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No tengo tiempo para trabajar

Usted, yo, vos, tu, vosotros, ustedes, ellos, ellas, nosotros. Sustituyamos los nombres con pronombres (esa es su función gramatical) pero todos estamos incluidos, o lo estuvimos o lo estaremos, si de trabajar se trata. Y de esto quiero hablar, quiero pensar y detenerme en una reflexión, hacer un trabajo sobre trabajar. Vamos a ver. ¿Qué es esto del trabajo? ¿Porqué y para qué trabaja la gente? ¿Trabajamos mucho? ¿Ocupa el trabajo el tiempo central de nuestra vida, es decir, se nos va la vida trabajando? ¿Lo hacemos porque estamos obligados a hacerlo? ¿Qué y quien nos obliga? ¿Lo disfrutamos, nos hace feliz el trabajo que hacemos? ¿Qué haríamos con nuestro tiempo si no trabajáramos? En fin, el planteo de largada despabila e ilusiona. Vamos por partes.
Hay una primera respuesta sencilla pero no me es suficiente. La palabra “Trabajar” etimológicamente se deriva de “Trevajer” que significa: “tortura, sufrimiento, esfuerzo”. Derivada del “Tripalium” que operaba como una especie de cepo con que en la antigüedad se torturaba a ciertas personas. Este concepto de trabajo como sinónimo de tortura debe tener una explicación. Y recuerdo las enseñanzas de la Biblia que me fueron repetidas con tanto cariño por los Hermanos Maristas al explicarme el castigo que habría decidido Dios -creador del ser humano y protagonista de este libro-, ante el pecado de la primer pareja hombre mujer de estos pagos: “te ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Me doy cuenta rápido de dos cosas que implica este escenario: 1º) El trabajo es un castigo divino y 2º) Ese día nació la industria del desodorante –por lo del sudor…-. Pero me quedo pensando en la primera conclusión: si no fuera por el pecado de nuestros primeros parientes no existiría esta tortura. “Joder”, pienso. “Qué mala suerte que en el Paraíso de esa época no había curas, porque de haber existido alguno, Don Adán y Doña Eva se hubiesen podido confesar y hoy no tendríamos que trabajar”. Sigo con mi reflexión (y perdón por la digresión pero todo esto me dispara y seguramente disparará varias porque está todo muy ligado). La realidad es que sea porque no había curas o porque no había confesionarios, el resultado final fue que no hubo caso y Dios los castigó a ellos y a todos los que vinimos después a que había que laburar (me pregunto porqué tanto castigo para la descendencia futura si pecado era toda falta “voluntaria” contra la ley de Dios, ¿Qué voluntad tuvimos los que vinimos después en el pecado que habrían cometido nuestros primeros orígenes? Me asusto un poco (ya casi nada a esta altura de mi vida). ¿No habrá algún pecado de nuestros bisabuelos, abuelos o padres que no conocemos y del cual heredaremos un castigo? En fin, la lógica del contexto que me explicaron indica que esto podría ser, pero este no es el tema. Volvamos al trabajo). Pues bien, así fue. Quedamos condenados a trabajar. Esta consecuencia del pecado originó culpa (de los castigos se generan culpas, remordimientos, broncas y, también es cierto, reflexiones). La cuestión es que en este tema del Trabajo hay una culpa contenida que nuestros antepasados la gestionaron como pudieron. Entre ellos se destacaron los protestantes (una versión punto 2 del catolicismo) que desarrolló la teoría sobre la expiación de la culpa que nos llevo a sudar y trabajar. No encontraron mejor manera para enmendar y remediar este sentimiento de culpabilidad que dar vuelta el concepto y con una creatividad extraordinaria, la realidad del trabajo como castigo pasó a ser lo opuesto: el trabajo como virtud. Vieron en la ocupación humana, en el esfuerzo consecuente, en los sacrificios que muchas veces implica una suerte de vehículo de salvación. El castigo que Dios impuso a los hombres debe ser glorificado. Algo así como lleva tu cruz con dignidad y no te quejes que es una virtud. Y de este modo hasta hicieron vanagloriarse a sus fieles de no tomarse vacaciones o de sentirse culpables, nuevamente, si lo hacían… Confundieron y manipularon la verdad haciéndole creer a los feligreses que el trabajo (recuerden la etimología: la tortura) era un premio y a través de esta concepción mucha gente equivocó el camino y se confunde y trabaja mucho y más también porque confunde un medio con un fin. Y así se hacen daño trabajando pensando que están disfrutando de un premio, cuando la realidad es que se torturan sin saberlo y en eso se les va la vida. Analicémoslo.
Partamos entonces de este hecho y preguntémonos: “¿Para qué trabajamos?”. Y la respuesta obligada, con sus más y sus menos, será “para cubrir nuestras necesidades”. Y aquí empieza lo mejor parte. ¿Cuáles son nuestras necesidades? Enumerémoslas. Lo invito a usted, a quien me lee que haga su listado, lo tache y lo corrija, pero hágalo. De estas necesidades que listó ¿Cuáles son las básicas o y cuáles las superfluas? ¿Por cuál trabajo? Si respondo que solo trabajo por las básicas debiera contestar con detalles cuáles son mis necesidades básicas y si afirmo que trabajo por mis necesidades superfluas debiera tener una razón justificada detrás de dedicarle horas y horas y horas de mi vida a trabajar por algo superfluo. ¿Seré esclavo de mis superficialidades? Y hablando de tiempos: ¿Cuánto tiempo le dedico a mi trabajo? Puede que sea el núcleo central de mi vida. Que doce horas del día se las dedique al trabajo, que diez, que ocho. ¿Es así? ¿Es esto razonable? Partamos de un ejemplo extremo pero que sucede, gente que entre transporte y horas de laburo, se lleva doce horas para el trabajo ¿Qué hago en las otras doce horas del día? Parecería que hay ocho horas promedio que dedico a dormir, con lo cual solo me quedan cuatro horas de vigilia de lunes a viernes. ¿A que dedico mi tiempo libre? Todos escuchamos una frase que se reitera como látigo: “No tengo tiempo”, “Me encantaría poder hacerlo, ir con ustedes, disfrutarlo, pero no puedo porque tengo que trabajar”. ¿Esto está bien? Reflexiono: no tener tiempo para hacer nada de lo que me guste es sinónimo de no tener vida para hacer lo que disfruto. No tener vida es estar muerto. Tiempo si hay vida hay y está disponible. El hecho que decida no dedicarlo a lo que yo más quiera es justamente eso, una decisión que puede tener atrás mucho de lógica, pero no de obligación absoluta.
Revisemos esa lógica. Partamos de la premisa que el trabajo no es malo, lo malo es no vivir intensamente por culpa del trabajo, lo malo es olvidarse de vivir por trabajar, lo malo es no saber responder con exactitud cuales son los límites que estoy dispuesto a cruzar por las exigencias de mi trabajo, lo malo es no tener claro las prioridades.

