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El futuro de la educación después de la pandemia

Educar no es solo transmitir conocimientos sino supone el desarrollo en el estudiante de los criterios necesarios para poder aplicarlos. Educar es un proceso holístico donde intervienen muchos factores: la sociabilidad, las emociones, la práctica, entre otros muchos más. Si hay algo que la pandemia enseñó a madres y padres es la dificultad de esta tarea y la relevancia de la técnica (y la tecnología) para lograr sus objetivos. Por ese motivo y para comprender el futuro de la educación pos (y en) pandemia debemos entender su evolución. Resumo tres aspectos que pretender identificar aspectos centrales con ese fin: 1) Educar es evolucionar. La escuela históricamente nació como una técnica. Los conventos fueron sus primeras sedes. Los estudiantes concurrían al edificio escolar porque allí es donde estaba y desde donde se impartía el saber. El desarrollo de la imprenta y la circulación de libros y periódicos ofrecieron variantes a esa lógica. La distribución del conocimiento cambió. En los últimos cien años los medios de comunicación primero y por supuesto internet después modificaron el proceso: ya no había que concurrir a un lugar para aprender sino que el aprendizaje viajó al estudiante. Así comenzó el futuro. La educación mutó. Videos, audios, archivos, tutoriales, gráficos, pizarrones electrónicos digitales y plataformas desarrolladas con inteligencia artificial que sabían (y sabrán) cada vez más de nosotros mismos, se introdujeron en los hogares de quien quisiera aprender y lo que es más, en las pantallas de las computadoras y en la intimidad de cada celular. Estos avances no modificaron, salvo excepciones, el formato de la escuela y la educación presencial para la enseñanza obligatoria pero comenzaron a ponerse a disposición. Todo comenzó a subir a la nube, en forma tan potente como indiscriminada. Esto sucedió antes del COVID-19. Los niños, niñas y jóvenes podían acceder al conocimiento sin depender de la escuela ni de horarios pero si dependían de la presencia en las aulas para certificar su instrucción. 2) ¿Qué supuso la pandemia? Lo que trajo la cuarentena fue, justamente, la abolición de esta dependencia presencial. De un día para otro se cerraron las aulas y se implantó, a la fuerza, la “educación a distancia”, sin contacto directo con docentes ni compañeros de clase, sin recreos para compartir, sin abrazos y sin mano en el hombro. Fue así como, para algunos, nació la enseñanza virtual. Para otros llegaron los cuadernillos, la radio, la tv y mensajes por WhatsApp. Hubo algunos que no pudieron acceder ni a uno ni a otro mecanismo. La brecha digital se hizo patente. La calidad e igualdad educativa argentina ya registraba una enorme deuda antes de la pandemia: el 50% no terminaba sus estudios obligatorios y de aquellos que si lo terminaban la mayoría tenía problemas serios en lectura, matemáticas y ciencia y las diferencias entre los estudiantes de niveles socioeconómicos eran mayúsculas. El impacto del cierre de escuelas incrementará esta deuda y ha dañado a muchos alumnos. No estábamos preparados. Todas y todos sufriremos las consecuencias: habrá más abandono escolar y menos aprendizajes. Pero, pese a ello, la educación a distancia también mostró sus luces: forzó la utilización de mecanismos nuevos y varios estudiantes, docentes y padres (menos de los deseados por problemas de conectividad, de dispositivos y de capacitación) descubrieron sus virtudes. Y esto no es menor. En este escenario, con muchas sombras y algunas luces, es que debemos pensar la educación que viene. Hacerlo de otro modo es engañarse. 3) Nuevas técnicas, entornos y habilidades. La nueva tecnología educativa brindó la posibilidad de comunicación directa y proliferaron los videos e imágenes, la escalabilidad de métodos, la expansión de ejercicios, la adaptabilidad a cada alumno y el involucramiento con juegos formativos. Esta experiencia supone virtudes que el regreso a las aulas no puede obviar y ser una vuelta a más de lo mismo. Los estudiantes, docentes y padres se han percatado. No lo deberían permitir. Un sistema mixto, híbrido entre lo presencial y digital, que tenga objetivos claros, un nuevo curriculum y un proyecto ordenado que apunte a los valores humanos, debiera ser una consecuencia obligatoria de lo vivido en esta pandemia. Los nuevos entornos de aprendizaje complementarán este cambio y permitirán ampliar las fronteras de la escuela tradicional: aprender música y arte en una competencia de rap, o alternar el aula y el trabajo o la tecnología y deporte, donde sea y como sea, serán parte de un nuevo modelo. Se trata de fusionar proyectos que emocionen, que den sentido más allá del aula. El futuro reclama subir un escalón y pide maestros que inspiren pasión y enseñen a pensar poniendo el foco en la capacidad personal de cada alumno. Las nuevas habilidades del siglo XXI requieren sin duda los conocimientos clásicos (lectura, ciencia y matemática) más los emergentes (alfabetización digital, desarrollo sostenible, ciudadanía global) pero el centro de los aprendizajes estará en el desarrollo de las competencias intra personales (carácter, fortaleza interior, ética, pensamiento crítico, meta cognición) e inter personales (comunicación, negociación, creatividad y trabajo en equipo). En definitiva, la educación del futuro será distinta en tecnología, en pedagogía, en competencias y en entornos. La emergencia nos mostró la necesidad de un cambio. Ahora debemos exigirlo: la ley dice que la educación es prioridad nacional. Si no lo reclamamos no lo lograremos.

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