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Laika

Hace tiempo que lo venía postergando. Siempre me interesó y de hecho hace muchos años que leo y leo sobre el tema. Pero este año me decidí y me anoté en un curso para principiantes. Quería entender los conceptos básicos, las magnitudes, las dimensiones, el tiempo y esencialmente comprender, en ese escenario, nuestro tamaño, nuestro lugar y poder hacer una referencia, un mapa mental de lo que significa. La materia que quería estudiar era Astronomía. Nada menos. Siempre me apasionó el universo, el espacio, los planetas y sus lunas, las estrellas y sus galaxias. Todo aquello que está fuera de nuestro planeta Tierra me interesó desde niño. Mi viejo me hacía mirar el cielo y de muy chico me deslumbré por las puestas de sol en el mar uruguayo donde vivía un trimestre por año, y fue allí también donde a la noche me quedaba hasta tarde mirando las estrellas y la luna. Era una fascinación especial por sus luces, por la incógnita, por el momento histórico que se vivía y por algo que me contó mamá. Yo no fui ajeno a la carrera espacial entre la URSS y USA. Del tema se hablaba mucho y yo lo veía en televisión. Recuerdo que un día mi madre me contó de una perra rusa, que se llamaba Laika que había viajado a las estrellas. Me explicó que fue el primer ser vivo que los seres humanos pusieron en el espacio. Por alguna razón especial yo quedé muy impresionado. Mamá me había dicho que la perra no había regresado y yo, sin decírselo a nadie, salía al jardín de mi casa de verano por las noches y la buscaba en el cielo. Seguramente eso contribuyó a que el espacio me atrajera. Como que siempre tuve ganas de viajar allá afuera, de salir al espacio y de mirar de más cerca ese cielo estrellado. Fueron pasando los años y las casualidades de la vida hicieron que en Julio de 1968 yo estuviera en Florida, Estados Unidos, en los mismos días en que Neil Armstrong y Buzz Aldrin estaban en la Luna. A mis 10 años no cabía en mí de alegría. Yo me sentía “parte” del Apolo 11. Compartí la felicidad de haber llegado, de alunizar. Me compré cuanta revista hablaba sobre el tema. Recortaba fotos, compraba libros. Me sentía compañero de ellos y hasta pensé en algún día ser astronauta. El tiempo y la vida me condujeron en otra dirección. Estudié abogacía y me encantó y me entusiasmé y dejé la astronomía para otro momento, aunque nunca dejé de mirar al cielo, de leer e interiorizarme sobre el universo (y de seguir buscando a Laika). Los años pasaron, me compré telescopios, le enseñé a mirar a mi mujer y mis hijos, seguí leyendo. Carl Sagan, Steven Hopkins. Visité observatorios, arreglé visitas especiales, lleve a mi familia al norte de Chile para lograr un cielo más claro y a mis amigos al Norte argentino para intentar ver y comprender algo más del universo incompresible. Y seguí leyendo. Fueron pasando más años hasta que este año me decidí. Si este 2020, el de la pandemia, comencé mi curso, feliz y curioso, absorto y atento, y hoy quiero compartir algo de esta experiencia. Nunca pretendí entender datos matemáticos, ni hacer cálculos de coordenadas o de física cuántica. Jamás llegaré a eso. Sólo pretendí fijar algunos conceptos y para hacerlo viene bien, sintetizar y escribirlo. Y es por ello que resumiré a continuación cinco puntos que me impresionaron y que me sirvieron para hacerme una primerísima idea de lo que el universo supone. Son todos datos muy elementales. Demasiado, pero sirven para subir un pequeñísimo escalón en esta escalera que permite mirar (y entender en una mínima medida) el espacio. Allá van. 1) Siempre tuve claro que nuestro planeta es un vehículo que nos transporta en un viaje anual rutinario, año tras año, alrededor del sol. Lo que no sabía era la velocidad de este vehículo ni la distancia que recorría ni el fundamento exacto del cambio de clima entre el hemisferio norte y sur. Averigüé las tres cosas: La tierra viaja a 107.000 km por hora. Va muy rápido y recorre 930 millones de kilómetro en 365 días. La razón de tener verano en Argentina y Australia y al mismo tiempo invierno en UK y Rusia no es que en un momento del año unos países están más cerca del sol y los otros no. No. La tierra gira sobre si misma por lo tanto la distancia es la misma. La razón de las estaciones es esencialmente la inclinación del planeta. La vuelta al sol se hace en forma de ovalo o elipse lo que hace que el impacto de la energía solar, por la inclinación aludida, produzca diferentes calores en uno u otro hemisferio. Si no estuviese inclinada mantendríamos esencialmente la misma temperatura en todo el planeta todo el año. Por eso es que en las región del ecuador el clima es tropical durante todo el año porque los rayos del Sol se proyectan de manera directa, sin demasiadas alteraciones, porque el ecuador no se inclina. 