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No es solo el COVID-19, es la educación

Se ha hablado mucho de los efectos del COVID-19 en la economía del país pero poco sobre su impacto real en la educación. De esto se habla poco. Pese a que nuestra Constitución Nacional garantiza a todos los argentinos desde el año 1853 el derecho de enseñar y de aprender, nuestra sociedad nunca le ha dado a la educación un lugar de privilegio en sus reclamos y tampoco le ha dado la jerarquía que si le ha dado a otros derechos humanos. Y esta es una deuda previa al coronavirus, que se refleja en problemas educativos que padecemos de cantidad, calidad y equidad. Pese a innumerables esfuerzos y a algunos avances, la mayoría de los adolescentes no logra finalizar sus estudios obligatorios, no se cumplen los 180 días de clase ni muchas disposiciones de las leyes respectivas (entre ellas la inversión obligatoria), el salario docente es muy bajo, el nivel de aprendizaje muy precario y, lo más doloroso, la desigualdad es mayúscula y dependiendo la cuna del alumno o alumna, los aprendizajes son bien distintos. Con estas complicaciones a bordo, la golpeada educación nacional navegaba en marzo pasado cuando, abruptamente, chocó con el iceberg COVID-19. La metáfora (conversada con el Ministro de Educación de Córdoba) ayuda para entender la gravedad de la situación creada. Se dispuso el lógico cierre de escuelas y las autoridades, nacionales y provinciales, hicieron un esfuerzo extraordinario para paliar la falta de preparación para la emergencia. Así fue como se recurrió a los “botes salvavidas” de programas educativos de TV y Radio, cuadernillos, plataformas y clases a distancia. Un sinnúmero de docentes, directivos, madres y padres, organizaciones sociales y voluntarios se sumaron al esfuerzo para mitigar los daños. Las escuelas y familias más preparadas sortearon los inconvenientes. Los demás no. La educación a distancia, en muchos sentidos, se convirtió en distancia con la educación. Problemas con las habilidades necesarias para el manejo de la tecnología, con la falta de dispositivos y con la conectividad se presentaron en todas las provincias. Los más desfavorecidos se vieron, una vez más, más desfavorecidos. Con sus más y sus menos, esto es lo que ocurrió estos meses. Lo preocupante ahora son las consecuencias. El hecho de no tener clases presenciales desde marzo traerá secuelas: los aprendizajes bajarán y seguramente se incrementará el abandono. Esto es lo que ocurre en el mundo. Por supuesto que también habrá consecuencias positivas: hemos aprendido mucho de clases virtuales y de una gran cantidad de herramientas innovadoras. Pero lo que no podemos negar es la dimensión de los alumnos en riesgo que hoy registra nuestro país. Según el reciente informe de UNICEF Argentina, “partiendo de un nivel de pobreza de niñas, niños y adolescentes (2019) del 53% hacia fines del 2020 la pobreza infantil podría situarse en un 58,6%”. Esto supone 7 millones de estudiantes en peligro: la emergencia los ha desligado de su escuela y sus docentes y la crisis social, económica y emocional los puede conducir, pese a sus esfuerzos, a dificultades mayores. Muchos de ellos, dando un ejemplo de resiliencia admirable, continuarán luchando por su educación. Pero hay otros para quienes la “salida” es una banda juvenil. Las drogas y la delincuencia están al acecho. Esta es una realidad que debemos enfrentar. Argentina debe estar preparada con medidas sociales, educativas y laborales para enfrentar este riesgo de abandono. No hacerlo significaría un duro golpe al derecho de esos estudiantes y al futuro de nuestra Nación que verá afectada su democracia y su desarrollo si no gestiona adecuadamente este desafío. Contra esto no hay vacuna ni barbijo. El riesgo es mayor que la pandemia. Ustedes preguntarán ¿qué podemos hacer? Por empezar: tomar conciencia y difundirlo. La emergencia no es solo sanitaria y económica, es también educativa. En segundo lugar, comprometerse. La educación no es sólo una responsabilidad del Estado, es una corresponsabilidad de los padres y de la sociedad. El COVID-19 nos lo ha mostrado a los golpes. Aprendamos la lección. Deberemos acompañar el aprendizaje de nuestros hijos, estar cerca de la escuela y sus docentes, valorar su tarea, apoyar y reclamar en su caso para lograr mejoras, y, fundamentalmente, reflexionar sobre lo que podemos hacer por la educación de aquellos que no son nuestros hijos. Esta es una enseñanza de la cuarentena: no salimos solos de nuestros problemas. Y, en este sentido, podemos unirnos y hacer de esta crisis un punto de inflexión para pedir un plan educativo integral, donde escuchemos a todas las voces y logremos consensos. Un plan que una a todo el país, con metas, financiamiento y monitoreo periódico. Esta debe ser una causa nacional. La emergencia sanitaria nos asusta por el temor a la muerte de muchos ciudadanos en el corto plazo, la educativa amenaza la salud de la República en el largo. Ahora es el momento de aprender.

Comentarios

  1. Cierto y lamentable. La crisis vino a profundizar el deterioro existente.

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