Hace tiempo que voy. Siempre regreso con energía. Podría decirse que vuelvo con el tanque del alma repleto de un combustible que enciende y se consume a fuego lento. Pero no puedo negar el sabor en boca, mezcla de entusiasmo por lo aprendido y de desazón por lo que hay por hacer. Es que la realidad que veo en cada viaje me abruma y me alegra, me desafía y me enseña. Esta vez fue algo más. Fue diferente. Fuimos con Mónica, Matías y Guillermo. Éramos cuatro visitantes anonadados. Recorrimos parte, sólo una parte, del Chaco y su gente. Dimos un paso hacia el núcleo de su cotidianeidad, de su realidad, de su espacio. Pasamos una barrera para ver y tocar su lugar en el mundo: los montes de adentro.
La sensación que sentimos todos, que palpé personalmente y que me invadió, es difícil de explicar. Conmueve. Es que lo que uno palpa precisamente “mueve”. Pero no es un movimiento normal. Te sacude y te golpea. Es un terremoto de sentimientos que cuesta serenar. Fue de una escala superior. Fuerte. ¿Cómo describirlo?
Tierra que se filtra y se pega a la ropa y al cuerpo, calor insoportable, sensación de sed permanente. Caminos pocos y malos, donde los quiebres parecen grietas y donde las distancias parecen más. Arbustos, espinas, insectos. Mucho sol, poca sombra. Soledad, horizontes y allá, al fondo, aún más soledad. Así es el Impenetrable chaqueño. A 250 km de Resistencia, la Capital de esta Provincia, dirección Noroeste. Su nombre se relaciona con el término. No es "penetrable". Falta infraestructura. Sus cuarenta mil hectáreas no son transitables. Las condiciones no son amigas del hombre. Los riesgos de picadura mortal de víboras, del mal de chagas, del dengue, de agua envenenada, de insolación, son peligros absolutamente ciertos. Se ven. Está hecho para pocos. Como que la naturaleza quiere estar sola en este lugar.
Y sin embargo allí están los hombres y mujeres que la habitan. Son chaqueños, gringos, tobas, wichis, mocovíes, algún pilagás. Todos seres humanos, como usted que lee esta Entrada y como yo, que la escribo. Pues ellos tienen hijos. Chicos y chicas de todos los colores y expresiones posibles. Rubios, castaños, morochos, hasta alguno con mechas rojas. Hay ojos azules, verdes, marrones y oscuros. Son delgados. No se ven kilos de más. Algunas son más altos, otros son más bajos. Los más chicos corren, juegan, bailan. Los más adolescentes entre tímidos y asustados: les cuesta mirar a la cara, contestan con un sí o con un no. Su mirada se fija en algún punto entre el piso de tierra o la maleza de media distancia. Muchos se sonríen con pocos dientes, otros con la dentadura completa pero desgastada. Todos tienen una expresión que comunica algo más de lo que dicen. Especialmente los adolescentes. Como que esconden un secreto, un sufrimiento, un temor. Su tono de voz bajo, sus gestos, su forma de caminar, su saludo, su manera de colocar sus manos, sus nervios si tienen que hablar. Estos chicos, que siguen siendo niños y niñas, efectivamente merecen de todos nosotros, los mayores, el mismo amor que nuestros hijos e hijas. Es una tonta afirmación pero vale repetirla: el mismo amor. Ese amor que nos hace desvelar como padres para que nuestros hijos sean mejores, para que crezcan bien y para que sean felices. Ese sentimiento enorme que blinda la relación entre padres e hijos y que es el fundamento de la educación como la herramienta para hacer mejor la vida de un semejante.
Y por eso existen las Escuelas, esos lugares que debieran ser templos laicos donde se rinde un homenaje al arte más sublime del hombre: el de enseñar. Son las Escuelas los lugares donde la ceremonia es hora a hora, es continuada, donde los seres humanos hemos resuelto que allí nos enriquecemos, que allí crecemos, que allí se produce la mayor de las magias de las cuales podemos enorgullecernos: transformar una vida al transmitir conocimiento. Esto se hace para el bien de otro. Pues bien, no es eso lo que estamos dándole a los niños que habitan esta zona del Chaco. Las escuelas del Impenetrable dan vergüenza. No son templos. Se han convertido, pese a una tarea titánica de sus Docentes, en espacios que dan pena. La situación que deben padecer docentes, padres y alumnos en esos establecimientos no es digna. Es, precisamente, indignante. Con todas las buenas excepciones que puede que existan, el Estado aquí los ha abandonado. No los visita. No van. Cuando conversamos con representantes de más de treinta escuelas de esta zona la enorme mayoría respondió que la presencia de los funcionarios era inexistente, igual a cero… Uno de ellos sostuvo “En mis 24 años de Maestro rural los he visto una vez…para sacarse una foto”.
