El equilibrio al hablar de sentimientos es uno de los exámenes más difíciles de aprobar. Uno piensa lo que dice y muchas veces dice lo que piensa pero cuando de sentimientos se trata la materia juega y pone en funcionamiento el combustible del corazón que literalmente bombea distinto. Y ese bombeo, precisamente, produce un nuevo combustible repleto de endorfinas que genera y realiza un cambio de control: ya no es la mente quien dirige sino ese músculo que trabaja sin cesar bombeando sin parar. Quien habla, quien piensa, quien intenta ordenar sus expresiones no es el mismo. Hubo un grupo comando que tomó la sala de conducción: se apoderó del timón y capitanea el barco. En este supuesto la persona que habla y manifiesta lo que tenga que decir no piensa articuladamente sino que da forma a las letras que el corazón expulsa. Y esa puede ser la forma más linda de poder despojar del disfraz a un te quiero por un te amo, con letras quizás grandes y desordenadas, rojas de pintura fabricada en el corazón pero sin camuflaje ni temor. Simplemente de adentro.
La frase “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo” , formulada por José Ortega y Gasset en Meditaciones del Quijote (1914), constituye uno de los núcleos más vitales del pensamiento filosófico en lengua española. Ya ha sido objeto de análisis en este Blog pero reflexiones posteriores me obligan a hacer esta actualización de mi cavilación. Su potencia es tal que amerita analizarse con el paso del tiempo y reside no solo en la afirmación del sujeto como ser situado —inseparable de su contexto vital—, sino en la exigencia ética contenida en esa segunda mitad: “si no la salvo a ella no me salvo yo”. La pregunta que queda pendiente a responder es: ¿Soy yo el mismo yo el que la ha "salvado" hace diez años atrás? ¿Aquella "salvación" es la misma que haría ahora? Estas inquietudes han dado origen a esta segunda profundización sobre la frase de Ortega. Lo explico a continuación. Tradicionalmente, se ha interpretado que...
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