El "Cinismo" nace con Diógenes, un discípulo de Sócrates cuya obsesión fue vivir según la naturaleza, desvergonzadamente, riéndose de las normas sociales, de los modales y de la autoridad. Le llamaron el "Cínico" porque vivía como un can, es decir como un perro. Comía lo que le daban, lo que encontraba en el medio ambiente donde vivía y hasta en los desperdicios. Se vestía con harapos, no quería tener ninguna propiedad y se burlaba de los ricos, de todos aquellos que acaudalaban bienes para su dominio. Su teoría era que la comunidad creaba falsas necesidades y con ella la angustia del no tener, el sufrimiento por no conseguir lo que otros obtienen. Contra ello oponía la virtud de satisfacer las necesidades naturales para ser feliz. Alli estaba la virtud. Su excentricidad lo hizo famoso. Algunos admiraban su coherencia y valentìa en su rebeldía de vivir. El mismo Alejandro Magno se interesó en él y un día quizo ir a visitarle donde Diógenes dormìa. Era este un lugar absurdo para el Gran Alejandro. Diógenes se guarecía y pernoctaba en un barril. Alejandro se acercó una mañana y dijo en voz alta: "Puedo concederte lo que me pidas". Diógenes permaneció callado un momento y luego respondió: "Pues si, puedes concederme algo. Apartate de donde estás pues me quitas el sol que estaba disfrutando hasta tu llegada". Y Alejandro se apartó entre admirado y confundido por esta sabiduría peculiar. Diógenes no se dejó conquistar por el gran Conquistador. ¿Qué hubíesemos hecho nosotros ante una pregunta similar de alguien con tanto poder? ¿Que hacemos hoy frente a "la angustia del no tener, el sufrimiento por no conseguir lo que otros obtienen"? ¿Tenemos esa angustia?. Diógenes mostró un camino y consolidó un principio: todos podemos buscar la felicidad de diferentes maneras. Aristóteles decía que precisamente la felicidad es el fin último de nuestras acciones en la vida. Y asi es, aun con una manera cínica de perseguirla.
La frase “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo” , formulada por José Ortega y Gasset en Meditaciones del Quijote (1914), constituye uno de los núcleos más vitales del pensamiento filosófico en lengua española. Ya ha sido objeto de análisis en este Blog pero reflexiones posteriores me obligan a hacer esta actualización de mi cavilación. Su potencia es tal que amerita analizarse con el paso del tiempo y reside no solo en la afirmación del sujeto como ser situado —inseparable de su contexto vital—, sino en la exigencia ética contenida en esa segunda mitad: “si no la salvo a ella no me salvo yo”. La pregunta que queda pendiente a responder es: ¿Soy yo el mismo yo el que la ha "salvado" hace diez años atrás? ¿Aquella "salvación" es la misma que haría ahora? Estas inquietudes han dado origen a esta segunda profundización sobre la frase de Ortega. Lo explico a continuación. Tradicionalmente, se ha interpretado que...
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