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La educación argentina necesita un plan

La situación educativa de nuestro país se asemeja a la de un barco en emergencia. Previo a la pandemia, pese a algunos avances en la inclusión, el panorama era el de una nave seriamente averiada: solo 3 de cada 10 estudiantes finalizaban en tiempo y forma sus estudios obligatorios, no se cumplían los 180 días de clase ni muchas disposiciones de las leyes respectivas (entre ellas la inversión obligatoria), el salario docente era muy bajo y el nivel de aprendizaje lamentablemente precario y absolutamente desigual. Con estas complicaciones a bordo, la golpeada educación nacional chocó en Marzo del 2020 con el iceberg COVID-19. El impacto ha sido devastador pero lo grave es que un año y medio después no sabemos con exactitud ni la cantidad de estudiantes afectados, ni sus nombres, ni tenemos un panorama claro de los daños. Lo que sí sabemos es que los desafíos educativos serán inmensos en un escenario donde la pobreza infantil en nuestro país ha superado el 60%. En este marco de dolor y sufrimiento, los argentinos no podemos pelearnos por la educación. Justamente debemos hacer lo contrario, unirnos por esta causa. Ella constituye el “salvavidas” de muchos niños y niñas de nuestro país que pueden ser víctimas del “naufragio”. Resulta triste y hasta diría vergonzoso que se tironee de las decisiones de política educativa como si estas fueran un trofeo de política partidaria en campaña. Este no es el camino. Una generación de menores de edad en todo el mundo está viviendo la peor crisis educativa del siglo y en Argentina la crisis es tragedia. Pues esta emergencia requiere justamente de un plan de emergencia que nos ponga a todos a trabajar juntos en pos de la recuperación de la educación nacional. Diferentes países lo están haciendo. En el Reino Unido el tema fue objeto de un arduo debate en las últimas semanas y son numerosos los documentos internacionales que apoyan la necesidad de una planificación. En tal sentido, compartimos tres ideas que pretenden ser un aporte que se conjugue con otros y sirvan de apoyo al Consejo Federal de Educación, que es el organismo indicado para definir el rumbo educativo de las 24 jurisdicciones de la República. El primer objetivo de este plan debiera ser que todos los niños, niñas y jóvenes vuelvan a la escuela. Entre nosotros la cifra puede haberse triplicado: hay más de un millón de estudiantes en riesgo de no regresar y lo más grave es que no sabemos ni quiénes ni cuántos son. Esto debe revertirse en forma urgente. No es posible que nuestro país tenga un sistema de trazabilidad del ganado pero aún no tenga un sistema eficiente de nominalización de alumnos. Para este fin el apoyo y las alianzas multisectoriales con universidades, organizaciones de sociedad civil, sindicatos y otras instituciones, así como tutorías con voluntarios no pueden demorarse. La inaplazable apertura de las escuelas (aun respetando los límites que la epidemia impuso) será también decisiva para alcanzar este objetivo. El segundo eje debiera ser la recuperación de los aprendizajes. Es obvio que, con la grave crisis de calidad educativa que el país mostraba al 2019, todo hace presuponer que la merma de muchas horas de clase y las enormes dificultades de la educación a distancia durante 2020 y 2021 se traducirán en una importante pérdida de aprendizajes. ¿Qué hacer entonces? Diversos estudios internacionales recomiendan hacer un diagnóstico preciso que necesitará de una evaluación integral, apenas se pueda. Otros organismos especializados (UNESCO, UNICEF) aconsejan sumar un refuerzo educativo adicional en materias básicas (especialmente lectura y matemáticas) utilizando la presencialidad y la tecnología (la pandemia brindó la oportunidad para una verdadera revolución en este sentido) y hasta clases particulares y educación socioemocional para reforzar la capacidad de resiliencia del alumnado (esto último, más horas en la escuela, un programa de tutorías y un incremento en la inversión fueron puntos clave del plan señalado del Reino Unido). El tercer eje del plan debería ser apoyar a directivos y docentes. Ellos han puesto el cuerpo en esta “nave averiada”. Serán ellos los que más ayuden a volver a las niñas, niños y adolescentes a la escuela y los que tendrán el mayor peso en la recuperación de los aprendizajes perdidos. Ellos necesitarán apoyo adicional y formación. Los planes de vacunación y refuerzos, que seguramente serán necesarios en el futuro, los debe tener como prioridad. Debemos cuidarlos y formarlos en habilidades que hoy son indispensables para el Siglo XXI y que se necesitan para enfrentar la post pandemia. Asimismo las modificaciones necesarias al currículo (otro punto clave para aprovechar la oportunidad y hacer un cambio copernicano) y la pedagogía de la educación a distancia, serán capítulos de una capacitación absolutamente necesaria para su buen desempeño futuro. Todo esto requiere de un plan integral con una visión política de consensos. No lo olvidemos: la educación argentina ha impactado contra un iceberg llamado COVID-19 y el riesgo de naufragio educativo es el verdadero riesgo país que no miden las consultoras. Por eso debemos lograr unirnos en un plan educativo que trascienda los colores y la pasión individual. La educación nos debe unir, no separar. Este es el desafío. Necesitamos estar a su altura. Marzo 2021

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