¿Qué cómo es su realidad? Pues casi todas no tienen agua y cuando la tienen es de mala calidad, no es potable. Envenena de a poco. Por ello dependen de algún vecino que les trae la cisterna cada tanto. Sin averiguar mucho, la toman; es la única agua que tienen y es la que deben tomar con temperaturas de hasta 47 grados de calor en verano. Hace tanto calor que todo es seco. Cuando hay algo de humedad los pequeños insectos se desesperan por captarla. Así es como se meten dentro de la ropa de los chicos que corren y sudan, y allí van las avispas pequeñas y negras, al cuello, a las piernas, a la nariz, y hasta a sus lagrimales. De igual modo atacan a los Docentes. No hacen excepciones.
Estas Escuelas no tienen baños. O al menos no los que usted piensa como baños. Tienen letrinas que son mucho más desagradables de lo que usted se imagina. Vimos en este viaje unas que se estaban hundiendo. Si, literalmente, hundiendo en una tierra que cedía y que las absorbía. El Maestro me dijo cuando me las mostraba: “Mirá como están…Hasta la tierra quiere que desaparezcan…”. En algún lugar hay lavatorios, pero lo increíble es que no hay agua en las cañerías. Los animales, el clima, la insuficiencia de las bombas antiguas y la no disposición de recursos hace que no funcionen. Cuando les preguntamos a los Docentes sobre la incoherencia de tener canillas en el lavatorio o inodoro pero sin agua ni caños nos respondieron con una media sonrisa y con gesto de quien está acostumbrado: “Nos arreglamos con baldes”. Se han acostumbrado a estar mal. Hasta en distintas Escuelas vimos también que los Directores y Maestros habían cedido su baño, (que tampoco es el baño que usted piensa) a los mas chiquitos, a los alumnos de jardín, para que de ese modo les habiliten la sala.
En estas Escuelas se come. El único alimento del día, la mayoría de las veces, los alumnos lo reciben allí. El Estado les brinda una asignación para que los menores se alimenten. Es un monto de dinero que es fijado por el Ministerio de Educación de la Provincia. Escuche: para el desayuno el importe no llega a un peso. La asignación para desayunar es 0,79 centavos. Si, leyó bien: son setenta y nueve centavos por alumno. Para el almuerzo ese importe es de $2,10, dos pesos con diez centavos. Es decir con dos pesos y ochenta y nueve centavos ($2,89) un chico tiene que desayunar, almorzar y comer, en definitiva su alimento diario. Obvio es que la asignación no contempla el fin de semana ni los días feriados ni los días de vacaciones. No. Eso no se cubre. Y tampoco se paga en fecha. Estamos por comenzar el 2012 y los Maestros me contaban que aun no han cobrado la asignación de Septiembre 2011.
Las escuelas no tienen mantenimiento. Dependen de lo que alguno definió como “la buena de Dios” y que los roedores no ataquen. Hay aulas que visitamos donde el peso de los murciélagos y el olor de sus excrementos hace que entrar y estar allí unos minutos sea insoportable. Es el aula de estos niños y niñas que antes describí. Son las escuelas donde los techos, además, tienen filtraciones si llueve. Donde las chapas se vuelan, donde a veces no hay sombra para amortiguar los 30 o 45 grados de calor de un fin y comienzo de año que siempre es sofocante.
En este marco los Directores de Escuela y los Docentes no son héroes. Así los había calificado en alguna visita anterior pero me doy cuenta que me equivoqué. Son más que ello. Son súper-héroes y tienen nombre propio: Liliana, Sandra, Oscar, Raúl, Marcelo, Ariel. Y tantos más. Y le voy a explicar porque los ubico en la categoría de “Supermans modernos”. Circulan por caminos desolados, de tierra y arena, con frío en invierno y con el fuego del sol en verano. Recorren 30, 40, 60 kilómetros diarios, las mas de las veces en moto, llevando el alimento para sus alumnos, a las 6 o a las 7 de la mañana, o regresando cuando el sol cae y la noche, y sus peligros, llega. Tienen distintos poderes. Hacen de Portero, porque el Estado no les designa porteros. Hacen la limpieza del lugar porque el Estado no nombra personal de apoyo que limpie la Escuela. Hacen de Cocineros porque no tienen quien cocine. Hacen de Agricultores, para reforzar con alguna huerta casera el alimento de sus alumnos. Hacen de especialistas en primeros auxilios porque la mayoría de estas escuelas no tiene acceso a médicos ni puestos sanitarios. Hacen de Psicólogos porque estos chicos y adolescentes tienen problemas en su crecimiento. Y lo que es peor, muchas veces hacen también de Padres porque a veces tampoco hay padres presentes. Si hay algunos padres comprometidos. Celebrémoslo y reconozcámoslo. Es un placer y un ejemplo verlos. Casi siempre se comprometen el hombre y su mujer. Él “Presidente” de la Cooperadora de padres. Ella ayuda al maestro en la cocina y con la leña (porque las cocinas que hay son a leña, con techo de chapas… -si, como usted imagina, y con los más de 40 grados de calor del lugar…-). Pero hay muchos padres que no están, porque no están.
