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Instruir o educar: miedo y realidad para ayudar a crecer

Paideia. Este era el nombre que definía el ideal educativo y de formación de los niños varones en la antigua Grecia. Dos funciones originaba la "paideia": por un lado la Educación del menor y por el otro su Instrucción. La función de Educar apuntaba al ideal de la polis griega, era ejercida por un Pedagogo que enseñaba los valores cívicos necesarios para un humanismo ciudadano y contenía fundamentos culturales (entre otros de moral, retórica, poesía, gimnasia y filosofía) que se suponía debían dotar al individuo de valores y control sobre sí mismo. Por otro lado, la instrucción se delegaba en un Maestro quien se encargaba de los conocimientos básicos como la lectura, la escritura, la aritmética y la ciencia. El Educador o Pedagogo formaba en valores, el Instructor en tecnicismos.

Con el correr del tiempo esta diferencia tan marcada de la época Helenística se desdibujó. El concepto de "Educar" fusionó ambos conceptos. Hoy (y dicho esto en general) nos se podría concebir que un sujeto este bien instruido sin formación en ciertos valores humanos y, vice versa, nos se podría hablar de un menor educado si no maneja las técnicas mínimas que brinda la instrucción. Ahora bien, sin perjuicio de esta afirmación (que, reitero, pondremos luego en tela de juicios) la historia y la enseñanza que nos deja la vida de la Grecia antigua, como siempre, nos aporta el valor de su sabiduría y nos obliga a desmenuzar una reflexión. ¿No será que estamos fallando en la formación de valores de nuestros niños y adolescentes? ¿O será que fallamos también en las destrezas técnicas? ¿Podría darse el caso de una sociedad que, por haber fracasado en la trasnmisión de valores se convierta en una epopeya muy compleja transmitir conocimientos técnicos? Analicémoslo despacio.

En la actualidad, le corresponde a la familia lo que se denomina "socialización primaria", es decir enseñar al menor las habilidades y modales básicos, como hablar, como vestirse, como limpiarse, o a respetar a los mayores y obedecer a los padres, entre otros elementos de mínima. Se trata de formar a la niña o al niño en lo esencial para saber desempeñarse en sociedad, frente a amigos que conocerá de su misma edad, parientes, vecinos, terceros. Esta tarea no se agota en los primeros años de vida (aunque varios padres asi lo desearían). Continúa hasta que el menor se convierte en mayor y cambia su denominación: de "sociablización primaria" pasa a llamarse "formación en valores" o "educación integral" o "formación" a secas. No le corresponde una sóla denominación (cada uno puede llamarle como considere conveniente) pero si le corresponde una obligación ineludible que es, nada más ni nada menos que la de ayudar a crecer. Y es el titular de esta tarea quien ejerza de "adulto" en la familia del sujeto a educar. Y aqui vale la pena detenerse un momento.

La reflexión nos está conduciendo a la sabiduría de la Grecia antigua: el "adulto" (a quien en seguida analizaremos) parecería ser el "Pedagogo" o "Educador" de las polis de aquel entonces. Si actualizaramos su tarea esta no sólo se limitaría, como en la antiguedad, a sus deberes cívicos de ciudadano virtuoso sino que hoy el adulto es formador integral en valores humanos y deberá transmitir al menor la importancia del compromiso, de la perseverancia, de la humildad, de la generosidad, del buen trato o de la empatía, entro otros tantos valores que cada adulto y cada familia decidirá transmitir. Lo importante que debemos entender es que esta función (otrora llamada del "Pedagogo" y que hoy corresponde al "Adulto" jefe de familia) no puede ni debe "tercerizarse", es decir es indelegable, especialmente en su esencia (aunque en la realidad se pretenda delegar en un tercero o en un Maestro, con las consecuencias que tal delegación supone). Una familia puede decidir que el niño, niña o jóven se eduquen en la mejor escuela del planeta tierra, pero para que la instrucción del Maestro (de vuelta aqui volvemos a valorar y a comprender la antigua distinción entre "educar" e "instruir") de ese establecimiento sea integral (integradora, justamente) y correcta, necesita de la función de adulto sobre la cabeza del alumno. Justamente se dice que el docente tiene a su cargo la "socialización Secundaria" porque, como antes señalamos, la "Primaria" es responsabilidad de los padres o de aquellos que ejerzan esa función, a quien denominamos "adultos" a cargo de sujeto que debe aprender.

