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Porque el amor gana

Hay un momento en la vida que nos damos cuenta. No sabría exactamente decir cuándo. Puede que sea a los cinco puede que sea a lo seis, puede que en la adolescencia puede que en la madurez. Es un instante decisivo. No percatamos que existimos. Pero no de la forma habitual. No me refiero a tomar conciencia que somos un ser humano distinto de nuestros hermanos, de nuestros amigos y por supuesto de nuestros padres. No. Este es otro momento. Me refiero a la reflexión que hacemos cuando nos damos cuenta que somos vulnerables. Es decir, ese momento donde tomamos conciencia que no todo depende de nuestra voluntad sino que justamente nuestra voluntad no ha intervenido ni intervendrá en los momentos más importantes de nuestra existencia: ni al nacer ni al morir. Miramos para atrás y podemos decir que nos sentimos seguros: conocemos nuestro pasado. Miramos para adelante y la incertidumbre nos golpea. ¿Que irá a pasar? No tenemos ni idea. El miedo hace su ingreso en el esenario de nuestra vida. Tomamos conciencia de nuestra fragilidad, de nuestra dependencia. A partir de alli la historia del ser humano es la historia de las respuestas que ha encontrado para superar esta ansiedad. Algunos la encuentran en la religión, otros en el trabajo, otros acuden a la inconciencia que aportan las drogas o el alcohol, a refugiarse una y otra vez en esos momentos de olvido y de escape. Muchos buscan la solución en huir y mezclarse en la masa, es decir en el rebaño, como buscando camuflarse bajo la misma identidad de otros, pareciéndose lo más posible al grupo. Vestirse igual, hablar igual, vivir igual le da la sensación de protección. En el conformismo con esa comunidad, que aprueba mi conducta porque me parezco a ellos, paso desapercibido y asi me defiendo. "La sociedad me cuida". Al menos eso me repito hasta el cansancio porque lo quiero creer. Pero al reflexionar me doy cuenta que esto no es suficiente. Proteger mi vulnerabilidad escondiéndome entre los demas sólo muestra una escena de la película que vista con perspectiva es patética. Al problema de la existencia humana no se le enfrenta con la huida, se le enfrenta con la aceptación y con un plan de vida. Ser vulnerables es parte de nuestra esencia. Precisamente el entender que lo es, es comprender lo magnifico que es vivir. Si fueramos in-vulnerables poco sentido tendría tomar decisiones. Ir por el camino A o por el B sería lo mismo. Nada nos detendría. Sin embargo, la incertidumbre del futuro, los riesgos y peligros dan la razón al celebrar la vida, esa única oportunidad para transitar el trayecto entre el nacer y el morir. Y es frente a esta aceptación que el ser humano da lugar al sentimiento más noble que le hace crecer: se da cuenta, toma conciencia que para trascender necesita de otro ser humano. Nace el fundamento del amor que no es otro que vencer a la muerte. El amor es el puente que le permite al ser humano hacerse fuerte al aceptar la realidad de su vulnerabilidad y quien le permite justamente al arma más poderosa para vencer el final de nuestra existencia: para ganarle a la muerte el amor es el acceso al poder de crear vida. Y cuando digo "crear vida" no sólo me refiero al concepto literal de engendrar un nuevo ser que puede originarse en la fusión croporal de dos enamorados, sino también en la nueva vida que se construye "per se" en la pareja, en los amantes que se aman y que conforman una nueva "vida" entre los dos. En el amor verdadero se da el milagro que dos seres crean una nueva vida común, que les pertence tanto como su individualidad, es decir, que su propia vida. Y es alli donde los seres humanos encontramos las armas y el secreto para enfrentar y aceptar con paz nuestra fragilidad. Por que el amor crea vida y es la única manera de ganarle a la muerte. Porque el amor gana.

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