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Crear con la mente. Pintar con el alma

Pablo Ruiz Picasso respiró noventa y un años. Aun hoy, ya sin respirar, vive y vivirá cientos de años más. Nació en Málaga, España, el 25 de Octubre de 1881 para morir en Francia, en su segunda patria, el 8 de Abril de 1973. Fue un genio absoluto por la dimensión de su obra, por su creatividad y por su originalidad, su rebelión a lo tradicional, su análisis e interpretación de pintores geniales y de arte histórico mezclada con vida, sea del Greco, Velazquez, Tolouse Loutrec, Van Gogh o Cezzane, arte africano o ibérico, corridas de toros o palomas al viento, desnudos, opio, surrealismo o misericordia por los que menos tienen o vida de burgués. Todo ello existió en Picasso. Fue contradicción, sufrimiento y placer. Su apellido directo era Ruiz, pero como marchó de contramano por la vida decidió algo que nadie hacía por aquel entonces: firmó sus obras con su nombre, Pablo y el apellido de su madre: Picasso (quizás como presagio de la importancia de la mujer en toda su larga vida) y así se hizo llamar a los comienzos de una carrera triunfal, cuando dijo, lacónicamente: “Soy Picasso”. Seguramente influyó en su personalidad la muerte de su hermana Concepción de cuatro años de edad cuanto el tenía diez, quizás el suicidio por amor de su íntimo amigo Casagemas cuando tenía veinte. Así se modeló Picasso a si mismo, un hombre decidido a vivir intensamente, entre dos Guerras mundiales y la Guerra Civil de su España natal, entre la opresión y el desgarro de la muerte vecina, muy presente para valorar su vida, que lo llevó a enarbolar la bandera con los colores de la libertad y el placer de celebrarla. Picasso fue muchos “Picassos”: el de la etapa azul, rosa o verde; el intelectual, el surrealista, el africano, el anarquista, el comunista, el creador del “Cubismo” y el enamorado y amante de decenas de mujeres que lo tuvieron para él oficialmente, como Fernande Olivier, Eva Gouel, Irene Lagut, Emilienne Pâquette, Silvette Davil, Elvire Palladinin –You-You–, Olga, Marie-Thérèse, Dora, Françoise, Genevieve y Jacqueline. Picasso fue un enamorado del amor y con sabiduría superior sintetizó el sentimiento y la vejez: “el hombre no deja de enamorarse cuando envejece, sino que por el contrario, envejece precisamente, cuando deja de hacerlo”. Pablo Picasso fue distinto. Expresó con su pintura y su escultura un arte que es probable que no guste a muchos, como al que esto escribe, pero que impacta a todos. Picasso quiso hacer pensar con sus dibujos, con sus formas, con el juego de las dos y las tres dimensiones, con sus telas, con sus colores, con sus mensajes en jeroglíficos, con el erotismo y el mirón siempre presente, con la guerra y la paz en símbolos, con imágen que despabila la reflexión de los humanos. Las “Señoritas de Aviñon”, “Naturaleza muerta con silla de rejilla”, “La danza”, “Figuras a la orilla del mar”, “Guernica” o “Las Meninas” son, entre otras de sus dos mil obras, algo más que arte, son también filosofía gráfica, pensamiento en expresión, grito desesperado al cambio, desmesura pura, intento en voz alta de persuasión con sus cuadros, intento en voz baja de negociar con la vida y con todos aquellos que lo observamos, creando con la mente, pintando con el alma. Así fue y sigue siendo Picasso. Mirarlo e interpretarlo, una bendición.

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