrerse cuanto antes para salir de esta situación (y que la misma no se agrave). Llegó el momento de grandeza patriótica. No es posible que las posiciones extremas impidan trabajar juntos a representantes de los sindicatos, de los gobiernos respectivos, del mundo académico y político y de organizaciones sociales y de padres en pos de la mejora de la escuela pública. Mucho más importante que las diferencias es el futuro de la Nación. No se trata de discutir solamente el salario o el presentismo. El tema es mucho más amplio y requiere de un esfuerzo sublime de todos por escuchar y comprender las distintas propuestas y superar las diferencias en un Pacto Nacional que así como en 1983 puso en el centro a la Democracia ahora ponga en prioridad a la Educación. Es que debemos entender que es la base de la República: si este cimiento constituido por la buena educación y los valores que ella supone, no es sólido, la construcción de varios pisos que se ha construido sobre el mismo se resquebraja y el edificio llamado Argentina no es sustentable. Es por eso que reunir a estos representantes (por una semana o los días que fueren menester) en algún lugar del interior de nuestro país a trabajar exclusivamente en un acuerdo educativo, debiera resultar en un acto de madurez y responsabilidad de los adultos hacia el principal desafío que tenemos como Nación: unirnos en pos de la mejora educativa nacional.
En definitiva, en un siglo XXI de cambios copernicanos producidos por la inteligencia artificial y la tecnología, donde la incertidumbre sobre el trabajo futuro nos reclama a gritos aprender a aprender, los argentinos debemos dejar las diferencias de lado, poner el foco en el aprendizaje y salir del engaño educativo: la culpa no la tiene el otro. Nietzsche decía que ¨a veces la gente no quiere escuchar la verdad porque no quiere que sus ilusiones se vean destruidas¨. Pero las falsas ilusiones se protegen con un cristal muy fino para una pesada realidad que termina destrozando en mil pedazos la ficción que ellas suponen: Argentina no aprende y sin buena educación no es viable.
Comentarios
Publicar un comentario