El pasado no pasó. Vive hoy e influye hoy, porque está presente. Si hubiese pasado justamente se hubiese ido, se hubiese desplazado y este no se fue cuando tiene consecuencias en nuestra vida actual, cuando lo hacemos realidad, cuando sigue viviendo. El recuerdo de mi abuelo, la lectura de las obras de Sarmiento o Aristóteles, lo que sucedió ayer, me influye hoy. Me enriquezco con la memoria, incorporo parcialmente reflexiones escritas hace muchos años atrás, pienso en lo vivido la noche anterior: a todo lo hago presente. No pasa, se suma a mi personalidad. Es parte de mi. Y esto me ayuda a aceptarme. Si no entendemos el porque no comprendemos el que. ¿Porque decidí mi vocación? ¿Porque murieron mis padres? ¿Porque decidí vivir dónde vivo? ¿Porqué actué de esa manera? Siempre hay en el pasado una causa que debo entender, comprender, asumir. Y si la causa produjo dolor, sufrimiento o miedo, mayor será la necesidad de analizarla. Si aquello que me afectó no lo logro descifrar y admitir es un duelo mal hecho, causa de frustración, melancolía, dolor y hasta depresión. Si el duelo esta bien hecho es porque tuve éxito al aceptar, al comprender lo sucedido, que no es lo mismo que estar de acuerdo. Esto nos permite proyectarnos, mirar al futuro, perdonarnos, que no es otra cosa que "donar" de vuelta, ser banqueros unipersonales, darnos crédito a nosotros mismos, creer en lo que soñamos, confiar en nosotros mismos. Querernos es comprendernos. De eso se trata.
La frase “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo” , formulada por José Ortega y Gasset en Meditaciones del Quijote (1914), constituye uno de los núcleos más vitales del pensamiento filosófico en lengua española. Ya ha sido objeto de análisis en este Blog pero reflexiones posteriores me obligan a hacer esta actualización de mi cavilación. Su potencia es tal que amerita analizarse con el paso del tiempo y reside no solo en la afirmación del sujeto como ser situado —inseparable de su contexto vital—, sino en la exigencia ética contenida en esa segunda mitad: “si no la salvo a ella no me salvo yo”. La pregunta que queda pendiente a responder es: ¿Soy yo el mismo yo el que la ha "salvado" hace diez años atrás? ¿Aquella "salvación" es la misma que haría ahora? Estas inquietudes han dado origen a esta segunda profundización sobre la frase de Ortega. Lo explico a continuación. Tradicionalmente, se ha interpretado que...
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