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Wittgenstein: Nada es tan difícil como no engañarse

Ludwig Wittgenstein, nació en Austria en 1889 y murió de cáncer en Cambridge, Inglaterra, apenas cumplidos los 62 años de edad. Fue un filósofo fuera de lo común, mezcla de genio y loco, que vivió entre Austria, Alemania e Inglaterra, sufriendo y siendo protagonista en las dos guerras mundiales del siglo XX pero influyendo más de lo que todavía hemos podido descubrir en la mente y en las ideas de millones de seres humanos que aun tratan de develar los desafíos que nos legó.
Creció en una familia de muy buena posición económica, de padres aficionados a la música, que fomentaron los dotes intelectuales y artísticos de sus hijos (Ludwig tenía un oído absoluto y silbaba melodías clásicas a la perfección). Su padre fue un aventurero que hizo fortuna en los Estados Unidos y en Alemania (pionero de la industria del acero y del hierro) que exigió a sus hijos un rigor extremado que a la postre causaría estragos en la familia (de los cinco hijos varones, tres se suicidaron y Ludwig apunto estuvo de hacerlo, salvándose por una experiencia “mística” de la que dijo que “no podía hablar”). El origen de su apellido marcó también su vida: Wittgenstein no era el verdadero nombre de sus antecesores. Ellos eligieron este apellido por ser el de un líder local y para alejarse de sus raíces judías, decisión que salvó a todos los integrantes de una muerte segura en la guerra mundial cuando pudieron certificar su credo luterano ante el Director de Genealogía del lugar. Esta pesada historia siempre provocó escozor a Wittgenstein quien muchas veces manifestó que fue uno de los motivos porque se sintiera “incómodo” en la vida. Estudió ingeniería en Berlín y fue un enamorado de las matemáticas, pero del análisis de su lógica, de sus fundamentos y así es que por este interés se traslada a estudiar a Gran Bretaña con el célebre Bertrand Russell. Evidentemente el encuentro con Russell lo marca, así como también fue un intelectual profundamente impactado por Schopenhauer, Kant, Kierkegaard, Nietzsche y Tolstoi pero es con Russell y en Cambridge donde sus discusiones sobre los fundamentos del Lenguaje, su significado y sobre la esencia de la Comunicación cobran vigor. Ludwig Wittgenstein pone límites al lenguaje y se pregunta –con la misma lógica de la lógica de las matemáticas- ¿como y por qué sabemos el nombre de las cosas? y así critica el proceso de comunicación llegando a sostener que por las conexiones con los hechos creamos significados pero siempre sobre hechos que ocurren en el mundo, por tanto, el mundo es el límite de nuestro lenguaje y de los conceptos abstractos hay que guardar silencio…como al hablar de Dios… Ludwig sostiene que “La filosofía es una lucha contra el hechizo de nuestra inteligencia por el lenguaje” y sus obras dan prueba de ello. Su única obra en vida fue “Tractatus lógico-philosophicus” (siguiendo en el título a Spinoza) que en su obra póstuma “Investigaciones Filosóficas” se dedico a contradecir y criticar. Durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918), se enroló como soldado de artillería, en el ejército austríaco, recibiendo varias medallas y llegando a sargento (1916). En plena guerra, Ludwig Wittgenstein siguió con sus escritos que mantuvo en cuadernos aún después de caer prisionero de los italianos y que luego publicó como el "Tractatus” (en esto copió a Descartes). Llevó una vida tremendamente austera a pesar de ser un hombre de fortuna (fue jardinero, maestro de escuela, ayudante de farmacia, camillero y enfermero en la Segunda Guerra Mundial) pero propio de excentricidades (como un día que llegaba tarde a una reunión de profesores en Inglaterra y desesperado por cumplir fue a la estación de tren donde le habían indicado que había llegado tarde y alquiló todo un tren especial para él para trasladarlo y llegar al lugar previsto). El pensamiento de Wittgenstein suele dividirse en una primera etapa al momento del redactar el Tractatus, y una segunda con las clases a un grupo muy reducido de alumnos en Cambridge, donde trabajaba en su obra Investigaciones filosóficas. En el Tractatus Wittgenstein afirma que hay temas con sentido y problemas carentes de sentido nacidos de formulaciones lingüísticas erradas: “Todo el sentido del libro, adelanta en el prólogo, podría resumirse en las siguientes palabras: todo cuanto puede decirse se puede decir con claridad; y sobre aquello de lo que no se puede hablar, hay que guardar silencio”. Cuando las expresiones no son empíricas se deben considera siempre carentes de sentido. De este modo, de Dios, de la vida después de la muerte o de la metafísica al no ser hechos experimentados sino solo suposiciones abstractas, carecen de todo sentido, es decir, no hay experiencia y por tanto “sobre aquello de lo que no se puede hablar, hay que guardar silencio”. La segunda etapa del pensamiento de Wittgenstein analiza filosóficamente el lenguaje y deja entrever que nos engaña. Así es que critica su propio lenguaje del Tractatus en su obra “Investigaciones”. Esto es parte de los “juegos lingüísticos”. Para ello hay que estudiar el uso del lenguaje, la variedad de usos lingüísticos y así se comprende. Las palabras como algunas herramientas tienen una distinta funcionalidad y, por tanto, hay proposiciones para representar hechos, otras para ordenar, otras para rezar, etc. Esta diversidad de proposiciones y de flexibilidad lingüística lleva a reconocer espacios de significación para el lenguaje ético, artístico, religioso y metafísico, cosa que antes él había rechazado. Su misticismo, su pésimo genio y su mente brillante hicieron de Wittgenstein una celebridad. Dejó su obra a tres seguidores que inclusive han reconsiderado apuntes de él por entender que lo que había dicho no representaba su pensamiento real y de no interpretarlo sus lectores confundirían el mensaje. Fieles a lo que Wittgenstein sostuvo: Nada es tan difícil como no engañarse

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