"Desilusionar: perder las ilusiones". Asi define el Diccionario de la RAE ese sentimiento tan íntimo que nace con la acción de de la desilusión. Lo que no define es lo que significa la toma de conciencia de la pérdida. ¿Por qué? Porque es muy dificil y delicado definir la ilusión que se extraía, lo que se escapa, lo que se diluye, lo que se derrumba. ¿Y porqué es tan dificil? Porque la desilusión supone darse cuenta de un error propio, personal. A veces es un error de apreciación, a veces de perspectiva y a veces supone no solo comprender sino sentir en nuestra piel, y a corazón abierto, que somos extremadamente vulnerables, frágiles, tremendamente humanos y quizás lo más doloroso: que nos hemos vuelto a equivocar. Des-ilusionarnos es una trompada a nuestro ego que nos ha impedido ver la realidad, que construyó una ficción en nuestra mente y la vistió de colores impactantes y la ilumnó con luces cegadoras. Fue asi que la esperanza se convirtió en complacencia, y su atractivo seductor en falsa verdad. Asi es la ilusión. El Diccionario de la RAE la define como "concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causado por engaño de los sentidos; ironía viva y picante". Pero quiero mirar la otra cara de la desilusión. La positiva. Desenmascarar la ilusión implica un acto de madurez, un escalón de crecimiento, un paso a la vida real. Con el dolor inmenso que la aceptación supone o puede suponer, la toma de conciencia de la verdad siempre constituye una lección de vida que nos centra en nuestro eje, que nos despabila y nos coloca en el camino correcto mostrándonos el destino equivocado al que nos conduciía la falsedad de nuestra ilusión. Y eso es avanzar. Eso es crecer. Eso es aprender a equilibrar la vida. Y quien nos permite ese equilibrio es justamente la capacidad de desilusionarnos. El carecer de esta habilidad de percepción supone una pérdida mayor. Dramáticamente mayor. Quien no se desilusiona pierde su vida en la ilusión y se prohibe corregirse. Los mejores éxitos muchas veces llegan luego de las mayores decepciones. Des-ilusionarse es también sinónimo y plataforma de lanzamiento del cambio, de la resilencia, de la garra, del trabajar por mejorar lo que hay que mejorar, del no darse por vencido, del hacer frente a la adversidad con la humildad y aceptación a las nuevas circunstancias. Nietsche decía que "a veces la gente no quiere escuchar la verdad porque no quiere que sus ilusiones se vean destruidas". Y tenía razón. Porque la verdad es compleja y poco seductora. Y la rechazamos por temor disfrazándola de esperanza y de ilusión. Pero es la verdad y la ilusión no los es. La ilusión, entendámosolo, es esencia de mentira para ser ilusión. Por eso la desilusión tiene la virtud de reajustar nuestra mente y nuestra acción a la realidad después de descubrir que las cosas no son como creíamos que eran. Eso vale la pena, cualquiera sea su dimensión. Porque las cosas pueden ser distintas a lo que creíamos pero, sin los efectos distorsivos de la ilusión, aun pueden ser muy buenas y mejores, porque son reales. Por eso el elogio.
La frase “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo” , formulada por José Ortega y Gasset en Meditaciones del Quijote (1914), constituye uno de los núcleos más vitales del pensamiento filosófico en lengua española. Ya ha sido objeto de análisis en este Blog pero reflexiones posteriores me obligan a hacer esta actualización de mi cavilación. Su potencia es tal que amerita analizarse con el paso del tiempo y reside no solo en la afirmación del sujeto como ser situado —inseparable de su contexto vital—, sino en la exigencia ética contenida en esa segunda mitad: “si no la salvo a ella no me salvo yo”. La pregunta que queda pendiente a responder es: ¿Soy yo el mismo yo el que la ha "salvado" hace diez años atrás? ¿Aquella "salvación" es la misma que haría ahora? Estas inquietudes han dado origen a esta segunda profundización sobre la frase de Ortega. Lo explico a continuación. Tradicionalmente, se ha interpretado que...
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