2) Lo explicado en el punto anterior es solo el punto de partida de otros datos que aprendí y que me inquietaron. Me refiero a la fragilidad y vulnerabilidad del sistema en que vivimos y a los peligros que asechan al “vehículo” Tierra que nos transporta. Veamos. De la distancia del sol y de nuestro recorrido anual depende nuestra vida. Si por algún motivo nuestro humilde planeta se acerca o se aleja del astro rey todo, absolutamente todo, cambiaría. Podríamos incendiarnos y terminar chamuscados como nuestro vecino Venus, o congelarnos como nuestro otro vecino Marte. Las cosechas no serían cosechas, las estaciones no serían estaciones, el frío, el calor, las lluvias, las tormentas, los tsunamis, los movimientos sísmicos, las inundaciones, las mareas, la energía, la duración del día y la noche, el consumo de luz, electricidad y agua, todo, repito, todo sería diferente, incontrolable y lo que es peor, invivible. ¿Y esto podría pasar? Pues que el conjunto de rocas y aguas que conforma nuestra esfera en que vivimos se mueva y cambie de recorrido claro que es una posibilidad. El Sol mismo se acerca por su expansión (y nos amenaza) y hasta un asteroide, de los millones y millones que hay en el espacio -y muchos muy cercanos a nosotros-, podría impactar y mover el “vehículo Tierra” y modificar su trayecto u órbita. Podemos comprenderlo de una manera sencilla. Cualquier medio de transporte puede chocar con algo y ser desplazado de su camino. Nuestro planeta, como antes dijimos, va a una alta velocidad, 107.000 km por hora, lo que equivale a un auto que recorre 1783 km por minuto. Cualquier desplazamiento a esa velocidad puede cambiarle el rumbo. Los asteroides, que deambulan por el espacio y que en el sistema solar se encuentran muy próximos a la Tierra (en medidas universales), lo están en un “Cinturón” especial ubicado entre las órbitas de Marte y Júpiter. Este cinturón reúnen a varios millones de estos fragmentos cósmicos. Su dimensión varía. Desde rocas de pocos metros de diámetro a rocas y gases fusionados de hasta 1000 km de diámetro, similares en tamaño a un planeta enano. La coalición de nuestro planeta con un asteroide es una constante en su larga historia de vida. Y estos impactos han producido cambios copernicanos. Los dinosaurios se extinguieron producto de las explosiones originadas luego de la coalición de un asteroide con la Tierra. Cambios climáticos son su consecuencia. Hace pocos años atrás, el 15 de febrero de 2013, uno de estos cuerpos provenientes del Cinturón mencionado, el llamado bólido de Cheliabinsk, chocó con nuestro planeta a la altura de los Urales en territorio ruso. Alcanzaron el suelo entre 4000 y 6000 kilogramos de meteoritos, incluido un fragmento de unos 650 kg que fue recuperado posteriormente en el lago Chebarkul. El bólido de fuego liberó una energía de 500 kilotones al chocar con la Tierra lo que significa una energía treinta veces mayor a la bomba nuclear de Hiroshima. De haber impacto solo unos minutos más tarde, por el movimiento de rotación de la Tierra, hubiese explotado en la ciudad de San Petesburgo, Rusia. Imaginen ustedes las características de la catástrofe mundial que nos salvamos. La cantidad de muertos y damnificados los hubiésemos contado por millones. Esta es una prueba de nuestra alta vulnerabilidad. Y también nos muestra la posibilidad fáctica que un impacto de estas características se repita. Nuestro pequeño globo terráqueo está amenazado por esta lluvia de rocas espaciales y la verdad es que en el inconmensurable cosmos somos diminutos. Extremadamente minúsculos. Prácticamente invisibles, insignificantes. Por ello es importante que hablemos de dimensiones, de distancias y de tamaños. Veámoslo en el punto siguiente. 3) La Tierra está a 150 millones de kilómetros del Sol y a 400.000 km de la Luna. Su diámetro es muy similar al de Venus, cerca de los 13.000 km, algo así como el doble de Marte. Ahora bien, para empezar a entender, en el sistema solar Júpiter es 11 veces más grande que nuestro planeta Tierra y Saturno (con sus 21 lunas) casi 9 veces mayor. Pero esto no significa nada si comparamos el volumen de nuestro planeta con la estrella que nos ilumina y da calor: en el volumen del Sol se podría poner, nada menos que un millón de esferas como la Tierra. Esto nos da una pauta que la Tierra es una roca pequeña. Pero nuestra mente no está preparada para comprender que tan pequeña es. Solo un par de ejemplos: a 1180 “años luz” de nuestro sistema solar nos encontramos con la estrella híper gigante Uy Scuty, de la Constelación del Escudo. Su dimensión comprende 5.000 millones de veces el volumen del Sol y es pequeña respecto a los Agujeros negros que la circundan. Si en este marco comparamos el tamaño de la Tierra con la Vía Láctea nos haremos una idea de lo microscópico que es el tamaño de nuestra roca esférica. Esta Galaxia, nuestra galaxia, reúne aproximadamente 400 mil millones de estrellas y seguramente más de mil millones de planetas. ¿Entendemos lo que esto implica si lo comparamos con el tamaño de nuestro mundo? Lo increíble es que aun con el enorme y descomunal diámetro de la Vía Láctea su vecina, Andrómeda, la duplica en tamaño. Y hasta acá llego para graficar las magnitudes. Veamos ahora las distancias. 