Un gran guru hindú confesó que en su infancia fue educado en su casa por un tutor. El Maestro fue impuesto por sus padres. Este particular docente usó una peculiar manera de "permitir jugar". Marcaba con tiza en el suelo un gran circulo, dentro del cual sentaba al pequeño con sus juguetes y por horas (a veces horas y horas) lo abandonaba en ese espacio no sin antes decirle: "haz lo que quieras en este circulo pero siempre adentro, nunca lo cruces! y si llegas a salir los Monstruos sagrados de la India te comerán vivo".
Fea forma de educar. Manipuladora, indignante por la utilización del miedo como martillo que moldea una personalidad: a los golpes, a los sustos. Pero no es muy diferente de la que muchos de nosotros hemos recibido, donde la tiza y el circulo fue reemplazada con paradigmas que nos crearon (y que nosotros mansamente) aceptamos. El gráfico del circulo ejemplifica el poder de un paradigma. Ellos operan como límites, como una poderosa celda que nos rodea por completo y nos restringe. Nuestra forma de pensar no puede trasvasar esa frontera virtual que nos encierra y reprime. Y su poder esta en sus cimientos. La celda se construyó apoyada en dos materiales sólidos: el miedo y el disfraz.
El primer material, la generación del terror, viene de la mano de una gran manipulación formativa que se coló sutilmente instalados en nuestros cerebros, ya sea por la enseñanza de preceptos religiosos o por definiciones talladas en nuestro "madera" por terceros que nos crearon un concepto riguroso de lo que esta bien y de lo que esta mal, con poco fundamento racional (o casi nada) pero con una enorme cuota de verdades reveladas que no pueden ser discutidas bajo pena del pavor a que los "monstruos exteriores" nos devoren (algo así como mostró la genial película The Truman Show con el pánico creado en el protagonista al tocar el agua que rodeaba su isla).
Y el segundo material, tan solido como el miedo, es el disfraz del paradigma. Este no se deja ver. Se esconde detrás de elucubraciones propias que nos engañan para creer que nuestros principios son absolutamente correctos y que una de sus principales virtudes es que son inmodificables. Es que los que así piensan son categóricos al afirmar que es bueno que nos jactemos de lo que pensamos y que es mucho mejor no cambiar. "Habrase visto! Yo estoy muy seguro de mis limites y no me voy a mover frente a tentaciones estúpidas que me quieren modificar y abrir el cerebro. No. No se los voy a permitir. Sus excusas sobre las virtudes del cambio y las bondades que este permite son justificaciones a una invasión que no voy a tolerar!. Aquí me quedo y nada de saltar círculos de tiza!". Esta seria, con matices y hasta con algo de ironía, el argumento típico de quien no quiere salir de la celda de su paradigma.
Lo que nunca va a reconocer esta persona es que su voluntad a quedarse encerrado se basa en el pavor al cambio, en la seguridad de su zona de confort y en su incapacidad de confesar que ha sido engañado. A el o a ella no. A ellos nadie le hizo trampa...(o la trampa se la hicieron ellos?...)
Pues bien, hasta aquí la descripción de paradigma, de su entorno, de sus barrotes invisibles para aquellos no videntes voluntarios que confirman la sabia frase que señala que "no hay peor ceguera de aquel que no quiere ver". Y es triste porque entre estos seres hay mucha gente buena que no percibe el error. Nada es mas fácil que engañarse (decía Ludwig) ni peor que no ceder al engaño por soberbia. Es que se necesita de mucha humildad y de una cuota gigantesca de valentía para darse cuenta que no es el sol el que gira en rededor nuestro y reconocer que nuestros paradigmas nos tienen enjaulados y nos dirigen tal como a una marioneta la dirigen los hilos que vienen de las alturas...y no se ven.
Mucho coraje y modestia, materiales que no abundan en plaza, y muchas ganas de vivir bien, a pleno, para usar de borrador gigante y terminar con los círculos de tiza de los días que nos quedan por vivir, y disfrutar.
Fea forma de educar. Manipuladora, indignante por la utilización del miedo como martillo que moldea una personalidad: a los golpes, a los sustos. Pero no es muy diferente de la que muchos de nosotros hemos recibido, donde la tiza y el circulo fue reemplazada con paradigmas que nos crearon (y que nosotros mansamente) aceptamos. El gráfico del circulo ejemplifica el poder de un paradigma. Ellos operan como límites, como una poderosa celda que nos rodea por completo y nos restringe. Nuestra forma de pensar no puede trasvasar esa frontera virtual que nos encierra y reprime. Y su poder esta en sus cimientos. La celda se construyó apoyada en dos materiales sólidos: el miedo y el disfraz.
El primer material, la generación del terror, viene de la mano de una gran manipulación formativa que se coló sutilmente instalados en nuestros cerebros, ya sea por la enseñanza de preceptos religiosos o por definiciones talladas en nuestro "madera" por terceros que nos crearon un concepto riguroso de lo que esta bien y de lo que esta mal, con poco fundamento racional (o casi nada) pero con una enorme cuota de verdades reveladas que no pueden ser discutidas bajo pena del pavor a que los "monstruos exteriores" nos devoren (algo así como mostró la genial película The Truman Show con el pánico creado en el protagonista al tocar el agua que rodeaba su isla).
Y el segundo material, tan solido como el miedo, es el disfraz del paradigma. Este no se deja ver. Se esconde detrás de elucubraciones propias que nos engañan para creer que nuestros principios son absolutamente correctos y que una de sus principales virtudes es que son inmodificables. Es que los que así piensan son categóricos al afirmar que es bueno que nos jactemos de lo que pensamos y que es mucho mejor no cambiar. "Habrase visto! Yo estoy muy seguro de mis limites y no me voy a mover frente a tentaciones estúpidas que me quieren modificar y abrir el cerebro. No. No se los voy a permitir. Sus excusas sobre las virtudes del cambio y las bondades que este permite son justificaciones a una invasión que no voy a tolerar!. Aquí me quedo y nada de saltar círculos de tiza!". Esta seria, con matices y hasta con algo de ironía, el argumento típico de quien no quiere salir de la celda de su paradigma.
Lo que nunca va a reconocer esta persona es que su voluntad a quedarse encerrado se basa en el pavor al cambio, en la seguridad de su zona de confort y en su incapacidad de confesar que ha sido engañado. A el o a ella no. A ellos nadie le hizo trampa...(o la trampa se la hicieron ellos?...)
Pues bien, hasta aquí la descripción de paradigma, de su entorno, de sus barrotes invisibles para aquellos no videntes voluntarios que confirman la sabia frase que señala que "no hay peor ceguera de aquel que no quiere ver". Y es triste porque entre estos seres hay mucha gente buena que no percibe el error. Nada es mas fácil que engañarse (decía Ludwig) ni peor que no ceder al engaño por soberbia. Es que se necesita de mucha humildad y de una cuota gigantesca de valentía para darse cuenta que no es el sol el que gira en rededor nuestro y reconocer que nuestros paradigmas nos tienen enjaulados y nos dirigen tal como a una marioneta la dirigen los hilos que vienen de las alturas...y no se ven.
Mucho coraje y modestia, materiales que no abundan en plaza, y muchas ganas de vivir bien, a pleno, para usar de borrador gigante y terminar con los círculos de tiza de los días que nos quedan por vivir, y disfrutar.
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