Trabajar es una necesidad seguramente general para muchos como usted que me lee. Pero tan necesidad como hacer gimnasia o caminar a diario o visitar a nuestros afectos, o no perderme esa actuación de mis hijos en el colegio en la fiesta de jardín o primaria cuando hacía de león o tocaba la flauta… Pero no claro. No puedo estar. Tengo que trabajar. Es una obligación. Me echan si no estoy. Pierdo mi carrera. ¿Qué carrera? La del trabajo boludo. Hay prioridades… Prioridades, jerarquías en el uso del tiempo de mi vida, necesidades, intereses, decisiones, acciones.

Trabajar es una obligación que me impone la historia, la cultura para obtener algo a cambio que me permita vivir bien pero no es vivir bien trabajar y trabajar. No confundamos el medio con el fin. Creo que se trabaja mucho en esta vida. Demasiado. Y la razones principales son dos: 1ro) No sabemos que hacer con nuestro tiempo libre. No entendemos el ocio. Lo despreciamos en lugar de valorarlo. Preferimos que alguien en el trabajo nos diga que hacer que decirnos a nosotros mismos como debemos emplear nuestro tiempo. Tercerizamos el recurso más caro de nuestra existencia: la decisión de qué hago. Preferimos que otro decida…; y 2do) Seguimos sintiéndonos culpables si no trabajamos mucho. Nos vanaglioramos de la dimensión de la empresa, de nuestras horas dedicadas, del esfuerzo y hasta llegamos a la tontera de sentirnos orgullosos por no tomarnos vacaciones…por el trabajo... Vió? Hasta llegamos a ponderar y a comprender a aquel que no es buena persona, pero “es muy trabajador”. “Se lo pasa trabajando” se dice como elogio y sin pensar en el significado.

Nadie dice que no hay que trabajar. Pero tampoco nadie nos dijo que no debemos pensar en lo que hacemos con nuestra vida, con nuestros tiempos, con nuestras “esclavitudes” para alcanzar necesidades que no lo son. Trabajar nos debiera permitir crecer como persona y no que la persona se pierda por trabajar. Trabajar es un medio para darnos la buena vida pero la buena vida implica muchas veces no trabajar. Trabajar bien es salud, es crear, es recrear, es también el “recreo” que añoramos del colegio, es divertirnos, entusiasmarnos, pero no es lo contrario, no es enfermarnos, no es aburrirnos. Esto no es trabajar bien.
La dignidad del hombre no está dada por el trabajo que hace o por el empleador a quien le dedica sus horas del día. Su dignidad está en el ser humano que es, no el título del trabajo que representa. El trabajar es una ocupación para vivir y no el vivir es una ocupación para trabajar. Digámoslo despacio pero convencidos: “Hoy no puedo trabajar. No tengo tiempo…”.

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