Este fue el título de una de las magistrales obras de Don Miguel de Unamuno (1864-1938). En cuatro palabras recopilaba su vida de pensador opositor, profundo y valiente, a cuanta realidad no cerraba en su intelecto. Justamente por ser esta una de sus características esenciales, es que hoy recurro a su recuerdo, porque precisamente hoy estoy en contra, de "esto y aquello". Vamos a ver si lo puedo sintetizar. La circunstancias que nuestra existencia nos muestra a lo largo del tiempo, presenta muchas veces lo que llamo "dolores de vida". No son dolores físicos. Son situaciones donde hay algo desgarrador, que seguramente puede producir manifestaciones en nuestro cuerpo pero cuya esencia es golpear en la parte de abajo del alma (y digo "abajo" porque gráficamente se entiende que esa parte es más sensible). Lamentablemente la más de las veces son situaciones donde la muerte está presente. Pero cuando me refiero a la muerte no solo me refiero a la de un ser viviente, sino a la de una relación, a la de una persona que se va, que te abandona, que deja de estar. Y puede ser algo que te afecte de un ser cercano como puede ser algo que te impacte de un ser lejano. No importa la distancia del ser. Lo que si importa es que algo muere. Y aqui vuelvo a traer a escena a Don Miguel de Unamuno. Uno de los temas que lo desveló fue la inmortalidad, pero no como utopía por la eternidad sino como el afán que la muerte no exista. En su obra más célebre "Del sentimiento trágico de la vida, en los hombres y en los pueblos" Unamuno explica este anhelo de vivir y lo remarca con vehemencia "siempre, siempre, siempre". En esta manifestación argumentada lo que Unamuno viene a dejarnos como mensaje no es un capricho de querer vivir y seguir viviendo, sino la convicción que para abolir la muerte como concepto se debe tener ansia de vida y ansias de conflicto para pelearla. Obviamente Unamuno no negaba la muerte sino afirmaba la vida. Pues bien, ahora y en este marco quiero analizar la muerte como causa de los "dolores de vida". Cuando algo muere, sea una relación, sea una oportunidad, sea una vida ajena lo que no muere es el sentimiento que esa muerte produce en quien lo experimenta. Justamente el dolor por una muerte es una manifestación de vida. Y es en esa vida donde quedan vivos los recuerdos, donde los sentidos continúan reproduciendo sensaciones propias de aquello que bien muerto puede estar en algun lado pero bien vivo puede permanecer en otro. Es evidente que esos recuerdos, esas sensaciones, esos anhelos no son lo mismo que aquello que murió pero, lo repito, hoy estoy "contra esto y aquello", como Unamuno, y lucho contra esa puta muerte de motivos, de vivencias, de circunstancias que todavía no murieron ni morirán, aunque ella asi, con su decisión, lo genere.
La frase “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo” , formulada por José Ortega y Gasset en Meditaciones del Quijote (1914), constituye uno de los núcleos más vitales del pensamiento filosófico en lengua española. Ya ha sido objeto de análisis en este Blog pero reflexiones posteriores me obligan a hacer esta actualización de mi cavilación. Su potencia es tal que amerita analizarse con el paso del tiempo y reside no solo en la afirmación del sujeto como ser situado —inseparable de su contexto vital—, sino en la exigencia ética contenida en esa segunda mitad: “si no la salvo a ella no me salvo yo”. La pregunta que queda pendiente a responder es: ¿Soy yo el mismo yo el que la ha "salvado" hace diez años atrás? ¿Aquella "salvación" es la misma que haría ahora? Estas inquietudes han dado origen a esta segunda profundización sobre la frase de Ortega. Lo explico a continuación. Tradicionalmente, se ha interpretado que...
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