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¿Tiene sentido vivir? Cuatro escalones para responder

Comencemos por analizar el planteo que la pregunta supone.  ¿Qué significa que algo tenga sentido? El sentido, en el caso especifico de esta reflexión, es un significado, un motivo, una razón de ser. Generalmente el sentido de algo tiene que ver con el propósito o la intención con que ese algo fue pensado. El sentido de un paraguas tiene que ver con la intención de protegerme de la lluvia, el sentido de un reloj está ligado al propósito de medir el paso del tiempo.  Ahora bien, cuando nos interrogamos por el sentido del vivir, en abstracto, no hay intenciones detrás que no sean las propias de la existencia. Pero no quiero ir tan rápido. Veamos esto con detenimiento. 

De algún modo preguntarse por el sentido del vivir es encontrar la respuesta al para qué, es decir, es una interrogación hacia adelante, algo así (aunque no totalmente) como una duda de futuro:  ¿para qué estoy vivo?  Y la pregunta está inspirada y motivada en la búsqueda del sentido del verbo, de la acción que supone el vivir y que se desarrolla, con una mirada y con una incógnita, como dijimos, hacia el futuro pero que no deja de mirar también hacia el pasado porque fusiona y arrastra historia con otra pregunta solapada que esconde el titulo de estas líneas:  ¿tuvo sentido vivir?

Reconozcamos que cuando nos interrogamos acerca del sentido de vivir las alertas de nuestro cerebro (y quizás de nuestro inconsciente) se encienden. Hay algo de mística en la pregunta y algo de temor en la respuesta. Por eso es, entonces, que intentar responder cuestiones de esta magnitud existencial no parece una tarea fácil porque todos sospechamos que la pregunta pretende más de lo que dice. Quizás esta sea una suposición falsa pero en lo que si estamos de acuerdo es que no hay una respuesta objetiva. Está claro que definir si tiene sentido vivir no es un capítulo de una ciencia exacta. Dependerá de lo que entendamos por vivir, de lo que interpretemos por sentido y probablemente también de nuestro ánimo en el análisis. Pero aunque la respuesta es compleja si hay algunas reflexiones que podemos hacernos para contribuir a obtener ciertos parámetros que nos ayuden, nada más y nada menos, a encontrar el sentido del vivir y el sentido de la vida que son dos cosas distintas aunque por cierto, muy enmarañadas. Vamos por partes. 

Volvamos a la duda existencial: qué es esto de preguntarse por el sentido de vivir? El vivir supone, como antes dejamos claro, una acción que es la de tener vida. Es decir que la razón de ser del vivir es justamente vivir y no morir que es lo opuesto, lo antagónico, el carecer de vida. Y esta, que parece una verdad de perogrullo, es toda una toma de postura filosófica: se desprende de este primer análisis que el sentido de vivir, que su razón y motivo esencial, es mantenerse vivo y vivir la vida. Y no nos estamos auto engañando con una definición cuyo significado está en la reiteración tautológica. No. Estamos diciendo que el sentido del vivir es tan simple y complejo como es el arte de vivir pero que su columna vertebral es estar vivo, es ejercer la vida. 

Este es el primer escalón del análisis. Pero para entender y comprender con algo más de claridad los concepto tan ligados que estamos analizando, conviene ahora detenernos en la segunda parte de la cuestión:  ¿tiene sentido ejercer la vida? o hasta en forma más directa:  ¿tiene sentido la vida?

Esta segunda pregunta supone un escalón más: ya no nos interrogamos por el sentido de un verbo sino de un sustantivo, la vida. Y la vida no es algo detenido en el tiempo. Es algo que se construye diariamente. Cuando nosotros fabricamos un objeto su sentido tiene que ver con el fin para el cual fue pensado. Lo vimos antes con el paraguas y el reloj.  El sentido de un vaso es para tomar agua o un líquido (por más que alguien lo llene de arena, o lo use de cenicero o de objeto volador). Es decir su razón de ser es la apuntada,  el vaso está hecho para tomar una bebida.  Algo similar pasa con una silla: su sentido es que sea utilizada para sentarse por más que alguien la use para pararse encima o como escudo o arma ante un eventual ataque. Pues bien, con el sentido de la vida pasa algo similar. La vida es como el vaso y la silla. Lo diferencia es que su proceso de construcción es continuo y no termina sino el día de su muerte. Es por ello que su sentido se ejerce con la vida misma, con su ejercicio ya que la intención, el propósito propiamente dicho es sobre-vivir de la manera que cada uno decide, día a día, hora a hora. En ese proceso continuó está el sentido. Y es por eso que en esa continuidad el ser humano toma decisiones que conforman la razón de ser personal de cada cual. Por tanto, el sentido de la vida es vivir subjetivamente la historia íntima y personal de cada uno, la que le haga sentido.  Y la vida como el vaso o la silla da para muchos usos y todos puede que tengan sentido...en la historia personal de cada individuo, aunque no quizás para la mayoría (pero esta es otra reflexión que da para otra Entrada...). 

