El día más importante para el alcohólico es aquel en que mira esa botella a su alcance y se entera que esa es su dificultad, que allí se originan sus delirios, que de allí nace su tristeza. Aceptar nuestros problemas y tomar conciencia de sus orígenes es, quizás, el primero y el más importante de los pasos a dar para alejarnos de los dolores, a veces ocultos en nuestro inconsciente, que la no aceptación supone. Y un ejemplo claro de aquellas causas de infelicidad no identificadas que deben superar muchos seres humanos es la del miedo al “qué dirán”.
¿Qué quiero decir con esto? Pues que hay más gente de la imaginable que, sin percatarse, vive esta vida costándole mucho despegar, sin tomar la decisión de enfrentar y destruir los eslabones de una cadena gigante que su cultura ha creado en su mente: la del temor a lo que los demás piensen de su conducta. Veamos el tema con más profundidad.
Todos hemos sido formados en valores. A través de nuestros padres, nuestros hermanos, de los ejemplos que palpamos, de los discursos de nuestros educadores y de la influencia de nuestros amigos y conocidos. Pero el proceso de formación no es puro. Depende de la nobleza de aquel que fue nuestro Maestro. Puede que, consciente o inconscientemente, este haya sido un manipulador más que un profesor objetivo. Manipular, en este caso, es sinónimo del intento de manosear, manejar y maniobrar cerebros para que actúen de aquella forma como el manipulador pretende. Y eso, justamente, no es educar en valores. Es precisamente lo contrario. Educar en principios supone precisamente el respeto al educado y contempla dos fases trascendentes: 1) la transmisión objetiva del valor con sus argumentos y razones que le originan y 2) la interpretación, adaptación y decisión por parte del educado de la valía del valor en cuestión.
Pues bien, uno de las transmisiones arteras que muchos educadores han efectuado es la de educar en el miedo, en el temor al qué dirán los demás de nuestro proceder en la vida. Lo que lamentablemente, en muchos casos, han logrado estos Maestros del Terror es que muchos seres humanos se auto construyan muros invisibles, jaulas o cárceles a sus deseos, que por más que esporádicamente lo intenten, no pueden superar. Son, y perdonen lo doloroso y gráfico del ejemplo, como aquellos collares eléctricos que se colocan a los perros para que no vayan más allá de los límites de su dueño ya que cuando por su instinto saltan la frontera, una descarga eléctrica en su cuello les “indica” que esto no puede hacerse… La metáfora me duele y me indigna. La gran pregunta que usted que está leyendo estas líneas se hará es “¿Y bien, cómo se supera este temor al qué dirán?”. Veamos si podemos responderlo.
Quizás la primera medida ya está descripta: se trata de identificar y tomar conciencia que una persona tiene miedo de la opinión de los seres cercanos, aquellos que forman su círculo familiar y de “amistades” que le rodean. Es que hay que tomar conciencia que este miedo es opresivo y atrofia el crecimiento. Darse cuenta de esto significa entender que sin enfrentar este temor será dificil lograr aquello que es en la vida importante para el que teme y le será imposible ejercer su libertad que le permite el acceso a la verdadera felicidad porque para ser feliz es necesario que nuestro modo de vivir se base en lo que somos y no en los gustos de aquellos vecinos de nuestra existencia. Reconocer que tenemos temor a algo es, como en el alcholico que mencionabamos al comienzo, el primer paso para la victoria en la pelea con el miedo. Aceptar el factor del pánico es quizás la primer trompada en el rostro que se le da a aquella circunstancia que nos da pavor. Y dársela al “miedo al que dirán” es un avance extraordinario pero no suficiente.
El segundo paso es pasar a la acción, decidir, actuar, hacer. Aquellas personas que escapan a la tiranía de la opinión de los demás lo hacen actuando, moviéndose, volando. Suben al escenario de la vida y bailan, cantan, gritan y se convierten en protagonistas de si mismos. Echan a las patadas al que estaba conduciendo su “vehículo”, el de su propiedad, el de su vida, y dejan el lugar de acompañante que tenían para convertirse en conductores de su destino. Puede que empiecen despacio, puede que algunos lo hagan de golpe, pero la importancia no es la velocidad sino la convicción. Los constructores del temor no cejarán sus ambiciones ante esta primer trompada aludida e intentarán vovler a manipular sus destinos. Es por ello que la decisión del sujeto del miedo debe continuar con su camino, inexorable. Esa es la única forma que permite a las aves volar: extender las alas y disfrutar el viento.
Y el tercer paso decisivo para vencer el temor al "qué dirán" es disfrutar del paseo de la vida, disfrutar del paseo que yo, y solo yo, quiero dar. A pleno. Con aquellos que quiero estar, con quienes quiero compartir, con quienes me hacen bien, con quienes amo desde el caracú de sus huesos hasta las ideas de su cabeza. A cada instante. A todo volúmen para que acalle y no preste oidos a las tonteras que algunos equivocados dirán. Es que precisamente de eso se trata: de disfrutar nuestros deseos, de saborear la vida siendo consciente que se acaba, que el tiempo pasa y que la muerte llegará. Vivir sin miedo es también aprender a morir y enamorarse de cada día es cuidarse para paladerla más y más. Trocando temores por cuidados. Y entretejiendo sueños y proyectos para lanzarse a una pileta que rebalse de todos ellos. Con el entusiasmo bien alto. Interesado por muchas cosas porque será asi que más oportundiades de felicidad tendré y menos expuesto quedaré a los caprichos del fracaso y de aquellos hipocritas y mediocres que conforman el que dirán.
