Convivimos con incertidumbres. No sabemos a ciencia cierta como somos, nunca nos vimos directamente la cara, el cuerpo, nuestra espalda. Hoy la tecnología nos muestra nuestra imagen en fotos, en video, en dvs, en internet, perfeccionando al espejo tradicional, pero sin ser lo mismo que verse directamente. Eso está claro. Lo mismo sucede con nuestro oído. Nunca nos escuchamos desde “fuera”. Solo tenemos la percepción de nuestra voz desde dentro y de nuevo, gracias a la tecnología que reproduce grabaciones, conocemos una versión de nuestra voz pero, confesémoslo: tampoco es lo mismo que escucharse en “vivo y en directo”. Con el resto de los sentidos pasa algo similar. Podemos olernos, palparnos y hasta saborearnos, pero ¿quien nos asegura que la consecuencia en nosotros de estos sentidos sea la misma que producen en un tercero? No lo sabemos. Sólo intuimos. La duda persiste. ¿Cómo somos? ¿Qué es exactamente lo que sabemos de nosotros mismos? ¿Nos conocemos?
David Hume, el famoso filósofo escocés, criticó el conocimiento tradicional en 1739. En el primer capítulo de su “Tratado sobre la Naturaleza Humana” sostuvo que hasta ese momento se habían explicado sin mucho fundamento la manera que las ciencias se aprehendían pero sin explicar la ciencia principal, la ciencia del hombre, el acceso al conocimiento de un ser humano. Es allí que Hume emprende la tarea de analizar rigurosamente este tema y comienza su teoría describiendo su empirismo, es decir que todo es experiencia y observación, al conocer se accede únicamente por las ventanas que nos dio la vida: los cinco sentidos. Y allí nacen las Percepciones, autopista principal que nos conduce al conocimiento con dos ramales de acceso: las Impresiones, que son efectivamente el conocimiento más vivaz, el que tiene más fuerza y emoción y el que utiliza los sentidos del cuerpo; y las Ideas, que son la memoria de las impresiones, aquello que nuestra conciencia registra como copia de una impresión y lo guarda en la mente para una reflexión o para su uso ulterior. Veámoslo con un ejemplo: ¿Cómo conozco mi Escuela? A través de mis sentidos, de la impresión que me causó la primera vez que fui, cuando la vi, palpé los pupitres de mi clase, olí ese olor a borrador y pizarrón, escuché sus sonidos característicos (la tiza de la maestra golpeteando al escribir, el timbre que llama al recreo) y degusté el sándwich del recreo. Todo eso, a través de los días que viví en ella, conformaron mi Idea de Escuela, la que tengo clara en mi memoria, la que me trae recuerdos y reflexiones. Pues bien, el conocimiento, según Hume, sigue esa ruta: primero las Impresiones, luego las Ideas. Así el mapa nos conduce al conocer. Pero comienzan las dudas. Lo que conocemos es lo que percibimos pero nadie nos asegura que sea lo real. Sólo intuimos que lo es. Veamos otro ejemplo: miramos el horizonte, percibimos una puesta de sol en el mar, lo vimos mojarse…pero nos engaña la perspectiva. Lejos estuvo el sol de tocar el agua. La impresión nos engaña. La idea se construye con la ciencia y decodifica los sentidos. Lo entendemos y reflexionamos. Construimos otra idea. Algo similar pasa con nuestro cuerpo: nunca lo vimos, escuchamos, palpamos, saboreamos u olfateamos cien por ciento pero partimos de un postulado: existimos. Somos así como somos…pero ¿cómo somos?. David Hume todo lo puso a prueba. ¿Qué tan seguros podemos estar que lo que percibimos sea real? Hay cosas que perciben los animales y no nosotros (los sonidos previos a la llegada de un terremoto por ejemplo, la agudeza del oído o de la vista de un animal es varias veces superior al ser humano). ¿Es esto prueba que ellos conocen mejor y que nosotros conocemos a medias? Hume continúa con su microscopio analista. ¿Cómo podemos estar seguros de la causa efecto? Si encendemos una llama y hervimos un huevo crudo en pocos minutos tendremos un huevo duro pero ¿estamos seguros que es el calor la causa? ¿En que momento exacto la causa A produjo el efecto B? No lo identificamos con precisión pero luego de varias experiencias similares, el hábito nos da la respuesta. Es igual que pulsar una tecla y tener luz. No vemos el momento exacto pero sabemos que consecuencia del mover la tecla se enciende la luz y vice-versa. Y esto Hume se lo asigna a la costumbre. Es el hábito quien nos induce a dar por acreditado que A es la causa de B, pero solo es un postulado producto de la repitencia. Todos los días amanece hasta el día que el sol se consuma, que es una hipótesis que los astrónomos aceptan. Puede que sucederá en millones de años vista…o puede que ocurra mañana. Para Hume eso es no estar cien por ciento seguros y así pone en duda las conclusiones de la razón y de los sentimientos y termina su análisis declarándose totalmente escéptico: “es una enfermedad incurable…por más que profundicemos, nunca podremos estar seguros de lo que conocemos y mayores serán las dudas que nos embarguen”. Hume encarna el escepticismo radical y si bien esto lo induce a deprimirse le encuentra una salida genial. No renuncia a nada, Frente a esta incertidumbre, disfruta la vida, celébrala, llénala de experiencias, estate atento, percibe, impresiónate, forma tus ideas. Conocerás a tu modo y puede que con límites, pero conocerás la vida: A vivir se ha dicho. Eso es conocer.
