Existen posturas religiosas, culturales, políticas y sociales que nos molestan. No son las nuestras. Las practican y las defienden “otros”. Las desaprobamos abiertamente y juzgamos sin vacilar a los que las sostienen. A veces los tildamos de “enfermos”, a veces de “vergonzantes” cuando no de “esquizofrénicos” o simplemente como “pirados” o “locos”. Es que pensamos distinto y creemos que tenemos la facultad de juzgar los actos y la postura de los demás en esta materia porque nosotros estamos en la vereda de lo correcto y quienes no lo están son “ellos”. “¿Es que no se dan cuenta?”; “¿Cómo es posible?”; “¿Qué se han creído?” son algunas de las frases que se escuchan para rematar (nunca mejor empleado el término) con tres palabras de condena: “No tienen derecho!”. Hay gente que piensa de corazón de esta manera y que con buena intención (y quizás poca reflexión) es “intolerable” frente a otras posturas, frente a otras costumbres, frente a otras creencias. Y esto llevado al extremo, en los siglos que nos precedieron, ha conducido a tragedias que tuvieron como origen precisamente el negar derechos a quienes piensen, actúen o crean distinto. La historia tiene muchos ejemplos de ello. Se negó el derecho a Sócrates a dialogar con su auditorio porque no se toleró que pensara diferente y se le condenó a muerte. Igualmente sucedió con Cristo. Por sus ideas fueron asesinados. Se negó también el derecho de los primeros cristianos a seguir el Evangelio y se les quitó la vida, en muchas oportunidades, a merced de los leones o crucificándolos por sus creencias. Pasaron los años y los Católicos hicieron lo mismo sometiendo al fuego de la Inquisición a quienes no practicaran su culto cristiano, apostólico y romano. El Estado se ha comportado igual en múltiples momentos históricos. Sólo basta recordar las tristes guerras raciales entre seres humanos por diferente color de piel hasta las persecuciones contra los judíos y el genocidio liderado por Hitler en la Segunda Guerra Mundial. Hay muchos más ejemplos. Lamentablemente. Fue la llama de la no tolerancia la que encendió un volcán de violencia aberrante que terminó con las vidas de millones de vidas… Ese fue el origen. El creernos superiores, el no aceptar la diferencia y perseguirla a muerte. Vergüenza de la especie humana que no podemos ni debemos olvidar.
Hay otros ejemplos de intolerancia donde la negación de la igualdad, si bien no llegó a la persecución asesina, se hizo patente. Los esclavos, las mujeres y los homosexuales, por su condición de tal, no tuvieron los mismos derechos que los hombres “normales”. No se les mató pero si se le quitó la vida a sus derechos civiles. Aún hoy existen ejemplos de este cercenamiento a la libertad del ser humano, al menoscabo de las facultades de las mujeres (recordemos que hasta no hace mucho tiempo atrás no podían votar) y al impedimiento a casarse para aquellas personas del mismo sexo que decidían unir sus vidas. La base de esta desigualdad es la intolerancia de la diferencia. Hoy en el siglo XXI esta negación de derechos a que da lugar no debiera existir. Veamos que dice la historia. Cuando John Locke escribió su “Carta sobre la Tolerancia” el contexto en 1689 era otro. Esto ocurrió un año después de la Revolución Gloriosa de Inglaterra que permite la llegada de principios democráticos al Parlamento inglés. Durante ese siglo XVII la teoría política dominante era la expresada por Luis XIV en Francia: "El Estado soy Yo" . El absolutismo era defendido en la doctrina y Robert Filmer en Inglaterra escribió "El Patriarca" intentando demostrar que este poder absoluto descendia del mismo Dios quien había investido a Adán con esas facultades transmisibles de monarca en monarca. Bajo este punto de vista el Rey tenía jurisdicción tanto en los aspectos civiles de los ciudadanos como espirituales. Aunque ahora nos suene desafinado esto era la verdad sostenida por la vereda de lo correcto. Dicho en otras palabras, el Rey era la cabeza del Estado con poder y autoridad sobre cuerpo y alma de sus súbditos, autoridad religiosa y civil del Estado. La salvaciòn de las almas y los derechos de los ciudadanos dependían