Pero debemos aqui definir quien es exactamente el "adulto" al cual nos referimos y sobre quien pesa la delicada tarea de "ayudar a crecer" y convertir a un ser humano menor en un mayor de verdad. Pues "adulto" es quien no se hace el distraído y ejerce la autoridad del grupo familiar, quien se resigna a ser padre o madre y no compañero de juegos de sus hijos o hermana mayor de sus mujeres. El padre es Padre y la madre es Madre (y la mayúscula es correcta). No hay mejor autoridad que la que brinda el ejemplo, y en la dificil función de acompañar y colaborar para el crecimiento de los hijos justamente se le debe formar para que crezcan mejor y no para que no crezcan (muchas veces ese es el deseo de padres que no quieren ver crecer a sus hijos porque supone que ellos envejecen...). En esta misión tan compleja es el amor, el cariño y el afecto de padres adultos quienes deben guiar (y enorgullecerse de) el crecimiento de sus menores transmitiendo a los niños, niñas y jóvenes el llamado, en piscología, "principio de la realidad". ¿Qué es este "principio"? Pues es el que contrapesa el "principio de placer", aquel que tiende a lo que le gusta al ser humano y que evitar el displacer. Así como el principio del placer tiende a la satisfacción inmediata de sus deseos, el de realidad se apoya en la experiencia, en los años de vida, en el saber, buscando el mejor consejo y el equilibrio por caminos distintos a la satisfacción inmediata (en un ejemplo, así el hambre puede exigir inmediatez por medio de cualquier comida (Principio de placer), la experiencia de un padre puede hallar el equilibrio señalandole al hijo que no coma un hongo venenoso o un producto en mal estado). La gran pregunta que todos nos formulamos alguna vez es como enseñar ese equilibrio, cómo formar al menor para que comprenda el "principio de la realidad" que evita un placer palpable con la promesa abstracta de un placer futuro que el niño desconoce y no logra visualizar. Pues aqui llegamos a un instrumento tan discutido como aceptado, tan criticado como usado de generación en generación, y me refiero al "miedo" como elemento educativo y formador, aun con la repulsa que el sentimiento inspira en cualquier proceso formativo. Y para explicar esto debo tomar envión y atreverme a defender las pocas virtudes del miedo (porque defectos tiene muchos...)

Vamos a ver. No me gusta, reitero, el miedo como principio educador pero si acepto sus aspectos positivos como herramienta a utilizar con en el delicado equilibrio con que acepto que el Moisés se hizo a martillazos... Pero partamos del comienzo: ¿Qué es el miedo? Es, según el RAE, la "perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario". Ese sentimiendo de angustia y temor obedece a la figuración de algo malo, de algo que produce dolor y daño, contrario a lo que uno desea y que en sus orígenes, se relaciona con el saber que vamos a morir, con la aceptación de ser invulnerables. Pues bien, es el adulto, el padre, quien debe explicar con amor y equilibrio, cuales son aquellas cosas a las que debe tener respeto por la realidad que se pudiera transformar en daño. Cuando se le explica al niño que no debe jugar a la pelota en la calle porque un auto puede atropellarlo, se le está mostrando que hay un riesgo (igual que cuando se le explica que no se debe comer la comida en mal estado). Y asumámoslo: es el miedo el instrumento que determina el respeto, como el martillo en manos del escultor transforma la piedra en una obra maestra. La dificultad radica en que será el padre o la madre quienes deben hacer y acompañar al menor a que vaya elaborando sus maneras de gestionar el temor y que el miedo es sólo un instrumento de equilibrio y no un modelo de instrucción (precisamente si el miedo fuere un modelo de instrucción se convertiría en un modelo de "destrucción" de esa vida del pequeño que necesita crecer y sería como un martillo manejado a fuerza bruta que jamás haría de una piedra maciza una obra de arte sino un desastre de obra...). Alli radica la facultad y el talento del Educador: en ayudar a crecer al menor y que sea este quien identifique al miedo y lo gestione (como siempre sucede en la vida). Esa es la manera que el menor se convierta en mayor: valiéndose de los valores humanos que el adulto le transmitió para enfrentar el temor, vencerlo, dominarlo y conducirlo (y no dejarse conducir por sus consecuencias).

En definitiva, no me enamoro ni quiero regresar a la tajante división de tareas entre Pedagogo e Instructor de la Paideia griega, pero acepto que la reflexión de sus funciones me ayuda a comprender el desafío que la actualidad le presenta al Adulto y al Maestro de Escuela, y creo que a ambos le viene bien pensar en el miedo y realidad para ayudar a crecer.

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