Asi será como se gana la batalla al temor a la opinión de los otros. Es que volando alto, como en los aviones, se vive mejor y al final del día nos damos cuenta de la verdad que vemos: los otros han quedado abajo y son muy pequeños...
¿Qué quiero decir con esto? Pues que hay más gente de la imaginable que, sin percatarse, vive esta vida costándole mucho despegar, sin tomar la decisión de enfrentar y destruir los eslabones de una cadena gigante que su cultura ha creado en su mente: la del temor a lo que los demás piensen de su conducta. Veamos el tema con más profundidad.
Todos hemos sido formados en valores. A través de nuestros padres, nuestros hermanos, de los ejemplos que palpamos, de los discursos de nuestros educadores y de la influencia de nuestros amigos y conocidos. Pero el proceso de formación no es puro. Depende de la nobleza de aquel que fue nuestro Maestro. Puede que, consciente o inconscientemente, este haya sido un manipulador más que un profesor objetivo. Manipular, en este caso, es sinónimo del intento de manosear, manejar y maniobrar cerebros para que actúen de aquella forma como el manipulador pretende. Y eso, justamente, no es educar en valores. Es precisamente lo contrario. Educar en principios supone precisamente el respeto al educado y contempla dos fases trascendentes: 1) la transmisión objetiva del valor con sus argumentos y razones que le originan y 2) la interpretación, adaptación y decisión por parte del educado de la valía del valor en cuestión.
Pues bien, uno de las transmisiones arteras que muchos educadores han efectuado es la de educar en el miedo, en el temor al qué dirán los demás de nuestro proceder en la vida. Lo que lamentablemente, en muchos casos, han logrado estos Maestros del Terror es que muchos seres humanos se auto construyan muros invisibles, jaulas o cárceles a sus deseos, que por más que esporádicamente lo intenten, no pueden superar. Son, y perdonen lo doloroso y gráfico del ejemplo, como aquellos collares eléctricos que se colocan a los perros para que no vayan más allá de los límites de su dueño ya que cuando por su instinto saltan la frontera, una descarga eléctrica en su cuello les “indica” que esto no puede hacerse… La metáfora me duele y me indigna. La gran pregunta que usted que está leyendo estas líneas se hará es “¿Y bien, cómo se supera este temor al qué dirán?”. Veamos si podemos responderlo.
Quizás la primera medida ya está descripta: se trata de identificar y tomar conciencia que una persona tiene miedo de la opinión de los seres cercanos, aquellos que forman su círculo familiar y de “amistades” que le rodean. Es que hay que tomar conciencia que este miedo es opresivo y atrofia el crecimiento. Darse cuenta de esto significa entender que sin enfrentar este temor será dificil lograr aquello que es en la vida importante para el que teme y le será imposible ejercer su libertad que le permite el acceso a la verdadera felicidad porque para ser feliz es necesario que nuestro modo de vivir se base en lo que somos y no en los gustos de aquellos vecinos de nuestra existencia. Reconocer que tenemos temor a algo es, como en el alcholico que mencionabamos al comienzo, el primer paso para la victoria en la pelea con el miedo. Aceptar el factor del pánico es quizás la primer trompada en el rostro que se le da a aquella circunstancia que nos da pavor. Y dársela al “miedo al que dirán” es un avance extraordinario pero no suficiente.
El segundo paso es pasar a la acción, decidir, actuar, hacer. Aquellas personas que escapan a la tiranía de la opinión de los demás lo hacen actuando, moviéndose, volando. Suben al escenario de la vida y bailan, cantan, gritan y se convierten en protagonistas de si mismos. Echan a las patadas al que estaba conduciendo su “vehículo”, el de su propiedad, el de su vida, y dejan el lugar de acompañante que tenían para convertirse en conductores de su destino. Puede que empiecen despacio, puede que algunos lo hagan de golpe, pero la importancia no es la velocidad sino la convicción. Los constructores del temor no cejarán sus ambiciones ante esta primer trompada aludida e intentarán vovler a manipular sus destinos. Es por ello que la decisión del sujeto del miedo debe continuar con su camino, inexorable. Esa es la única forma que permite a las aves volar: extender las alas y disfrutar el viento.
Y el tercer paso decisivo para vencer el temor al "qué dirán" es disfrutar del paseo de la vida, disfrutar del paseo que yo, y solo yo, quiero dar. A pleno. Con aquellos que quiero estar, con quienes quiero compartir, con quienes me hacen bien, con quienes amo desde el caracú de sus huesos hasta las ideas de su cabeza. A cada instante. A todo volúmen para que acalle y no preste oidos a las tonteras que algunos equivocados dirán. Es que precisamente de eso se trata: de disfrutar nuestros deseos, de saborear la vida siendo consciente que se acaba, que el tiempo pasa y que la muerte llegará. Vivir sin miedo es también aprender a morir y enamorarse de cada día es cuidarse para paladerla más y más. Trocando temores por cuidados. Y entretejiendo sueños y proyectos para lanzarse a una pileta que rebalse de todos ellos. Con el entusiasmo bien alto. Interesado por muchas cosas porque será asi que más oportundiades de felicidad tendré y menos expuesto quedaré a los caprichos del fracaso y de aquellos hipocritas y mediocres que conforman el que dirán.
Asi será como se gana la batalla al temor a la opinión de los otros. Es que volando alto, como en los aviones, se vive mejor y al final del día nos damos cuenta de la verdad que vemos: los otros han quedado abajo y son muy pequeños...
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