Bien. Subimos otro escalón. Dijimos que el sentido de vivir es el de un verbo, y en este caso esa acción es ejercer la vida. Ese fue el primer escalón. Y dijimos también que el sentido de ese ejercicio que llamamos vida se define todos los días al construir nuestra hoja de ruta, nuestra historia, precisamente nuestra hoja de vida. Segundo escalón de la reflexión. Ahora bien, uno puede darle vueltas a otras consideraciones sobre el sentido de MI vida, o a la vida de Fulana o Sutano, pero allí se apunta a algo más que al sentido de la vida, se apunta a la conducta del que vive, al significado de lo que ha sido su historia, o su legado, a su profesión, a su familia o a otras cosas anexas pero la pregunta es distinta: ya no se apunta al sentido general de la vida sino al particular sentido de la vida de un ser humano determinado. Es por eso que se confunde el sentido del vivir y de la vida en general con el sentido particular de la vida de un hombre o mujer. Este sería un tercer escalón. Miremos esto último con más detalle.  

Cuando se pregunta por el sentido de la vida personal de un ser humano se apunta a un juicio de valor. Y esta puede ser una pregunta que nos hagamos a nosotros mismos en presente: ¿cuál es el sentido de mi vida? ¿tiene sentido lo que estoy haciendo con mi existencia? O también puede ser que nos hagamos la misma pregunta pero referida a terceros e inclusive apuntando al pasado: ¿tuvo sentido la vida de mi padre? 

Y como antes adelantamos este tipo de preguntas intentan valorar. Su objetivo es juzgar si lo que estoy o está haciendo fulano o lo que hice o hizo o hará mengana tiene o no tiene sentido. Y comencemos por señalar que juzgar o valorar el sentido de la vida de otro es una invitación al error. Por mayor cercanía que tengamos con el otro, por mayores datos e información es prácticamente imposible valorar la razón de ser de una vida ajena. Podremos acercar nuestra mirada, podremos hacernos una idea de intenciones y propósitos, podemos odiar o admirar, pero la capacidad de valorar integralmente el sentido de una existencia es de quien existe o habrá sido de quien dejó de existir por que ese juicio es personal y subjetivo.  Esto nos conduce, casi sin que nos demos cuenta, al cuarto escalón de esta reflexión: nuestra vida misma. 

Y siendo personal e íntima la posibilidad que cada uno de nosotros tiene de hacer una evaluación sobre el sentido de su propia vida, justamente es individual. Cada uno decide. Solo me animo a sugerir que puede ayudar en el proceso tener claro dos cosas: 1) que responderse cuál ha sido, es o será el sentido de mi vida es un acto de sabiduría que presenta siempre una oportunidad. La razón de la misma es que supone estar con vida y tener vida es justamente sinónimo de pensar en esta oportunidad y 2) que el análisis del sentido de mi existencia, cuando lo hacemos con independencia de las religiones que sostienen una vida después de la muerte, debe hacerse con honestidad y realismo. La vida que termina con la muerte es, para los que no creemos en otras vidas del espíritu, una victoria frente a la nada, porque nacimos, crecimos y vivimos y eso significa ser y haber sido, a pesar de los sufrimientos y al cantar de los disfrutes, pero la victoria de realmente ser y de dignamente haber sido, con sus simplezas y sus dificultades, es una dulce victoria que si que tiene sentido. Eso es realismo. Porque sentimos la vida y saboreamos la existencia. Y juzgar el sentido de mi vida con honestidad es ser fiel a uno mismo. Wittgenstein decía que nada es más fácil que engañarse y es por eso que este análisis, anticipamos, no es sencillo. Nos engañaremos muchos. Erich Fromm escribió y mucho sobre La Vida Auténtica pero a mi ignorante entender ( y a mi atrevido pensar) no le dio cabida a la autenticidad del personaje que la vida siempre supone y obliga. Vivir conscientemente requiere valentía y capacidad de corrección. Porque preguntarnos por el sentido de nuestra propia vida también es vivir, esencialmente es ejercer la vida, a cada momento, a cada segundo, con mis errores y aciertos pero con mis decisiones, no con las de otros. Mi vida no es lo que sucede cuando estoy en otras cosas. Mi vida es vivir y disfrutar lo que ello supone. Con los análisis de su sentido pero con la plenitud de mi sabiduría. La única que tengo. Y mi sabiduría viene de sabor, de saber encontrarle ese exquisito sabor a vida.  Sencillamente, desde el cuarto escalón, veo que eso tiene sentido. 


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