A los 30 años edad, Friederich Wilheilm Nietzsche escribe un ensayo sobre la forma de hacer Historia, bajo el sugestivo título “De la utilidad y los inconvenientes en la historia para la vida”. Quizás lo más interesante de este trabajo es su particular mirada sobre como hacer historia en forma eficiente y, a la vez, el enfoque que Nietzsche hace del transcurrir del tiempo. Pero este ensayo no se puede comprender integralmente si no se lo interpreta en su contexto. Corría el año 1874 y Nietzsche había sido duramente atacado por los académicos locales por el contenido crítico que en su primer obra “El origen de la tragedia griega”, había hecho de la cultura de la Grecia antigua. Es que la irrenunciable lealtad por la verdad que dirigía su accionar había puesto en tela de juicio una leyenda idílica que intelectuales alemanes tenían con la cultura grecolatina: Nietzsche había puesto sobre análisis no solo las virtudes desprendidas del Dios griego Apolo (la mesura y el orden) sino las originadas en el Dios Dionisio (la fuerza bruta, la irracionalidad y la desmesura). Esto último no gustó a los académicos universitarios alemanes que veían en el pasado griego un ejemplo a imitar, basándose en las virtudes “Apolinas” de esta civilización pero sin profundizar en la historia de sus defectos originados en Dionisio. Las opiniones en contra de Nietzsche por tal obra y el ataque posterior a su posición académica en la Universidad fueron el caldo de cultivo a la reacción de Friederich, la cual con una prosa y una profundidad digna de Platón se volcó en su ensayo sobre “la utilidad y los inconvenientes en la historia para la vida” a destruir los argumentos de sus críticos. El título de la obra deja explicar su razón: Nietzsche comienza citando palabras de Goethe en referencia a su rechazo a todo aquello que únicamente instruye pero que no vivifica. Nietszsche señala que lo mismo sucede con la “historia”: “…necesitamos la historia para la vida y la acción, no para apartarnos de ella y menos para encubrirla” y de este modo viene como a denunciar un mal de su tiempo en Alemania (e indirectamente de sus críticos). Apunta a que la “cultura histórica” reinante no es una virtud en Alemania sino un “defecto”, y que en su tierra sufren de una “enfermedad”, una “fiebre histórica devorante” y que como filólogo clásico se le debe permitir el actuar a tiempo. Así, en diez capítulos de este ensayo, desmenuza y analiza la historia y sus formas (y de paso se dedica, con un detalle casi obsesivo, a derribar los fundamentos de aquellos que consideraron menor el aporte de sus obras y de su labor en la Universidad).
La tesis central que Nietsche desarrolla en este trabajo es que tanto “lo histórico y lo ahistórico son igualmente necesarios para la salud de los individuos, pueblos y culturas”. Para Nietzsche la importancia de olvidar el pasado es una herramienta crítica que hace al beneficio de la buena vida. Destaca al rebaño de animales y al niño que no tienen pasado que negar y que se concentrar en lo que hacen en su presente sea una valla para saltar o un juego para jugar, y lo pondera en el hombre como un elemento que hace a la felicidad, la “capacidad de sentir de forma no histórica mientras la felicidad dura”, es decir, sin hacer caso del pasado. El núcleo del pensamiento de Nietzsche en este ensayo sostiene que el hombre debe tener una justa medida entre lo histórico (lo que debe saber, recordar y utilizar en beneficio de la vida presente) y lo ahistórico (aquello que debe olvidarse como el exceso de historia y de memoria que perturba y sepulta al presente) para que germine la vida y el hombre llegue a ser hombre. Nietzsche pretende no momificar la historia y vendar su movimiento y flexibilidad hacia la utilidad del presente. Es que lo ahistórico opera como una “atmósfera protectora” sin la cual la vida se extingue y ni siquiera se hubiese atrevido a comenzar y dar el salto inicial para vivir. De allí la función esencial de este círculo ahistórico que cuida del valor crucial precisamente de la historia: servir para la vida y no para ser un museo de recuerdos.