de su voluntad. Dios salve al Rey!... Es John Locke quien con su obra sienta las bases de un pensamiento distinto. Es él quien escribe los fundamento de los límites a ese poder absoluto del Rey y refuta la doctrina mencionada del "Patriarca". Asi es como Locke presenta, al asumir Guillermo de Orange y María Estuardo como monarcas de Inglaterra y luego de la Revolución citada de 1688, su Carta sobre la Tolerancia y en 1690 publicará sus "Dos Tratados sobre el Gobierno Civil" donde divide las aguas: un papel le corresponde al Estado -quien nada tiene que ocuparse de la salvación de las almas- cuyo rol es, en un contexto de facultades limitadas donde el Parlamento se constituye como el poder delegado del pueblo, asegurar y proteger el derecho a la vida, a la libertad y de propiedad de sus ciudadanos; y otro papel es el de la Iglesia quien reglamentará el culto que corresponda para ofrecer libre y voluntariamente a los ciudadanos una serie de normas y pautas religiosas para su perfeccionamiento espiritual. De estas dos funciones hoy pretendo sólo remarcar el razonamiento de Locke sobre la Tolerancia. Tolerar es respetar las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias. En aquel momento el Absolutismo del Rey no se detenía ante los derechos de los ciudadanos a elegir y ejercer el culto que ellos decidieren ni ante ante la jurisdicción del poder espiritual que pertenece a la religión y a las Iglesias, ni tampoco estas últimas respetaban que un ciudadano pensara de manera distitna y profesase la religión a su antojo. La regla era la INTOLERANCIA y esta tenía el ejercicio del poder. No se aceptaban las diferencias. En virtud de esta teoría polìtica el Rey y su gobierno y también ciertas autoridades Eclesiásticas se creían dueños de la verdad y perseguían con coacción, violencia, torturas y hasta con la muerte a aquellas personas que pensaban diferente, que no tenían por Dios al mismo supremo que las autoridades. Esta violencia que era practicada contra seres humanos, como Locke explica en su Carta, "no es genuina al Evangelio" y se preguntaba como es que existan "hombres tan ciegos en intentar extirpar otras creencias de ese modo". Locke reflexiona en un momento de su Carta: "me gustaría que estos hombres que dicen ocuparse de las almas de aquellos a quienes torturan o llevan al fuego por no creer en sus mismas creencias, si lo hicieran igual o permitiesen que otros lo hiceren con sus propios hijos, familiares o amigos". Locke critica esta conducta y señala "es otro el Reino que persiguen". Nadie puede ejercer la violencia contra un ser humano que piensa distinto. No se puede coartar su derecho a ejercer sus derechos. Tolerar es respetar. Es deber del Gobierno ocuparse de los derechos civiles y es deber de la Iglesia actuar con benevolencia, defender la paz y aquietar los ánimos. Nadie puede obligar a otra persona a ser sano. Ni tampoco puede, por diferentes costumbres, por diferencias de sexo o color amputarle sus derechos. Su libertad se lo impide y debe ser respetada. Pues asi como obligar a otro ser humano a tomar una medicina determinada no es posible, obligar con cualquier presión, directa o indirecta, a otra persona a cambiar sus creencias es una medicina que se convierte en veneno y el solo hecho de no tolerar su pensamiento religioso o su costumbre o su forma de hacer el amor, es prueba de la inferioridad humana de quien se arrogue ese poder, no de superioridad. Locke cambio la historia al reflexionar con valentía sobre la intolerancia (recordemos que en esos momentos el fuego de la inquisición todavía estaba encendido...) e inició de este modo un cambio cultural copernicano e histórico: su postura significó un límite al abuso del rey y al abuso de la Iglesia, a sus poderes absolutos que dejarnos de serlo. Locke hizo nacer la tolerancia espiritual al pelear por el respeto a la libertad religiosa, a la libertad de cultos, al derecho de nuestros semejantes a ser y pensar distinto. Esa es su propiedad y es inviolable. Locke con audacia no enseño a aceptar la diferencia de los "otros". A respetarlos. De eso se trata: de tolerar la tolerancia...y ejercerla.