Hemos escuchado en este viaje historias pesadas de violaciones, de abusos, hasta de muerte y, en algún caso, de droga en alguna escuela más cercana al pueblo donde hay asentamientos que han llegado del Gran Rosario. Nos han contado experiencias de chicos que no son chicos, de niños que no son niños. Sorpresas que los Docentes han recibido por ejemplo al preguntarle el nombre a un alumno y que su respuesta sea el sobre-nombre. No saben como se llaman. No conocen su apellido. Su identidad es “Tito” o “Pepa”. Estos mismos chicos que se maravillan al mirarse al espejo por primera vez. Como en 1492, hoy a fines del 2011. Se quedan mirando a ese otro chico que está a su lado, en el espejo. No lo reconocen. No se reconocen. No entienden que son ellos y su reflejo. Para ellos lo que ven es otro.
Habría más para contar. Hay mucho para aprender. Vamos como representantes de Proyecto Educar 2050 y nos reciben como enviados del cielo. Nos pasó en una Escuela lejana que bajamos del auto y los más chicos, con sus delantales blancos, vinieron corriendo a abrazarnos y a saludarnos con dos besos (como allí se acostumbra). Y en ese abrazo fuerte y decidido de cerca de cien chicos que formaban fila para saludarnos, estaba la lección más fuerte del viaje. Agradecen la visita. Agradecen la compañía. Agradecen también el futuro. Se han dado cuenta que ese abrazo une, vincula, ata como el eslabón más grueso de la cadena del ancla de un barco, que no se puede romper. Y que no queremos romper. La indignación nos une, nos motiva y nos lleva y llevará a la acción. Porque ellos lo merecen. Pues celebremos el vínculo. Vale la pena.
La sensación que sentimos todos, que palpé personalmente y que me invadió, es difícil de explicar. Conmueve. Es que lo que uno palpa precisamente “mueve”. Pero no es un movimiento normal. Te sacude y te golpea. Es un terremoto de sentimientos que cuesta serenar. Fue de una escala superior. Fuerte. ¿Cómo describirlo?
Tierra que se filtra y se pega a la ropa y al cuerpo, calor insoportable, sensación de sed permanente. Caminos pocos y malos, donde los quiebres parecen grietas y donde las distancias parecen más. Arbustos, espinas, insectos. Mucho sol, poca sombra. Soledad, horizontes y allá, al fondo, aún más soledad. Así es el Impenetrable chaqueño. A 250 km de Resistencia, la Capital de esta Provincia, dirección Noroeste. Su nombre se relaciona con el término. No es "penetrable". Falta infraestructura. Sus cuarenta mil hectáreas no son transitables. Las condiciones no son amigas del hombre. Los riesgos de picadura mortal de víboras, del mal de chagas, del dengue, de agua envenenada, de insolación, son peligros absolutamente ciertos. Se ven. Está hecho para pocos. Como que la naturaleza quiere estar sola en este lugar.
Y sin embargo allí están los hombres y mujeres que la habitan. Son chaqueños, gringos, tobas, wichis, mocovíes, algún pilagás. Todos seres humanos, como usted que lee esta Entrada y como yo, que la escribo. Pues ellos tienen hijos. Chicos y chicas de todos los colores y expresiones posibles. Rubios, castaños, morochos, hasta alguno con mechas rojas. Hay ojos azules, verdes, marrones y oscuros. Son delgados. No se ven kilos de más. Algunas son más altos, otros son más bajos. Los más chicos corren, juegan, bailan. Los más adolescentes entre tímidos y asustados: les cuesta mirar a la cara, contestan con un sí o con un no. Su mirada se fija en algún punto entre el piso de tierra o la maleza de media distancia. Muchos se sonríen con pocos dientes, otros con la dentadura completa pero desgastada. Todos tienen una expresión que comunica algo más de lo que dicen. Especialmente los adolescentes. Como que esconden un secreto, un sufrimiento, un temor. Su tono de voz bajo, sus gestos, su forma de caminar, su saludo, su manera de colocar sus manos, sus nervios si tienen que hablar. Estos chicos, que siguen siendo niños y niñas, efectivamente merecen de todos nosotros, los mayores, el mismo amor que nuestros hijos e hijas. Es una tonta afirmación pero vale repetirla: el mismo amor. Ese amor que nos hace desvelar como padres para que nuestros hijos sean mejores, para que crezcan bien y para que sean felices. Ese sentimiento enorme que blinda la relación entre padres e hijos y que es el fundamento de la educación como la herramienta para hacer mejor la vida de un semejante.
