Quizás haya sido la escena. Acababa de dar la curva y dejar atrás las luces de un atardecer violeta y celeste (creo que eran más colores, pero recuerdo esos dos en su mezcla). El mar cambiaba de tono. Las olas, de dirección. Había soplado viento todo el día pero en ese momento no. El viento no era viento. Podía definirlo como un suave envión. Escuchaba en mi pequeño auricular a Louis Armstrong. Recién salía a correr. Muchas veces elijo su voz ronca para comenzar. Escuchar "What a wonderfull world" es algo asi como tomar una copa de vida (¿será por ello que se dice "toma de conciencia"?), es una manera de catar el instante, de degustarlo, de ponerle valor. Nada menos.
Miraba hacia adelante y cuando doble, la ví. Fue de repente. Allá adelante, majestuosa. Era la luna, la luna llena, vestida de blanco, con un rosa en sus costados y un turquesa por debajo, que de vuelta se confundía con el violeta y celeste que antes vi y ahora admire. Me rei. No a carcajadas sino como expresión de alegría interior. Como un gesto.
Y debe haber sido ese gesto el que me hizo pensar en un concepto, en una frase: "Todo lo que se pueda se debe hacer para saborear la vida". Fue como reconocerlo. Son instantes que demuestran que la vida merece el mayor esfuerzo. Que esta allí para atraparla, acariciarla, explorarla. Y no hacerlo es mediocridad. Hacerlo es un deber con el raro complemento (que no suele acarrear los deberes) de convertirse en placer. Necesidad y gusto, como pareja.
Me fui pensando (y corriendo). En todas las cosas que haría. Si, en todo lo que haría...para vivir mejor.
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