Nietzsche va más alla y plantea el sentido sobrehistórico o superhistórico como un escalón aun mayor de los modos históricos de analizar el pasado. ¿Qué es esto? Vamos por partes. El sentido “sobrehistórico” es el que husmea en la atmósfera señalada de lo “ahistórico”, de lo que debe olvidarse. En ese marco la mirada superhistórica se eleva y no se siente seducida a vivir o participar en la historia ni tentada a tomar en el futuro la historia demasiado en serio ya que ha encontrado en los acontecimientos del pasado el porqué y para qué de su existencia. Es que apuntando a lo que debe olvidarse los hombres sobre-históricos concluyen en que pasado y presente son una sola y misma cosa (constituyen un estructura fija e inmutable y de significado “eternamente igual”). Nietzsche concluye que “No hay que extrañarse si tienen nombre de veneno los antídotos contra lo histórico: lo “ahistórico” (el arte y la fuerza de poder olvidar) y lo “supra-histórico” (las fuerzas que apartan la mirada de lo que está en proceso de devenir y la dirigen a lo que da a la existencia el carácter de lo eterno e inmutable, como pueden ser el arte y religión).
La tesis central que Nietsche desarrolla en este trabajo es que tanto “lo histórico y lo ahistórico son igualmente necesarios para la salud de los individuos, pueblos y culturas”. Para Nietzsche la importancia de olvidar el pasado es una herramienta crítica que hace al beneficio de la buena vida. Destaca al rebaño de animales y al niño que no tienen pasado que negar y que se concentrar en lo que hacen en su presente sea una valla para saltar o un juego para jugar, y lo pondera en el hombre como un elemento que hace a la felicidad, la “capacidad de sentir de forma no histórica mientras la felicidad dura”, es decir, sin hacer caso del pasado. El núcleo del pensamiento de Nietzsche en este ensayo sostiene que el hombre debe tener una justa medida entre lo histórico (lo que debe saber, recordar y utilizar en beneficio de la vida presente) y lo ahistórico (aquello que debe olvidarse como el exceso de historia y de memoria que perturba y sepulta al presente) para que germine la vida y el hombre llegue a ser hombre. Nietzsche pretende no momificar la historia y vendar su movimiento y flexibilidad hacia la utilidad del presente. Es que lo ahistórico opera como una “atmósfera protectora” sin la cual la vida se extingue y ni siquiera se hubiese atrevido a comenzar y dar el salto inicial para vivir. De allí la función esencial de este círculo ahistórico que cuida del valor crucial precisamente de la historia: servir para la vida y no para ser un museo de recuerdos.
Nietzsche va más alla y plantea el sentido sobrehistórico o superhistórico como un escalón aun mayor de los modos históricos de analizar el pasado. ¿Qué es esto? Vamos por partes. El sentido “sobrehistórico” es el que husmea en la atmósfera señalada de lo “ahistórico”, de lo que debe olvidarse. En ese marco la mirada superhistórica se eleva y no se siente seducida a vivir o participar en la historia ni tentada a tomar en el futuro la historia demasiado en serio ya que ha encontrado en los acontecimientos del pasado el porqué y para qué de su existencia. Es que apuntando a lo que debe olvidarse los hombres sobre-históricos concluyen en que pasado y presente son una sola y misma cosa (constituyen un estructura fija e inmutable y de significado “eternamente igual”). Nietzsche concluye que “No hay que extrañarse si tienen nombre de veneno los antídotos contra lo histórico: lo “ahistórico” (el arte y la fuerza de poder olvidar) y lo “supra-histórico” (las fuerzas que apartan la mirada de lo que está en proceso de devenir y la dirigen a lo que da a la existencia el carácter de lo eterno e inmutable, como pueden ser el arte y religión).
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