El regreso a clases presenciales presenta hoy un dilema difícil de resolver. Por un lado la necesidad indispensable de que los menores vuelvan luego de 7 meses sin poder estar en la escuela, con el incremento a la desigualdad, deserción y déficit de los aprendizajes que el cierre supone. Por el otro el riesgo a la salud de millones de personas (con contagios y muerte) que el movimiento de apertura implica. En Argentina hay más de 27 millones de habitantes en contacto diario con la educación. Son 12 millones de alumnos, 1 millón de docentes (Relevamiento Anual 2018 DINIECE) distribuidos en algo más de 6 millones de hogares con 26 millones de personas (madres, padres, abuelos, tíos, hermanos) que conviven con al menos un niño, niña o adolescente en edad escolar (según se desprende de UNICEF Argentina "El impacto de la pandemia de COVID-19 en las familias"). La disyuntiva está planteada: tener cerradas las aulas multiplica el daño educativo y abrirlas multiplica el riesgo sanitario. El Secretario General de las Naciones Unidas advirtió que la pandemia ha causado el trastorno “más grave registrado en los sistemas educativos en toda la historia” y señaló que es probable que los cierres de escuelas acaben con décadas de progreso, ratificando el daño a los aprendizajes y la probable deserción de millones de estudiantes. Profesionales de distintas organizaciones internacionales (REDUCA por ejemplo) han agregado que tener a los menores encerrados los expone a enfermedades psicológicas, así como a abusos y otros padecimientos. Esto no niega que abrir las escuelas en pandemia implica un riesgo a la salud. La Universidad de Harvard publicó un informe, a fines de Agosto en The Journal of Pediatrics, donde señaló: “la transmisibilidad o el riesgo de contagio es mayor con una carga viral alta como la que mostró el informe en niños y jóvenes de 0 a 22 años”. Está claro entonces que, como lo están demostrando distintos países (que prueban sistemas mixtos y han abierto y cerrado escuelas), la mejor solución a este dilema necesita equilibrio, protocolos, creatividad y un esfuerzo extra como muestra de la importancia de la presencialidad. Muchos estudiantes, padres y madres y docentes piden hacer todos los esfuerzos por volver como una muestra, antes de fin de año, de a uno o de a pocos menores, a un espacio abierto de la escuela o a un espacio público, con alternancia, donde vean a sus maestros y a sus compañeros y donde se distribuya algún material escolar. Este puede ser un ejemplo que enseñe. Nuestra ley establece que “la educación es prioridad nacional”. Y de los ejemplos se aprende.
La frase “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo” , formulada por José Ortega y Gasset en Meditaciones del Quijote (1914), constituye uno de los núcleos más vitales del pensamiento filosófico en lengua española. Ya ha sido objeto de análisis en este Blog pero reflexiones posteriores me obligan a hacer esta actualización de mi cavilación. Su potencia es tal que amerita analizarse con el paso del tiempo y reside no solo en la afirmación del sujeto como ser situado —inseparable de su contexto vital—, sino en la exigencia ética contenida en esa segunda mitad: “si no la salvo a ella no me salvo yo”. La pregunta que queda pendiente a responder es: ¿Soy yo el mismo yo el que la ha "salvado" hace diez años atrás? ¿Aquella "salvación" es la misma que haría ahora? Estas inquietudes han dado origen a esta segunda profundización sobre la frase de Ortega. Lo explico a continuación. Tradicionalmente, se ha interpretado que...
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