Y por eso existen las Escuelas, esos lugares que debieran ser templos laicos donde se rinde un homenaje al arte más sublime del hombre: el de enseñar. Son las Escuelas los lugares donde la ceremonia es hora a hora, es continuada, donde los seres humanos hemos resuelto que allí nos enriquecemos, que allí crecemos, que allí se produce la mayor de las magias de las cuales podemos enorgullecernos: transformar una vida al transmitir conocimiento. Esto se hace para el bien de otro. Pues bien, no es eso lo que estamos dándole a los niños que habitan esta zona del Chaco. Las escuelas del Impenetrable dan vergüenza. No son templos. Se han convertido, pese a una tarea titánica de sus Docentes, en espacios que dan pena. La situación que deben padecer docentes, padres y alumnos en esos establecimientos no es digna. Es, precisamente, indignante. Con todas las buenas excepciones que puede que existan, el Estado aquí los ha abandonado. No los visita. No van. Cuando conversamos con representantes de más de treinta escuelas de esta zona la enorme mayoría respondió que la presencia de los funcionarios era inexistente, igual a cero… Uno de ellos sostuvo “En mis 24 años de Maestro rural los he visto una vez…para sacarse una foto”.
¿Qué cómo es su realidad? Pues casi todas no tienen agua y cuando la tienen es de mala calidad, no es potable. Envenena de a poco. Por ello dependen de algún vecino que les trae la cisterna cada tanto. Sin averiguar mucho, la toman; es la única agua que tienen y es la que deben tomar con temperaturas de hasta 47 grados de calor en verano. Hace tanto calor que todo es seco. Cuando hay algo de humedad los pequeños insectos se desesperan por captarla. Así es como se meten dentro de la ropa de los chicos que corren y sudan, y allí van las avispas pequeñas y negras, al cuello, a las piernas, a la nariz, y hasta a sus lagrimales. De igual modo atacan a los Docentes. No hacen excepciones.
Estas Escuelas no tienen baños. O al menos no los que usted piensa como baños. Tienen letrinas que son mucho más desagradables de lo que usted se imagina. Vimos en este viaje unas que se estaban hundiendo. Si, literalmente, hundiendo en una tierra que cedía y que las absorbía. El Maestro me dijo cuando me las mostraba: “Mirá como están…Hasta la tierra quiere que desaparezcan…”. En algún lugar hay lavatorios, pero lo increíble es que no hay agua en las cañerías. Los animales, el clima, la insuficiencia de las bombas antiguas y la no disposición de recursos hace que no funcionen. Cuando les preguntamos a los Docentes sobre la incoherencia de tener canillas en el lavatorio o inodoro pero sin agua ni caños nos respondieron con una media sonrisa y con gesto de quien está acostumbrado: “Nos arreglamos con baldes”. Se han acostumbrado a estar mal. Hasta en distintas Escuelas vimos también que los Directores y Maestros habían cedido su baño, (que tampoco es el baño que usted piensa) a los mas chiquitos, a los alumnos de jardín, para que de ese modo les habiliten la sala.
En estas Escuelas se come. El único alimento del día, la mayoría de las veces, los alumnos lo reciben allí. El Estado les brinda una asignación para que los menores se alimenten. Es un monto de dinero que es fijado por el Ministerio de Educación de la Provincia. Escuche: para el desayuno el importe no llega a un peso. La asignación para desayunar es 0,79 centavos. Si, leyó bien: son setenta y nueve centavos por alumno. Para el almuerzo ese importe es de $2,10, dos pesos con diez centavos. Es decir con dos pesos y ochenta y nueve centavos ($2,89) un chico tiene que desayunar, almorzar y comer, en definitiva su alimento diario. Obvio es que la asignación no contempla el fin de semana ni los días feriados ni los días de vacaciones. No. Eso no se cubre. Y tampoco se paga en fecha. Estamos por comenzar el 2012 y los Maestros me contaban que aun no han cobrado la asignación de Septiembre 2011.
