Sucedió hace un año. Todavía lo recuerdo bien, demasiado bien.
No estaba mi secretaria, era viernes y venía de una reunión muy cerca del Hotel Hilton de Puerto Madero. Entré y pregunté por el Business Center. Tenía que hacer una copia. Subí al piso quinto y mientras esperaba que me hicieran la fotocopia y un scaneo, empezó a deambular gente verdaderamente especial por este piso. Todos saludaron con cariño a la persona que me estaba atendiendo que estaba detrás del mostrador. Yo escuchaba los saludos que venía desde mi espalda: "Hola amigo", "¿Cómo va el día?". . Eran frases cortas dichas con tonada latinoamericana (que conozco bien y hasta distingo) acompañada con un cariño que sonaba como música entre sílabas. Me di vuelta con curiosidad porque la persona que me atendía sonreía de una manera particular al saludarlos con su mano en alto. Miré con detalle. Venían en sillas de ruedas, sin brazos algunos, sin manos todos, algunos caminaban con una pierna más corta, otros eran de alturas diminutas, la mayoría era "de otra forma" (porque no corresponde el "deforme"). El empleado del Hotel miró mi cara de asombro y me lo aclaró en seguida: "es una convención de pintores sin manos". Asentí despacio. Me puse nervioso. No sabía si debía saludarlos o responder la sonrisa con que me miraron. Me dieron el archivo scaneado en mi pen drive y me fui caminando rápido hacia el asensor con la cabeza confusa. Llegué al pasillo, se abrió la puerta y subieron conmigo tres personas: una chica muy linda con un poncho que la cubría, un chico muy joven con un porta rollos y una mulata grande que me mostró en seguida sus dientes muy blancos cuando yo sostuve la puerta en ademán de cuidarlos al entrar. El asensor en lugar de bajar subió. Me puse más nervioso. ¿Qué estaba sucediendo si yo había apretado el "Planta Baja"? Ellos rieron con ganas y la chica rubia miró hacia abajo por el piso del ascensor transparente y gritó de alegría al reconocer a un amigo. Se movió para todos lados y gritó a su mulata amiga: "Está Ricardo!!! Está Ricardo!!". Se le tiró encima y le mordió el hombro. Yo no entendía. Lo que ella estaba intentando era saludar a su amigo, hacerle señas a un Ricardo que miraba el ascensor desde abajo sin distinguir quien alli estaba. Mi compañera de viaje, esta rubia lindísima con su poncho a cuestas, no podía saludar. No tenía brazos debajo de ese manta. La mulata era su "lazarillo", su acompañante, una persona "normal" que la cuidaba y ayudaba. Y si tenía que mover sus manos por ella lo hacía con mucho gusto. Lo hizo, siempre mostrando sus dientes muy blancos. Disfrutaba su tarea. Ricardo, abajo, casi hipnotizado con la mirada perdida, reaccionó y levantó la mano en señal que las esperaba. Eso puso contenta a ambas. El chico que estaba a mi derecha y que también era mi compañero de este elevador (que seguía elevándonos...)tenía algo raro, como que algo le faltaba, pero que yo no quería o no conseguía entenderlo. Hasta que mi vista (o mi cabeza) se discipó: el portarollos lo tenia enganchado en algo asi como un dedo que le salía del hombro. Solamente un dedo... Conversaron entre ellos con mucha simpatía, riendose de la subida en lugar de la bajada. Yo por dentro me sentía incómodo, no sabía dónde mirar y hasta puteaba porque el ascensor parecía que subiría hasta el Everest... De repente paró y empezamos a bajar. Yo pensé: "que termine esto rápido". Miré para abajo y para el costado haciéndome el distráido que mira el horizonte...o el sur... de un lobby de un hotel que se acercaba. Hasta que fuimos llegando. El ascensor disminuyó su velocidad y levanté la mirada. La chica rubia me miró con sus ojos redondos y llenos, con una dulzura abrumadora, me sonrió y me dijo: "que lindo paseo compartimos"!. Acusé el golpe. No supe que responder... Solo atiné a mirarla y juro que intenté reflejar un "gracias...aprendí de vos". Le sonreí avergonzado pero agradecido. Ricardo estaba esperándolas...
Bajé y me fui caminando despacio. Necesitaba aire. Aproveché para caminar. No es muy lejos mi oficina. Intenté en ese trayecto comprender lo que había pasado. Había scaneado un documento en un lugar al que nunca voy y ese había sido el punto de encuentro con gente que me dio una lección de vida. Yo estaba apurado, enojado con la situación y me quejaba del mal momento y del ascensor que no me respondía. Ellos lo interpretaron distinto: como un lindo paseo que yo no vi... Seguí caminando. Fue en silencio, mirando lo que miraba. Fueron diez veinte cuadras donde hice un pacto conmigo mismo: no quiero perderme más paseos. Mis compañeros de ese ascensor habían mejorado mi dioptría. Fueron los mejores oftalmólogos de vida: ahora veía mejor.
