Gottfried Leibniz fue un pensador aleman que intentó explicarlo todo, desde el cálculo infinitesimal hasta la estructura del átomo, desde la existencia de Dios hasta el porque del mal en el mundo. Vivió entre los años 1646 a 1716. Fue Abogado, Historiador (de la Casa de Hannover y de la de Brunswick), Filósofo, Diplomático, Matemático y esencialmente fue un genio racional. Adelantado a su tiempo intentó unificar todas las Iglesias cristianas y los países de Europa, ideas que con el tiempo lo han hecho ahora más popular que en su época. Sus obras cumbres "Monadología" y "Teodicea" itentan demostrar su racionalimo y su optimismo, donde todo tiene su lógica. La primera explica que todo cuanto existe, desde una piedra al ser humano, puede dividirse en unidades mínimas que son su principio indivisible, dinámico, espejo del universo desde la propia luz de cada mónada que unifica la visión del universo: todos tenemos algo en común. La segunda, la TEODICEA, intenta justificar la existencia y la obra de Dios demostrando que Fe y Razón coinciden y que cuando pensamos que no, existe precisamente una razón para que asi pensemos... Leibniz fue consejero de Cortes, de la reina Sofía, de autoridades de distintos países, con quienes mantuvo una correspondencia amplísima y meticulosa que es hasta el día de hoy estudiada y valorada como un tesoro intelectual. Su mayor virtud fue su audacia y su convicción para intentar entender y ordenar, con su optimismo racional, aquello que el esceptisimo propio de nuestras mentes rechaza in limine. Leibniz nos desafío a pensar y sigue haciéndolo hoy, entusiamándonos a razonar lo que suponemos irazonable, con esperanza a lograrlo. Ya alli nos mostró un método. Tenía razón.
La frase “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo” , formulada por José Ortega y Gasset en Meditaciones del Quijote (1914), constituye uno de los núcleos más vitales del pensamiento filosófico en lengua española. Ya ha sido objeto de análisis en este Blog pero reflexiones posteriores me obligan a hacer esta actualización de mi cavilación. Su potencia es tal que amerita analizarse con el paso del tiempo y reside no solo en la afirmación del sujeto como ser situado —inseparable de su contexto vital—, sino en la exigencia ética contenida en esa segunda mitad: “si no la salvo a ella no me salvo yo”. La pregunta que queda pendiente a responder es: ¿Soy yo el mismo yo el que la ha "salvado" hace diez años atrás? ¿Aquella "salvación" es la misma que haría ahora? Estas inquietudes han dado origen a esta segunda profundización sobre la frase de Ortega. Lo explico a continuación. Tradicionalmente, se ha interpretado que...
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