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Revolución con evolución

Charles Darwin nació en la ciudad de Shrewsbury, en Inglaterra, en el año 1809. Desde pequeño mostró una pasión sin igual por la naturaleza (su hobby preferido fue coleccionar escarabajos). A los 16 años comenzó sus estudios en Oxford y a los 21 fue recomendado para acompañar al capitán Fitzroy para investigar el extremo sur de América. Fue el padre de Charles quien lo ayudó para tomar la decisión y así emprender un viaje que, a la postre, se convertiría en uno de los eventos más importante en la historia científica mundial. Partió en el buque de guerra HMS Beagle en septiembre de 1831 y un viaje de dos años por America del sur se extendió a cinco, regresando a Inglaterra, previo paso por Australia, Nueva Zelandia y sur de África, en octubre de 1836. A medida que el viaje se desarrollaba Charles envió adelantos de sus estudios a Inglaterra y cuando volvió a su patria a los 27 era ya un famoso investigador de la naturaleza. Darwin se asombró por los descubrimientos que fue haciendo en diferentes lugares que visitó (desde fósiles marinos en los picos de la cordillera de los Andes hasta iguales especies animales en continentes alejados o adaptaciones que mejoraban especies en islas vecinas de las Galápagos o pocas diferencias entre los fetos en fase temprana de perro, murciélago o conejo) y sus análisis y conclusiones le dieron la base a una obra que cambiaría la visión científica de la vida y que ha sido confirmada por estudios posteriores efectuados con muchos mas instrumentos y herramientas que el genial Charles. La tesis central de Darwin fue presentada en su libro “El origen de las especies”. En realidad el título de esta obra es bastante más largo y explica la columna vertebral de su investigación. Su nombre completo es “El origen de las especies mediante la selección natural y la supervivencia de las razas favorecida en la lucha por la vida”. Darwin sostiene aquí dos teorías que conviene ver en detalle. La primera era la “evolución” donde sostiene que todos los animales y todas las plantas actuales descendían de formas anteriores más primitivas. y la segunda es que dicha evolución se debía a la denominada “selección natural”. Es un dato interesante que el abuelo de Charles, Erasmus Darwin, había ya insinuado la tesis de la evolución biológica de plantas y animales pero no había demostrado el “cómo” de su teoría. Su nieto, Charles Darwin, lo explicaría basándose en pequeños cambios a través de enormes espacios de tiempo. Es que una visión de Darwin “copernicana” para ese momento de la historia fue sostener que la antigüedad de la tierra era bastante mayor a lo que los académicos del momento establecían. Ellos estimaban que nuestro planeta tenía 6.000 años de antigüedad. Darwin sostuvo que sus investigaciones le aportaban elementos para estimar una antigüedad diametralmente mayor que la citada (y fundamentaba su tesis en que justamente este tiempo mayor dio lugar a una evolución de las especies vivas). El calculó que la tierra tenía 300 millones de años (hoy sabemos que se quedó corto y que la tierra tiene una antigüedad 15 veces mayor que los cálculos de Charles…). Sus investigaciones le llevaron a concluir en que la naturaleza hacía una “selección natural” de vidas aptas para vivir y que la misma se producía por el triunfo de los más fuertes o de los más hábiles para vencer en la lucha por la vida (desde los cactus venenosos que sobreviven al desierto, pasando por las plantas que seducen con sus colores con el objetivo de atraer insectos que ayuden a transportar su polinización, hasta los animales pequeños que usan el camuflaje para salvarse o aquellos que, con igual objetivo, corren más de prisa que los demás). Darwin sostenía que de este modo la especie siempre fue e irá mejorando e inclusive la resistencia a las enfermedades era una cualidad que las variantes que sobreviven heredan.

Ahora bien, el punto más delicado en Darwin, y quizás el más estridente que produjo una “revolución copernicana” en la ciencia del momento, fue que no era esta la postura de la Iglesia. La religión enseñaba que Dios había sido el creador de todas y cada una de las especies y por supuesto también del ser humano. Charles Darwin venía a demostrar que esto no era así. Es que cuando Darwin sostiene que al comparar fetos no desarrollados no se puede distinguir el feto del conejo del humano, la conclusión ya no solo es que la evolución abarcaba la vida vegetal y mineral sino toda la animal, incluido el hombre y que por tanto éramos parientes lejanos de “las bestias”. Esto era ofender a la Iglesia. Esta tesis y el cambio “darwiniano” originó que la ciencia demostrara que de los peces surgieron los anfibios, de estos los reptiles y de los reptiles los pájaros. Y de este ciclo de vida surgieron los simios. Y aquí comienzan los parecidos. Es que junto con los monos los hombres pertenecemos a los llamados primates (mamíferos y pluricelulares) y la evolución a través de millones de años nos demuestra hoy, científicamente, que de allí venimos. Se han producido mutaciones y adaptaciones a lo largo de los millones de años transcurridos que dan lugar a la vida animal, mineral y vegetal que hoy tenemos. Así ha sido la evolución.

En definitiva, los años de investigación científica han dado la razón al genial Darwin. Hasta el fue más allá y se dio el lujo de filosofar sobre cómo de una materia inorgánica podría haberse originado la primer célula de vida (a través de una combinación de calor y sustancias químicas) que con el correr de los años (y de mucho correr y muchos años) evolucionó hasta dar lugar a los primeros seres humanos. Su objetivo fue la ciencia aunque la Iglesia y los catedráticos del momento lo consideraron en esa época como “el hombre más peligroso de Inglaterra”. Así es la historia de Charles Darwin. Así es la historia de la vida, su origen y su avance y perfeccionamiento en la lucha por vivir (que mucho tiene que ver con negociar para vivir…). Así Darwin originó la revolución de la evolución. Tengámoslo presente.

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