No estaba mi secretaria, era viernes y venía de una reunión muy cerca del Hotel Hilton de Puerto Madero. Entré y pregunté por el Business Center. Tenía que hacer una copia. Subí al piso quinto y mientras esperaba que me hicieran la fotocopia y un scaneo, empezó a deambular gente verdaderamente especial por este piso. Todos saludaron con cariño a la persona que me estaba atendiendo que estaba detrás del mostrador. Yo escuchaba los saludos que venía desde mi espalda: "Hola amigo", "¿Cómo va el día?". . Eran frases cortas dichas con tonada latinoamericana (que conozco bien y hasta distingo) acompañada con un cariño que sonaba como música entre sílabas. Me di vuelta con curiosidad porque la persona que me atendía sonreía de una manera particular al saludarlos con su mano en alto. Miré con detalle. Venían en sillas de ruedas, sin brazos algunos, sin manos todos, algunos caminaban con una pierna más corta, otros eran de alturas diminutas, la mayoría era "de otra forma" (porque no corresponde el "deforme"). El empleado del Hotel miró mi cara de asombro y me lo aclaró en seguida: "es una convención de pintores sin manos". Asentí despacio. Me puse nervioso. No sabía si debía saludarlos o responder la sonrisa con que me miraron. Me dieron el archivo scaneado en mi pen drive y me fui caminando rápido hacia el asensor con la cabeza confusa. Llegué al pasillo, se abrió la puerta y subieron conmigo tres personas: una chica muy linda con un poncho que la cubría, un chico muy joven con un porta rollos y una mulata grande que me mostró en seguida sus dientes muy blancos cuando yo sostuve la puerta en ademán de cuidarlos al entrar. El asensor en lugar de bajar subió. Me puse más nervioso. ¿Qué estaba sucediendo si yo había apretado el "Planta Baja"? Ellos rieron con ganas y la chica rubia miró hacia abajo por el piso del ascensor transparente y gritó de alegría al reconocer a un amigo. Se movió para todos lados y gritó a su mulata amiga: "Está Ricardo!!! Está Ricardo!!". Se le tiró encima y le mordió el hombro. Yo no entendía. Lo que ella estaba intentando era saludar a su amigo, hacerle señas a un Ricardo que miraba el ascensor desde abajo sin distinguir quien alli estaba. Mi compañera de viaje, esta rubia lindísima con su poncho a cuestas, no podía saludar. No tenía brazos debajo de ese manta. La mulata era su "lazarillo", su acompañante, una persona "normal" que la cuidaba y ayudaba. Y si tenía que mover sus manos por ella lo hacía con mucho gusto. Lo hizo, siempre mostrando sus dientes muy blancos. Disfrutaba su tarea. Ricardo, abajo, casi hipnotizado con la mirada perdida, reaccionó y levantó la mano en señal que las esperaba. Eso puso contenta a ambas. El chico que estaba a mi derecha y que también era mi compañero de este elevador (que seguía elevándonos...)tenía algo raro, como que algo le faltaba, pero que yo no quería o no conseguía entenderlo. Hasta que mi vista (o mi cabeza) se discipó: el portarollos lo tenia enganchado en algo asi como un dedo que le salía del hombro. Solamente un dedo... Conversaron entre ellos con mucha simpatía, riendose de la subida en lugar de la bajada. Yo por dentro me sentía incómodo, no sabía dónde mirar y hasta puteaba porque el ascensor parecía que subiría hasta el Everest... De repente paró y empezamos a bajar. Yo pensé: "que termine esto rápido". Miré para abajo y para el costado haciéndome el distráido que mira el horizonte...o el sur... de un lobby de un hotel que se acercaba. Hasta que fuimos llegando. El ascensor disminuyó su velocidad y levanté la mirada. La chica rubia me miró con sus ojos redondos y llenos, con una dulzura abrumadora, me sonrió y me dijo: "que lindo paseo compartimos"!. Acusé el golpe. No supe que responder... Solo atiné a mirarla y juro que intenté reflejar un "gracias...aprendí de vos". Le sonreí avergonzado pero agradecido. Ricardo estaba esperándolas...
Bajé y me fui caminando despacio. Necesitaba aire. Aproveché para caminar. No es muy lejos mi oficina. Intenté en ese trayecto comprender lo que había pasado. Había scaneado un documento en un lugar al que nunca voy y ese había sido el punto de encuentro con gente que me dio una lección de vida. Yo estaba apurado, enojado con la situación y me quejaba del mal momento y del ascensor que no me respondía. Ellos lo interpretaron distinto: como un lindo paseo que yo no vi... Seguí caminando. Fue en silencio, mirando lo que miraba. Fueron diez veinte cuadras donde hice un pacto conmigo mismo: no quiero perderme más paseos. Mis compañeros de ese ascensor habían mejorado mi dioptría. Fueron los mejores oftalmólogos de vida: ahora veía mejor.
¿Ahora me entendés, Manuel, por qué me es difícil renunciar a este grupo de chicos? Estamos en la misma sintonía, cambiando de a poco pero muy rápido. Más que agradecido por tu mano generosa. Te mando un gran abrazo, ¡muy linda tu entrada!
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