Hay otros ejemplos de intolerancia donde la negación de la igualdad, si bien no llegó a la persecución asesina, se hizo patente. Los esclavos, las mujeres y los homosexuales, por su condición de tal, no tuvieron los mismos derechos que los hombres “normales”. No se les mató pero si se le quitó la vida a sus derechos civiles. Aún hoy existen ejemplos de este cercenamiento a la libertad del ser humano, al menoscabo de las facultades de las mujeres (recordemos que hasta no hace mucho tiempo atrás no podían votar) y al impedimiento a casarse para aquellas personas del mismo sexo que decidían unir sus vidas. La base de esta desigualdad es la intolerancia de la diferencia. Hoy en el siglo XXI esta negación de derechos a que da lugar no debiera existir. Veamos que dice la historia. Cuando John Locke escribió su “Carta sobre la Tolerancia” el contexto en 1689 era otro. Esto ocurrió un año después de la Revolución Gloriosa de Inglaterra que permite la llegada de principios democráticos al Parlamento inglés. Durante ese siglo XVII la teoría política dominante era la expresada por Luis XIV en Francia: "El Estado soy Yo" . El absolutismo era defendido en la doctrina y Robert Filmer en Inglaterra escribió "El Patriarca" intentando demostrar que este poder absoluto descendia del mismo Dios quien había investido a Adán con esas facultades transmisibles de monarca en monarca. Bajo este punto de vista el Rey tenía jurisdicción tanto en los aspectos civiles de los ciudadanos como espirituales. Aunque ahora nos suene desafinado esto era la verdad sostenida por la vereda de lo correcto. Dicho en otras palabras, el Rey era la cabeza del Estado con poder y autoridad sobre cuerpo y alma de sus súbditos, autoridad religiosa y civil del Estado. La salvaciòn de las almas y los derechos de los ciudadanos dependían de su voluntad. Dios salve al Rey!... Es John Locke quien con su obra sienta las bases de un pensamiento distinto. Es él quien escribe los fundamento de los límites a ese poder absoluto del Rey y refuta la doctrina mencionada del "Patriarca". Asi es como Locke presenta, al asumir Guillermo de Orange y María Estuardo como monarcas de Inglaterra y luego de la Revolución citada de 1688, su Carta sobre la Tolerancia y en 1690 publicará sus "Dos Tratados sobre el Gobierno Civil" donde divide las aguas: un papel le corresponde al Estado -quien nada tiene que ocuparse de la salvación de las almas- cuyo rol es, en un contexto de facultades limitadas donde el Parlamento se constituye como el poder delegado del pueblo, asegurar y proteger el derecho a la vida, a la libertad y de propiedad de sus ciudadanos; y otro papel es el de la Iglesia quien reglamentará el culto que corresponda para ofrecer libre y voluntariamente a los ciudadanos una serie de normas y pautas religiosas para su perfeccionamiento espiritual. De estas dos funciones hoy pretendo sólo remarcar el razonamiento de Locke sobre la Tolerancia. Tolerar es respetar las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias. En aquel momento el Absolutismo del Rey no se detenía ante los derechos de los ciudadanos a elegir y ejercer el culto que ellos decidieren ni ante ante la jurisdicción del poder espiritual que pertenece a la religión y a las Iglesias, ni tampoco estas últimas respetaban que un ciudadano pensara de manera distitna y profesase la religión a su antojo. La regla era la INTOLERANCIA y esta tenía el ejercicio del poder. No se aceptaban las diferencias. En virtud de esta teoría polìtica el Rey y su gobierno y también ciertas autoridades Eclesiásticas se creían dueños de la verdad y perseguían con coacción, violencia, torturas y hasta con la muerte a aquellas personas que pensaban diferente, que no tenían por Dios al mismo supremo que las autoridades. Esta violencia que era practicada contra seres humanos, como Locke explica en su Carta, "no es genuina al Evangelio" y se preguntaba como es que existan "hombres tan ciegos en intentar extirpar otras creencias de ese modo". Locke reflexiona en un momento de su Carta: "me gustaría que estos hombres que dicen ocuparse de las almas de aquellos a quienes torturan o llevan al fuego por no creer en sus mismas creencias, si lo hicieran igual o permitiesen que otros lo hiceren con sus propios hijos, familiares o amigos". Locke critica esta conducta y señala "es otro el Reino que persiguen". Nadie puede ejercer la violencia contra un ser humano que piensa distinto. No se puede coartar su derecho a ejercer sus derechos. Tolerar es respetar. Es deber del Gobierno ocuparse de los derechos civiles y es deber de la Iglesia actuar con benevolencia, defender la paz y aquietar los ánimos. Nadie puede obligar a otra persona a ser sano. Ni tampoco puede, por diferentes costumbres, por diferencias de sexo o color amputarle sus derechos. Su libertad se lo impide y debe ser respetada. Pues asi como obligar a otro ser humano a tomar una medicina determinada no es posible, obligar con cualquier presión, directa o indirecta, a otra persona a cambiar sus creencias es una medicina que se convierte en veneno y el solo hecho de no tolerar su pensamiento religioso o su costumbre o su forma de hacer el amor, es prueba de la inferioridad humana de quien se arrogue ese poder, no de superioridad. Locke cambio la historia al reflexionar con valentía sobre la intolerancia (recordemos que en esos momentos el fuego de la inquisición todavía estaba encendido...) e inició de este modo un cambio cultural copernicano e histórico: su postura significó un límite al abuso del rey y al abuso de la Iglesia, a sus poderes absolutos que dejarnos de serlo. Locke hizo nacer la tolerancia espiritual al pelear por el respeto a la libertad religiosa, a la libertad de cultos, al derecho de nuestros semejantes a ser y pensar distinto. Esa es su propiedad y es inviolable. Locke con audacia no enseño a aceptar la diferencia de los "otros". A respetarlos. De eso se trata: de tolerar la tolerancia...y ejercerla.
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