Arthur Schopenhauer nació en la actual ciudad polaca de Gdansk, otrora perteneciente al imperio prusiano, en el año 1788 (siglo XVIII) y murió en 1860, a los 72 años en el ya avanzado siglo XIX. A los diecisiete años, Arthur se enfrentó a una tragedia que le marcó de por vida: el suicidio de su padre. Esto le llevó a dejar la actividad comercial familiar, alejarse de sus afectos, pedir su parte de la herencia e irse a estudiar medicina, química y matemáticas y luego Filosofía a la Universidad de Berlín. Un mal genio depresivo pero una mente brillante como la de Schopenhauer no dudó de buscar, pese a su dolor, una explicación racional a lo sucedido. No fue esta la única causa de su energía por el saber pero si una de las razones de este mal humor que le hizo fama y de un pesimismo colosal que sólo la posteridad convirtió en sabiduría. Schopenhauer profundizó sobre los motivos del sufrimiento, estudió el pensamiento oriental, descubrió el inconsciente en el mundo irracional que impacta en las decisiones de los hombres, analizó filosóficamente el placer sexual y formuló principios que serían las bases del psicoanálisis reconocido posteriormente nada menos que por Sigmund Freud. La pregunta recurrente que Arthur Schopenhauer formuló es más que el porqué de las cosas que suceden, el para qué de los deseos de este mundo. ¿Para qué anhelamos objetivos, situaciones, sueños que no llegan y que cuando accedemos a ellos nos aburren, nos hastían y nos proyectan hacia otros deseos similares? ¿Para qué este círculo vicioso y este padecer y sufrir constante? Sus ideas y razones las escribió en diversos trabajos. Su obra máxima fue “El mundo como voluntad y representación” que reeditaría y ampliaría varias veces a lo largo de su vida. Allí sostiene que todos nosotros somos víctimas. Padecemos un mundo cruel que desea desear. Es un infinito pretender, anhelar, querer que de no saber frenar sólo nos conduce a un sufrimiento y dolor perenne. El límite está en el raciocinio, en el pensar, en el reflexionar sobre el deseo y esta voluntad impuesta de correr sobre objetos que solo esclavizan y nos hacen padecer. Para no sufrir en exceso el hombre debe utilizar tres caminos que pueden amortiguar las consecuencias (aunque no asegura la exclusión del dolor por esa mirada pesimista de la vida que lo acompaño hasta su muerte): 1) disfrutar el arte, lo que Schopenhauer llama la “contemplación estética”, es decir el saborear sus expresiones sean por la música, la literatura, el teatro, la arquitectura o la fotografía –descubrimiento que sobre el final de sus días le impactó fuertemente-; 2) la “noluntad”, es decir la transformación del querer en “no querer”, el ascetismo o la liberación de los deseos, el nirvana de oriente y 3) la compasión, donde el hombre toma conciencia que todos los individuos somos uno y compartimos un interés desinteresado hacia los demás. Arthur Schopenhauer disfrutó su celebridad al final de su vida. Se enfrentó a Hegel y despreció su filosofía académica. Su obra influyó en los siglos siguientes (el genial Jorge Luis Borges fue un seguidor y admirador de su línea de pensamiento y en “El Inmortal” al comienzo de “El Aleph” describe magistralmente el hastío de quien supera la muerte). Schopenhauer perdurará en toda manifestación artística que reflexiones en el ¿Para qué deseamos? Esta fue la revancha del genio, no del "mal genio", al sufrimiento que padeció: nos hizo pensar.
José Ortega y Gasset es recordado, entre otras cosas, por una frase profunda y desafiante de su obra Meditaciones del Quijote: "Yo soy yo y mis circunstancia, y si no las salvo a ella no me salvo yo". Es bastante sencillo explicar el concepto de "circunstancia" yendo a la etimología del concepto ( circuntatia ) que apunta a lo que nos "circunda", es decir a lo que nos rodea, a nuestro entorno, a nuestra cultura, a nuestra historia. La circunstancia de un joven nacido en la jungla africana no es la misma que la del joven nacido en la península escandinava. Yo soy yo y "lo que me ha hecho así o lo que me sigue haciendo así" parecería querer decir Ortega. Y con esta poderosa primera reflexión de su frase nos deja una serie de dudas por responder: ¿Ortega me está diciendo que no soy yo, sino lo que la circunstancia hizo y hace de mi? Si esto fuera así: ¿soy realmente libre o las circunstancias son los barrotes de mi celda que no me han permitido
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