David Hume, el famoso filósofo escocés, criticó el conocimiento tradicional en 1739. En el primer capítulo de su “Tratado sobre la Naturaleza Humana” sostuvo que hasta ese momento se habían explicado sin mucho fundamento la manera que las ciencias se aprehendían pero sin explicar la ciencia principal, la ciencia del hombre, el acceso al conocimiento de un ser humano. Es allí que Hume emprende la tarea de analizar rigurosamente este tema y comienza su teoría describiendo su empirismo, es decir que todo es experiencia y observación, al conocer se accede únicamente por las ventanas que nos dio la vida: los cinco sentidos. Y allí nacen las Percepciones, autopista principal que nos conduce al conocimiento con dos ramales de acceso: las Impresiones, que son efectivamente el conocimiento más vivaz, el que tiene más fuerza y emoción y el que utiliza los sentidos del cuerpo; y las Ideas, que son la memoria de las impresiones, aquello que nuestra conciencia registra como copia de una impresión y lo guarda en la mente para una reflexión o para su uso ulterior. Veámoslo con un ejemplo: ¿Cómo conozco mi Escuela? A través de mis sentidos, de la impresión que me causó la primera vez que fui, cuando la vi, palpé los pupitres de mi clase, olí ese olor a borrador y pizarrón, escuché sus sonidos característicos (la tiza de la maestra golpeteando al escribir, el timbre que llama al recreo) y degusté el sándwich del recreo. Todo eso, a través de los días que viví en ella, conformaron mi Idea de Escuela, la que tengo clara en mi memoria, la que me trae recuerdos y reflexiones. Pues bien, el conocimiento, según Hume, sigue esa ruta: primero las Impresiones, luego las Ideas. Así el mapa nos conduce al conocer. Pero comienzan las dudas. Lo que conocemos es lo que percibimos pero nadie nos asegura que sea lo real. Sólo intuimos que lo es. Veamos otro ejemplo: miramos el horizonte, percibimos una puesta de sol en el mar, lo vimos mojarse…pero nos engaña la perspectiva. Lejos estuvo el sol de tocar el agua. La impresión nos engaña. La idea se construye con la ciencia y decodifica los sentidos. Lo entendemos y reflexionamos. Construimos otra idea. Algo similar pasa con nuestro cuerpo: nunca lo vimos, escuchamos, palpamos, saboreamos u olfateamos cien por ciento pero partimos de un postulado: existimos. Somos así como somos…pero ¿cómo somos?. David Hume todo lo puso a prueba. ¿Qué tan seguros podemos estar que lo que percibimos sea real? Hay cosas que perciben los animales y no nosotros (los sonidos previos a la llegada de un terremoto por ejemplo, la agudeza del oído o de la vista de un animal es varias veces superior al ser humano). ¿Es esto prueba que ellos conocen mejor y que nosotros conocemos a medias? Hume continúa con su microscopio analista. ¿Cómo podemos estar seguros de la causa efecto? Si encendemos una llama y hervimos un huevo crudo en pocos minutos tendremos un huevo duro pero ¿estamos seguros que es el calor la causa? ¿En que momento exacto la causa A produjo el efecto B? No lo identificamos con precisión pero luego de varias experiencias similares, el hábito nos da la respuesta. Es igual que pulsar una tecla y tener luz. No vemos el momento exacto pero sabemos que consecuencia del mover la tecla se enciende la luz y vice-versa. Y esto Hume se lo asigna a la costumbre. Es el hábito quien nos induce a dar por acreditado que A es la causa de B, pero solo es un postulado producto de la repitencia. Todos los días amanece hasta el día que el sol se consuma, que es una hipótesis que los astrónomos aceptan. Puede que sucederá en millones de años vista…o puede que ocurra mañana. Para Hume eso es no estar cien por ciento seguros y así pone en duda las conclusiones de la razón y de los sentimientos y termina su análisis declarándose totalmente escéptico: “es una enfermedad incurable…por más que profundicemos, nunca podremos estar seguros de lo que conocemos y mayores serán las dudas que nos embarguen”. Hume encarna el escepticismo radical y si bien esto lo induce a deprimirse le encuentra una salida genial. No renuncia a nada, Frente a esta incertidumbre, disfruta la vida, celébrala, llénala de experiencias, estate atento, percibe, impresiónate, forma tus ideas. Conocerás a tu modo y puede que con límites, pero conocerás la vida: A vivir se ha dicho. Eso es conocer.
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