Las escuelas no tienen mantenimiento. Dependen de lo que alguno definió como “la buena de Dios” y que los roedores no ataquen. Hay aulas que visitamos donde el peso de los murciélagos y el olor de sus excrementos hace que entrar y estar allí unos minutos sea insoportable. Es el aula de estos niños y niñas que antes describí. Son las escuelas donde los techos, además, tienen filtraciones si llueve. Donde las chapas se vuelan, donde a veces no hay sombra para amortiguar los 30 o 45 grados de calor de un fin y comienzo de año que siempre es sofocante.
En este marco los Directores de Escuela y los Docentes no son héroes. Así los había calificado en alguna visita anterior pero me doy cuenta que me equivoqué. Son más que ello. Son súper-héroes y tienen nombre propio: Liliana, Sandra, Oscar, Raúl, Marcelo, Ariel. Y tantos más. Y le voy a explicar porque los ubico en la categoría de “Supermans modernos”. Circulan por caminos desolados, de tierra y arena, con frío en invierno y con el fuego del sol en verano. Recorren 30, 40, 60 kilómetros diarios, las mas de las veces en moto, llevando el alimento para sus alumnos, a las 6 o a las 7 de la mañana, o regresando cuando el sol cae y la noche, y sus peligros, llega. Tienen distintos poderes. Hacen de Portero, porque el Estado no les designa porteros. Hacen la limpieza del lugar porque el Estado no nombra personal de apoyo que limpie la Escuela. Hacen de Cocineros porque no tienen quien cocine. Hacen de Agricultores, para reforzar con alguna huerta casera el alimento de sus alumnos. Hacen de especialistas en primeros auxilios porque la mayoría de estas escuelas no tiene acceso a médicos ni puestos sanitarios. Hacen de Psicólogos porque estos chicos y adolescentes tienen problemas en su crecimiento. Y lo que es peor, muchas veces hacen también de Padres porque a veces tampoco hay padres presentes. Si hay algunos padres comprometidos. Celebrémoslo y reconozcámoslo. Es un placer y un ejemplo verlos. Casi siempre se comprometen el hombre y su mujer. Él “Presidente” de la Cooperadora de padres. Ella ayuda al maestro en la cocina y con la leña (porque las cocinas que hay son a leña, con techo de chapas… -si, como usted imagina, y con los más de 40 grados de calor del lugar…-). Pero hay muchos padres que no están, porque no están.
Hemos escuchado en este viaje historias pesadas de violaciones, de abusos, hasta de muerte y, en algún caso, de droga en alguna escuela más cercana al pueblo donde hay asentamientos que han llegado del Gran Rosario. Nos han contado experiencias de chicos que no son chicos, de niños que no son niños. Sorpresas que los Docentes han recibido por ejemplo al preguntarle el nombre a un alumno y que su respuesta sea el sobre-nombre. No saben como se llaman. No conocen su apellido. Su identidad es “Tito” o “Pepa”. Estos mismos chicos que se maravillan al mirarse al espejo por primera vez. Como en 1492, hoy a fines del 2011. Se quedan mirando a ese otro chico que está a su lado, en el espejo. No lo reconocen. No se reconocen. No entienden que son ellos y su reflejo. Para ellos lo que ven es otro.
Habría más para contar. Hay mucho para aprender. Vamos como representantes de Proyecto Educar 2050 y nos reciben como enviados del cielo. Nos pasó en una Escuela lejana que bajamos del auto y los más chicos, con sus delantales blancos, vinieron corriendo a abrazarnos y a saludarnos con dos besos (como allí se acostumbra). Y en ese abrazo fuerte y decidido de cerca de cien chicos que formaban fila para saludarnos, estaba la lección más fuerte del viaje. Agradecen la visita. Agradecen la compañía. Agradecen también el futuro. Se han dado cuenta que ese abrazo une, vincula, ata como el eslabón más grueso de la cadena del ancla de un barco, que no se puede romper. Y que no queremos romper. La indignación nos une, nos motiva y nos lleva y llevará a la acción. Porque ellos lo merecen. Pues celebremos el vínculo. Vale la pena.
Dijo Benjamin Franklin:
ResponderEliminarNo hay inversión más rentable que la del conocimiento.
La Asociación Vecinal Bº C.S.L. COPELLO comparte su reflexiòn y ruega trabajar juntos en los proyectos educativos
Muchas gracias. Deseosos de hacerlo.
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