4) Mencioné en el punto precedente una medida muy utilizada en astronomía: el Año Luz. ¿De qué se trata? Se trata de una unidad de distancia, una unidad de longitud, que equivale a los kilómetros que recorre la luz en 365 días. ¿Y cuántos recorre la luz en un año? Aproximadamente 9.460.000.000.000 kilómetros. ¿A qué equivale esto? Veamos un ejemplo. La Luna que está a 380.000 km de la Tierra está a un Segundo Luz (1,2) y el Sol a 500 segundos luz. Esto último equivale a algo más de 8 Minutos Luz, lo que supone que el rayo de sol que nos acaricia con su tibieza o nos ilumina con su energía partió hace 8 minutos a la velocidad de la luz de su lugar de origen y que recorrió sus 150 millones de kilómetros a una velocidad aproximada a los 19 millones de km por minuto. Muy bien. Esto nos sirve para hacernos una idea de la medida. Veamos ahora lo que supone en distancias y en tamaños. La Vía Láctea, nuestra Galaxia que antes mencionamos, tiene un diámetro de 100.000 años luz. Esto nos da una idea de tamaños. Veamos las distancias. Para darnos un marco de la enormidad del espacio entendamos lo que significan. La Galaxia Andrómeda, que está “cerca” de nuestra Vía Láctea, se encuentra a 2.500.000 años luz de nuestro planeta Tierra (recordemos que el Sol a 150.000.000 de km estaba a 8 minutos luz…). En fin, en Astronomía se han comenzado a utilizar otras medidas porque el Año Luz es “corto”. Ahora se utiliza más el Parsec (3,2 años luz) porque supone menos cifras, lo que supone medidas inconmensurables. ¿Se entiende la dimensión? 5) Y esto me lleva al quinto punto que quiero compartir con ustedes. Comprender el espacio, intentar entender el universo, hacerme una breve y hasta desprolija idea de sus magnitudes me ha llevado a pensar en el ser humano. Mi quinto punto, justamente, es una reflexión del darse cuenta. No se puede estudiar el universo sin reflexionar sobre lo que somos. De hecho los grandes filósofos griegos estudiaron la noche y sus estrellas prácticamente sin instrumentos y sacaron conclusiones notables sobre medidas, significados e implicancias de los astros en la vida de todos nosotros. Copérnico y Galileo cambiaron el mundo estudiando el cielo. Darnos cuenta de nuestra fragilidad, de nuestra pequeñez, de nuestra insignificancia tiene que ver con las dimensiones. Siendo tan minúsculos, ¿tiene sentido pelearnos entre nosotros, los habitantes de un granito de arena del desierto? Los tamaños, las distancias, los años luz, las Galaxias, los millones de millones de miles de millones de planetas, ¿no nos estarán diciendo, quiénes se creen ustedes? Creer que somos los únicos seres inteligentes que vivimos en el universo ¿no es una estupidez universal? Suponer que un Dios hizo todo esto y nos hizo a “su imagen y semejanza”, ¿no es una postura algo presumida? En fin, he aprendido muy poco de Astronomía. El empeño del Profesor no lograba mi comprensión. Los cálculos, la matemática, la física, la química no son mi fuerte y todos tienen un punto de contacto con la Astronomía al estudiar los cuerpos celestes y el origen y formación del Universo. Solo he subido un escalón para asomarme a la ventana y entender qué es lo que estoy mirando y las dimensiones y magnitudes de lo que observo. Sé también que hay un universo observable y uno no observable lo que implica que sabemos poco y que también en este supuesto el hombre es un homo non sapiens. Deducimos, calculamos, estimamos y vamos haciendo ciencia, lo que no implica saber realmente, sino empezar a saber que no es lo mismo. Pero este estudio, estas lecturas, estos cinco puntos que resumo han significado para mí un paso adelante: por las noches cuando miro al cielo ya no busco a Laika, me di cuenta que ella me busca a mí. ¿Y saben por qué? Porque cuando me contaron en clase su hazaña hubo un dato que me hizo entender el vínculo. Fue fuerte, como un recuerdo del día que mi madre me lo contó. Lo que ella no me dijo fue que Laika murió en el espacio, en esa nave espacial Sputnic 2, el día que yo nací, el 3 de noviembre de 1957.

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