Siempre me intrigó la manera en que Jean Paul Sartre trata a la nada. Quizás su libro más famoso, El ser y la nada, configura una expresión del existencialismo que involucra al otro extremo de su esencia, la no existencia, es decir, la nada. Es por ello que mi curiosidad me llevó a profundizar la mirada sartreana como actitud más que como concepto. Esta es mi conclusión. Mi duda apunta al núcleo de la paradoja de la “nada” en Sartre, quien a pesar de ser existencialista, encuentra en la “nada” un concepto que se convierte en columna vertebral de su filososfía. Para entender por qué la nada es central en su razonamiento, debemos analizar cómo Sartre redefine la “nada” no como una mera ausencia o vacío, sino como una facultad activa y estructurante de la conciencia humana. La nada en Sartre no es solo inexistencia: Para Sartre, la nada no es únicamente “lo que no existe” en el sentido clásico (la ausencia o el vacío opuesto al ser). En lugar de verlo como una oposición pasiva, Sartre entiende la nada como una función de la conciencia misma, que permite al ser humano separarse del ser-en-sí (las cosas concretas y objetivas) y reflexionar sobre sí mismo y su mundo. De esta manera, la nada es una parte activa de cómo existimos y nos percibimos, dándonos la posibilidad de diferenciarnos del mundo y de nuestras propias acciones. La nada esta orientada como posibilidad y libertad: Sartre dice que el ser humano “es lo que no es y no es lo que es”, lo cual significa que nuestra identidad no está fija en una esencia predeterminada. Aquí, la nada actúa como una fuerza que separa nuestra existencia de una identidad rígida, permitiéndonos imaginar alternativas. La nada nos permite concebir que no estamos condenados a ser de una sola forma, y esta concepción es lo que habilita nuestra libertad. La conciencia se funda en la nada: Sartre explica que la conciencia es una “nada” que existe entre el mundo objetivo y nuestra percepción de él. Esta “nada” crea una distancia, una falta de coincidencia entre nosotros y nuestra existencia, lo cual es fundamental para que podamos ser conscientes de nosotros mismos y del mundo. La nada no es simplemente “no existencia”, sino una separación interna que nos permite mirarnos y juzgarnos desde fuera de nuestras propias acciones y ser conscientes de nosotros mismos. Esta estructura de la conciencia, fundada en la nada, es lo que nos convierte en seres capaces de auto-reflexión y elección. Pero esta La angustia detrás de esta mirada. Sartre explica que la angustia existencial es, en parte, la percepción de esta nada dentro de nosotros mismos. Sentimos angustia porque al percibir la nada, comprendemos que no tenemos una esencia que nos determine; somos, en cierto sentido, un vacío que debemos llenar con nuestras elecciones. Este vacío interno, que nos separa de cualquier ser predeterminado, es el precio de nuestra libertad y de nuestra responsabilidad. Y aqui surge una unión entre la nada y el existencialismo. Aunque Sartre es existencialista, él encuentra en la nada el fundamento de la existencia humana, ya que el “ser-para-sí” (nuestra conciencia) es inseparable de la “nada”. Ser existencialista, para Sartre, no implica únicamente afirmar la existencia, sino también aceptar que la existencia es definida en relación con esta “nada” que la estructura y que habilita la libertad, el cambio y la posibilidad de creación de sentido. En conclusión, la relevancia de la “nada” en Sartre radica en que esta no es un vacío sin sentido, sino una condición activa y estructurante de nuestra conciencia. Es la nada lo que permite que el ser humano se distancie de una esencia fija y se convierta en un ser libre y autoconsciente. Sartre redefine la nada como la apertura que da sentido a la existencia y que permite al ser humano, como ser existencial, crearse y recrearse a sí mismo constantemente. Por eso en Jean Paul Sartre la nada no es nada.
La frase “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo” , formulada por José Ortega y Gasset en Meditaciones del Quijote (1914), constituye uno de los núcleos más vitales del pensamiento filosófico en lengua española. Ya ha sido objeto de análisis en este Blog pero reflexiones posteriores me obligan a hacer esta actualización de mi cavilación. Su potencia es tal que amerita analizarse con el paso del tiempo y reside no solo en la afirmación del sujeto como ser situado —inseparable de su contexto vital—, sino en la exigencia ética contenida en esa segunda mitad: “si no la salvo a ella no me salvo yo”. La pregunta que queda pendiente a responder es: ¿Soy yo el mismo yo el que la ha "salvado" hace diez años atrás? ¿Aquella "salvación" es la misma que haría ahora? Estas inquietudes han dado origen a esta segunda profundización sobre la frase de Ortega. Lo explico a continuación. Tradicionalmente, se ha interpretado que...
Comentarios
Publicar un comentario